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9 años antes de la guerra. Viajó como mochilero por las islas Malvinas: “Me advirtieron que me podían quemar la carpa”

El 9 de enero de 1973, hace 50 años, Horacio Alonso aterrizó en las islas Malvinas con su amigo, Eduardo Jardón. Jóvenes estudiantes los dos, habían llegado esa misma mañana a Puerto Argentin...

El 9 de enero de 1973, hace 50 años, Horacio Alonso aterrizó en las islas Malvinas con su amigo, Eduardo Jardón. Jóvenes estudiantes los dos, habían llegado esa misma mañana a Puerto Argentino, en un vuelo de Líneas Aéreas del Estado (LADE) que había partido desde Comodoro Rivadavia. Horacio y Eduardo fueron el quinto y el sexto turista argentino en visitar el archipiélago, respectivamente.

El viaje se dio en una realidad muy distinta a la de hoy. Por entonces, en la década de los 70, la relación bilateral entre el gobierno argentino y el de las islas era fluida, gozaba de buena salud. En 1971 se había firmado la “Declaración conjunta entre Argentina y el Reino Unido”, cuyo objetivo era promover los vínculos culturales, sociales y económicos entre el territorio continental argentino y las islas Malvinas.

En las islas había una planta de combustible de YPF y una oficina de LADE, además de un aeropuerto, el de Puerto Argentino, que había sido construido con capitales de la petrolífera argentina. El puñado de argentinos que trabajaban en esas compañías vivían en el pueblo y convivían con los isleños.

A través del vuelo semanal de la aerolínea estatal, cualquier ciudadano argentino podía visitar Puerto Argentino. La mayoría de ellos -sino todos- se alojaba en el Upland Goose Hotel, el único que había. Horacio y Eduardo fueron unos de los tantos turistas que viajaron. Solo que ellos tuvieron una idea distinta. Cuando las autoridades argentinas les preguntaron dónde se hospedarían, ellos respondieron, contundentemente: “En carpa”.

Malvinas, hace 50 años

-Horacio, ¿cómo nació el viaje como mochileros a las Malvinas?

-Yo había viajado mucho como mochilero. Tenía 22 años y planifiqué irme de vacaciones con dos amigos. El papá de uno de ellos era médico de la Fuerza Aérea y nos contactó con LADE. Había disponibilidad en los Fokker. Podíamos comprar un pasaje a cualquiera de los aeropuertos que cubriera LADE.

-¿Por qué eligieron Malvinas?

-Empezamos a leer la lista de lugares posibles: Cataratas, Mendoza, Córdoba, Malvinas. Y yo dije: “¿Qué? ¡¿Malvinas?! Si está la opción, nos vamos a Malvinas. A Bariloche podías ir en cualquier momento; a Córdoba también. Pero que me pusieran sobre la mesa Malvinas... para mí era mucho. Estaba decidido, punto.

-En ese momento, ¿qué significaban las Malvinas para ustedes?

-En mi niñez y adolescencia había un concepto del nacionalismo que hoy no hay, ni siquiera en adultos. Había canciones patrias, nos lo inculcaban en la escuela. Se nos enseñaba y se nos repetía: “Las Malvinas son argentinas”. Que estaban ocupadas por la fuerza, por los ingleses, pero que eran argentinas. Hablar de ellas era algo incorporado.

Trámites, entrevistas y más trámites

Los tres turistas argentinos tuvieron que atravesar un largo proceso burocrático para que el gobierno inglés les aprobara el viaje:

“Primero fuimos a LADE. En LADE nos dijeron que teníamos que ir al Ministerio de Relaciones Exteriores. Ahí hicimos los trámites para obtener una credencial de viaje, una especie de visa”, recuerda Horacio.

-¿Era habitual que hubiese tantos controles?

-Creo que sí. Nuestro proceso duró 6 meses. Nos pidieron datos personales. Produjeron y trajeron una carpeta enorme con información sobre cada uno de nosotros. Tenían que verificar si éramos extremistas o nacionalistas a ultranza. Confeccionaron un expediente de este tamaño (extiende los brazos) hasta que 6 meses después nos dijeron: “Están autorizados. Ahora vayan a LADE a sacar el pasaje”. Uno tuvo que quedarse porque lo llamaron para el servicio militar obligatorio. Fuimos 2, al final.

-¿Les dieron recomendaciones precisas sobre qué se podía hacer y qué no?

-Más que nada hablamos sobre la moneda y el idioma. Allá se usaba la “libra de Malvinas”. Ese dinero era de uso exclusivo de las islas. No podías sacarlo de ahí porque no tenían valor en ningún otro lugar, ni siquiera en Inglaterra. Luego, una vez en las islas, uno de los operarios de YPF, argentino de nacionalidad, nos dio una advertencia que nos sorprendió. Nos dijo: “Aquí las mujeres son para los de acá”. No estaba formalmente escrito, pero era una regla tácita.

-¿Cuál fue la reacción del Ministerio cuando ustedes dijeron que iban a viajar “en carpa”?

-¡Los ojos que pusieron! Pero luego dijeron ‘bueno, veremos a dónde los podemos destinar, porque no hay espacios de camping en las Malvinas’. Nosotros no podíamos poner la carpa en la plaza del pueblo. No estaba permitido. Finalmente nos asignaron un lugar: el depósito de la planta de combustible de YPF.

Horacio y Eduardo partieron de Buenos Aires el domingo 7 de enero en un vuelo de Aerolíneas Argentinas. Hicieron noche en Comodoro Rivadavia, y, el lunes por la mañana, volaron 2 horas y media hacia Puerto Stanley en un Fokker F-27 de LADE.

-¿Cómo fue la llegada y la recepción?

-En el aeropuerto nos estaba esperando el vicecomodoro César de la Colina, el jefe de la oficina de LADE. Él nos llevó hasta la planta de YPF, que quedaba en la ruta de camino al pueblo. Nos dejaron ahí, en una pendiente cerca de los taques de combustible. ‘Ustedes bajan acá', nos dijeron. Ese era el único “territorio argentino” en las islas.

“Bajamos los dos con las mochilas, subimos la pendiente y nos preguntamos… ¿dónde armamos la carpa? Había que considerar los vientos, el suelo... Yo no podía ir con las estaquitas de una carpa. El piso era turba, era muy blando, necesitaba estacas grandes. Finalmente encontramos un lugar. Yo llevé una bandera argentina, tenía pensado ponerla delante de la carpa, pero los empleados de YPF me recomendaron que no lo hiciera. Había isleños que no querían a los argentinos. ‘Te pueden quemar la carpa’, me advirtieron”.

“Allá sabían que iban a llegar dos mochileros argentinos”

Horacio y Eduardo habían llevado un anafe, una cacerola y todas las provisiones rigurosamente calculadas. “Llevamos comida como para una semana. Nada más que lo que íbamos a utilizar en esos 7 días. Teníamos latas de atún, la cantidad de cucharadas de café en una bolsa de nylon, la cantidad de azúcar... Ni un miligramo más”, relata.

“El predio no tenía muchas comodidades: no había baños y no había árboles. La cosa es que llegamos y nos asentamos... ¡y vimos que tampoco había agua! Entonces me fui al pueblo a buscar alguna taberna, bar, algún lugar donde me pudieran llenar la cantimplora.

-Y tuviste tu primer contacto con los isleños.

-No sabés lo nervioso que estaba... Iba a estrenar mi inglés y no sabía cómo me iban a recibir. Hay una imagen que no me olvido más. Yo iba caminando por una de las calles principales del pueblo, y de las casas, a ambos lados, todas las ventanitas corrían la cortina y me miraban. Me observaban desde todas las casas. No solo por mi pinta de mochilero, sino porque ellos ya sabían que iban a llegar dos argentinos.

-¿Cómo se enteraron?

-En Malvinas todas las casas tenían aparato de radio. La radio estaba prendida las 24 horas. El equipo no transmitía todo el día, pero ellos lo mantenían encendido, porque si había que dar una noticia, ese era el medio más efectivo a través del cual se podían enterar. Cada semana, una de las informaciones que circulaban por radio era la nómina de los vuelos de LADE. Todos sabían los nombres de los que llegaban a las islas. Imaginate, habrán empezado a escuchar la lista, llena de nombres ingleses, como John Travolta y Mary Poppins... hasta que aparece un tal Horacio Alonso. ¡¿Horacio Alonso?! Todo el mundo sabía que en el vuelo 200 del 8 de enero de 1973 llegaban dos mochileros argentinos de 20 y 22 años, Eduardo Jardón y Horacio Alonso”.

“Esa tarde había un solcito pocas veces repetido. No había nadie en la calle, ni los perros. Pero todos estaban mirando desde las casas. Por ahí aparece un tipo caminando por la misma vereda que iba yo, en sentido contrario. Eran las 2 de la tarde, yo no quería tocarle el timbre a cualquier inglés, porque no sabía cómo me iban a recibir. Pero este tipo se acercaba y yo me decía “no se me escapa, le tengo que preguntar”.

—Excuse me, le dije.

—Yes?

—I need water to drink, respondí y le mostré la cantimplora.

“El señor me saludó cálidamente y tocó timbre en una casa. Los dueños de casa me recibieron, me hicieron pasar y me cargaron la cantimplora. Tenían una cordialidad enorme al hablar… no me miraban mal, ni de reojo. Nada de eso. Me fui agrandado, alegre, me habían atendido bien”.

“Los isleños fueron muy amables”

Continúa Horacio:

“Fue una buena señal. Después volví al camping y vi que estaba el camión de YPF. Nos habían visitado los argentinos de la planta de YPF. ‘Vénganse después’, nos dijeron, nos invitaron a comer a la casa”.

“Mientras comíamos con ellos yo les comenté que mi tío trabajaba en YPF. Y, al parecer, no solo lo conocían, sino que lo adoraban. En ese instante, el dueño de casa nos dijo que fuéramos a comer a su casa todos los días”.

—Pero traje comida, le advertí. Yo no quería ser molestia.

—Enterrala, se vienen a comer a casa, respondió.

Horacio y Eduardo fueron adoptados “como dos sobrinos más” por los argentinos de YPF. Y, a través de ellos, hicieron amigos isleños: “Comimos en las casas de muchos de ellos”, dice.

-¿Cómo eran sus casas?

-Vos las veías desde afuera y pensabas “se deben morir de frío”. Pero por dentro eran muy cómodas, muy contenedoras.

-¿Cómo describirías a los isleños?

-Sin ninguna duda, gente muy agradable, amable. Gente que nos ha dicho: “Cuando vuelvan, se quedan acá, en casa”. Conversábamos de todo, pero más que nada sobre lo que hacíamos en nuestras vidas, nuestros trabajos, nuestros pasatiempos... Y me preguntaban por qué había ido a Malvinas. Charlábamos con limitación idiomática, pero con la avidez de aprender sobre el otro.

El baile: “Todos los ojos estaban clavados en nosotros”

“Un día nos dijeron ‘esta noche vamos a un baile’. A mí no me gustaba ir a bailes, pero no podía decir que no. En el pueblo había un salón de usos múltiples, donde se hacían las reuniones grandes. La ocasión de ese caso era que un isleño tenía ganas de hacer un baile -porque sí-, e invitó a todos los habitantes de las islas”.

“El salón era enorme. En el fondo había un escenario, donde tocaba una banda. Las sillas estaban puestas contra las paredes, para que el medio de la pista estuviese liberada para bailar. Todo el mundo usaba el pantalón Oxford; nosotros dos, sapos de otro pozo, éramos los únicos que estaban vestidos de otra manera. Todas, pero todas las miradas del baile, convergían en nosotros, los dos mochileros argentinos. Entonces dije ‘tengo que sacar a bailar a alguien’. Esperé a que tocara una serie de lentos y, con la mejor cara de piedra, me levanté, crucé todo el salón, y le hablé a una chica, miss Colleen, que me gustó. Bailamos un par de piezas, charlamos, y luego cada uno volvió a su silla. Resulta que era la hija del comisario. Imaginate... ¡después de esa canción, no quería ni acercarme!”.

Una semana después de su arribo, el lunes 15 de enero de 1973, los mochileros volvieron a la Argentina continental. La crónica de su viaje fue publicada pocos días más tarde en LA NACION.

Horacio y Miss Colleen mantuvieron la amistad. Se enviaron cartas durante muchos años. Pero eventualmente, la frecuencia de los mensajes se redujo hasta cesar. “Son cosas que van ocurriendo por el propio peso del tiempo. Vos te podés relacionar con alguien en vacaciones, y podés estar a los besos durante el viaje, y ese amor puede parecer eterno... Pero se termina a los dos días. Mi comunicación con Miss Colleen decayó por el paso del tiempo, nada más. Se van distanciado las cartas y los amores se enfrían”, dice Horacio.

-¿Cuál fue tu sensación cuando, 9 años después, inició la guerra?

-En el momento en el que comenzaba la guerra, yo dirigía una revista de un club de buceo: Escafandra. Para el primer número, que iba a ser publicado en junio de 1982, tenía previsto arrancar con un artículo sobre Malvinas. Más precisamente: quería escribir sobre el buceo en las islas. El título iba a ser “Islas Malvinas: nuevo paraíso del buceo argentino”, pero fue “Islas Malvinas: nuevo paraíso del buceo argentino?”. Antes de mandar a la imprenta, le agregué el signo de interrogación. Yo tenía la sensación de que no íbamos a volver.

Fuente: https://www.lanacion.com.ar/lifestyle/9-anos-antes-de-la-guerra-viajo-como-mochilero-por-las-islas-malvinas-me-advirtieron-que-me-podian-nid18052023/

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