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Alta Fidelidad: Kuropatwa y la sonrisa como una de las bellas artes

“¿Qué hace a los hogares de hoy sean tan atractivos, tan diferentes?”, se preguntaba y preguntaba Richard Hamilton (1922-2011) en el collage que puede considerarse la primera obra de pop art ...

“¿Qué hace a los hogares de hoy sean tan atractivos, tan diferentes?”, se preguntaba y preguntaba Richard Hamilton (1922-2011) en el collage que puede considerarse la primera obra de pop art (de hecho es la primera que incluye la palabra “pop” tomada de una golosina) desde que fuera incluida en la tapa del catálogo de la legendaria muestra This is tomorrow en la Whitechappel Gallery de Londres en 1956, diez años antes que de la cultura pop (no confundir con popular) lo tiñera todo desde Los Beatles en estado psicodélico al cine, el arte, la publicidad y hasta el fútbol con el norirlandés George Best convertido en un anticipo de David Beckham que ya tiene su serie.

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En La Boca, donde la escena del arte ocupa espacios en una lenta gentrificación, aquella pregunta de Hamilton acecha en la inauguración de la muestra La Sed en el nuevo espacio de Fundación Lariviére, una warehouse reconvertida en enorme cubo blanco. Son doce retratos de Alejandro Kuropatwa de una serie conocida como de “las sonrisas” dispuestos por Lara Marmor como un rompecabezas o un mural de mosaicos de los que no se puede despegar la vista.

Entonces Hamilton: ¿Qué hace que estos retratos de Kuropatwa sean tan atractivos, tan diferentes? Podría pasar horas frente a la gracia de su Amelita Baltar negra; el caústico primer plano de Marcia Schwartz, el gesto amoroso de Josefina Robirosa; un Cambre de moño que tiene treinta años menos que el mismo que deambula ahora entre la gente; un perro siberiano que levanta sus ojos de cielo. En una muestra colectiva de fotografía estos retratos de Kuropatwa que solo se habían exhibido en la fotogalería del San Martín a principios de los 90 son el punctum absoluto de todo. No se puede (o cuesta mucho) mirar otra cosa. Así como la vista se iba de forma inevitable a la palabra “pop” en el collage de Hamilton.

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Sonreír se supone que es el gesto natural de la fotografía social. Nos acostumbramos a decir “whisky” mucho antes de que el alcohol fuera un rito iniciático en la adolescencia y se le pide a uno que por favor sonría frente a la cámara. Hay algo que está mal sino. Kuropatwa parece haber trabajado en esta serie como un ensayista del acto reflejo del fotografiado. Son sonrisas antes que individuos y el efecto es que entremos al mural por los rostros conocidos (hay algunos que escapan al ojo público) para salir desconociéndolos en una multiplicación de sonrisas en las que ninguna es más sonrisa que la otra. Sonríe, la cámara de Kuropatwa te ama.

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Kuropatwa trasciende a sus modelos y hasta les devuelve cierta condición anónima. No les roba el alma, como creían los indios americanos que hacía la fotografía, sino acaso el nombre, la imagen pública, en fotos carnet de autor. Es la operación contraria de las fotos antiguas de las que se pierden referencias y se vuelven icónicas aún cuando el modelo es desconocido. Desde 1971, la imagen de un “thatcher” (ninguna coincidencia con la premier neoliberal, se trata de un oficio arcaico) cargando un fardo de paja para techar una vivienda rural incluida en la tapa del cuarto álbum de Led Zeppelin devino uno de los grandes misterios iconográficos del heavy metal. Enmarcada como una pintura del siglo XIX, el objeto adquirido por Robert Plant en un mercadillo cuelga en la tapa del disco de una pared que delata humedad y abandono en el wallpaper descascarado. La identidad del “thatcher” fue al fin revelada (como corresponde decir en la fotografía analógica) esta semana: el “viejo” de Led Zeppelin IV se llamaba Lot Long según pudo reconstruir Brian Edwards, un investigador de Historia Regional en la University of West que encontró la foto en un álbum victoriano de una casa de subastas.

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El miércoles, el museo de Wiltshire abrió una muestra dedicada a la obra de Ernest Farmer, el pionero de la fotografía inglesa que había captado a Long Lot en la zona rural de Wessex hacia 1899, setenta y dos años antes de que Led Zeppelin llevara esa imagen pastoral al indeleble disco con clásicos como “Stairway to Heaven”, “Black Dog” y “Rock and Roll”. En la foto vintage Long Lot, que se ayuda con una rama para poder caminar, no sonríe. Está encorvado y mira de reojo, desconfiado. Es que la sonrisa no había llegado a la cámara y el arte tampoco a la fotografía. En una sala contigua del galpón de Larivière, hay otro retrato muy poco visto de Kuropatwa: el de una bomba molotov. Sonreír demasiado acaso, hasta apretar los dientes.

Fuente: https://www.lanacion.com.ar/cultura/alta-fidelidad-kuropatwa-y-la-sonrisa-como-una-de-las-bellas-artes-nid12112023/

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