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Aunque dure solo un instante

Esto nos traerá recuerdos tristes o nostalgias ya un poco desgastadas. Pero por algún motivo el interrogante surge, casi de forma invariable, en toda reunión de amigos. “¿Dura el amor?” Esa...

Esto nos traerá recuerdos tristes o nostalgias ya un poco desgastadas. Pero por algún motivo el interrogante surge, casi de forma invariable, en toda reunión de amigos. “¿Dura el amor?” Esa es la pregunta que alguien dispara, de la nada, cuando estamos navegando las aguas dichosas de un romance nuevo. Sin que la esperemos, llega como una punzada. ¿Durará?

Siguen a esta pregunta, que detona en medio de la velada como una provocación maliciosa, una borrasca de argumentos, experiencias personales, expresiones de deseos y sentencias inapelables fundadas en falacias lógicas, que uno perdona porque el corazón tiene razones que la razón no entiende. Que sí. Que no. Que tal vez. Que por supuesto.

Esta es mi versión de los hechos. Solo mi versión. El amor es tan paradójico que toda pretensión de verdad es, por lo menos, ilusoria.

En mi versión, antes que nada, pongo en tela de juicio el verbo durar. Puede parecer una sutileza semántica, pero la semántica está fabricada con sutilezas. ¿Por qué nos permitimos preguntar si este amor durará? No es un lavarropas, que parece robusto y además viene con garantía. Sobre todo, el amor no viene con garantía. Que es la súplica que se embosca detrás de la pregunta por el durar. Pensamos en el amor como una posesión, como algo que ocurre, que nos llega, que nos es dado; como algo aparte de nosotros.

No es así, si me permiten una mirada alternativa. El amor, cualquier amor que vayamos a sentir, somos nosotros. No ama uno como quiere, sino como puede. Porque no es aparte de nosotros. El amor que sintamos en esta vida no es sino otra expresión de nuestra identidad. Quizá, la única valedera. O la más irrefutable.

Quiero decir, esa ternura del amor consolidado o la agitación alborotada del enamoramiento, y todo lo que ocurre en el medio –las cimas, los valles, las mesetas, los desencuentros, las reyertas y la felicidad inmensa, inasible y fugaz–, todo eso somos nosotros. Amor y biografía son sinónimos, o no son ni lo uno ni lo otro.

Pero claro, no estamos solos. No en el amor, al menos. Está esa persona que nos desvela, que es única en el mundo para nosotros, y que a su vez nos ama como es, aunque tendemos a creer que nos ama como nosotros la amamos. Solo que nadie ama igual. La química de este cruce de identidades llenaría bibliotecas, si acaso pudiera capturarse. Pero no solo no se puede, sino que además cambia todo el tiempo. Porque no somos; vamos siendo. El amor no dura, vive. Por eso hay que cuidarlo.

Sin embargo, a falta de garantías, el amor concede certezas. Pasada la etapa de las mariposas en el estómago, uno descubre si solo es adicto a los lepidópteros o si está en condiciones de amar. Se ha dicho mucho que el amor verdadero no se hace con el fuego sino con las brasas. En lo personal, preferiría evitar las metáforas incendiarias. Me parece más justo admitir, de una vez por todas, que no hay un amor igual para todos. Si es cierto que el amar y nuestra identidad son dos expresiones de la misma naturaleza, entonces estamos cautivos de nuestro amor. Nunca sabremos si el otro siente por nosotros lo mismo que nosotros sentimos por esa persona, por mucho que usemos, por economía del lenguaje, la misma palabra. Así que ser amado es un salto de fe. ¿Qué garantía ofrece un salto de fe?

Y una cosa más, si no es mucho pedir. Todos queremos ser amados. Es una adaptación evolutiva. Si buscáramos ser odiados, tendríamos –¿cómo decirlo con elegancia?– un montón de dificultades en esta vida. Así que está bien. Alguien nos dice que nos ama y con eso nos posee o nos subyuga. Pero el milagro está en amar. ¿Qué locura es esta que sentimos por esa persona en particular, una entre miles de millones? ¿De qué sirve? De nada. Pero nos define en nuestra humanidad, y si hay una tragedia en esta vida es el nunca haber amado a nadie.

Aunque dure un instante, el amor es nuestro misterio personal. Nuestro secreto.

Fuente: https://www.lanacion.com.ar/cultura/aunque-dure-solo-un-instante-nid14062023/

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