Creció en Francia, volver fue duro, pero halló éxito y bienestar: “No hace falta salir de Argentina para cambiar de vida”
Javier Menajovsky nació en Argentina, pero vivió gran parte de su infancia lejos de una tierra que se sentía distante. Apenas tenía dos años cuando se mudó a Francia, donde cursó casi toda l...
Javier Menajovsky nació en Argentina, pero vivió gran parte de su infancia lejos de una tierra que se sentía distante. Apenas tenía dos años cuando se mudó a Francia, donde cursó casi toda la primaria en Evry, una pequeña ciudad ubicada a media hora de París. Aún hoy recuerda los aromas de su primer barrio, en Montmartre, aquellos tiempos de juego al pie del funicular del Sacre Coeur, “ahí, donde transcurre buena parte de la película Amélie”, rememora.
Entre el aprendizaje escolar y las amistades, Javier comenzó a familiarizarse con el universo del vino. Su tío, Daniel, lo invitaba junto a sus primos a observar y participar en el proceso de embotellado de un prestigioso Pinot Noir que llegaba anualmente desde Nuits-Saint-Georges, una zona vinícola legendaria de la Bourgogne.
Fue ahí, rodeado de botellas y corchos, que Javier experimentó un interés peculiar por aquel mundo que surgió en su camino y que, sin saberlo, marcaría su vida entera. Y así, en una sucesión de recuerdos felices, los años pasaron hasta que cierto día en 5to grado sus padres le anunciaron que dejarían Francia para volver a su país de nacimiento, Argentina, una noticia que provocó en él un torbellino de emociones encontradas.
Volver a la Argentina: “Sigo con algunas partes del cerebro cableadas al modo francés”Javier volvió en 1986, un año inolvidable, entre el impacto cultural y Argentina campeón. Había algo mágico en aquel regreso al lugar que lo había visto nacer, todo era nuevo, conocía muy poco su tierra de origen, a la que había visitado tan solo en dos ocasiones, a los 5 y a los 8 años.
Pero aun a pesar de su entusiasmo por el cambio, aquel suelo, su suelo, se sentía extraño, provocando en él oleadas de nostalgia: “Había dejado en Francia a mis primos argentinos y franceses, mi familia de toda la infancia, con todos esos recuerdos hermosos de criarnos juntos, convivir casi a diario, vacacionar juntos… Allí había dejado también a mis primeros amiguitos”, explica.
“Llegar a la Argentina implicó tener que amoldarme a otra cultura, con varios puntos en común, pero también muchas diferencias con la francesa. Desde muy chico, en Francia, ya te empiezan a inculcar en la escuela y en la sociedad en general formas de razonar y ver el mundo muy diferentes a las de acá. Ya te exponen a la cultura desde muy chico y te muestran el lugar que ocupó Francia en la historia de muchas maneras, lo que te moldea a una forma de ver y de pensar muy diferente. Te exponen desde chico a todo tipo de actividades para que detectes tus pasiones y talentos de un modo que acá no sucede (por ejemplo, te hacen cocinar una vez, jugar al rugby una vez, natación, patinaje, coser, esquiar, etc.)”, continúa.
“Por el contrario, en Argentina me encontré con una cultura de la calle mucho más desarrollada, que tuve que aprender para poder hacer amigos y conectar con los demás, y en la que descubrí que todo pasaba menos por lo intelectual y más por lo afectivo. El argentino es a las claras mucho más genuino, cálido, cercano y apasionado, pero a la vez mucho más informal, un cambio que al principio me costó”.
“Ese choque cultural creo que nunca logré incorporarlo del todo, sigo con algunas partes del cerebro cableadas al modo francés, pero lo que antes veía como una dificultad hoy lo veo como una influencia muy valiosa, que me ha servido mucho en la vida y en mi desarrollo profesional. Un mix que con el tiempo he aprendido a valorar y disfrutar, pero que al comienzo me costó bastante asimilar”.
Estudiar, crear, triunfar, ¿irse?: “Muchas veces pensé en volver a Francia”Tras finalizar el colegio secundario en Buenos Aires, Javier decidió abocarse a los estudios universitarios. La atmósfera francesa, mientras tanto, jamás quedaba en el olvido y fomentaba sus ganas de emprender fusionando culturas. Entre exámenes y proyectos, en 2004 Javier decidió lanzar su primer proyecto: GlamOut.com, una agenda de salidas digital que fue pionera y revolucionó la escena porteña. A la par, el joven desarrolló su pasión por la música electrónica y se transformó en DJ, una actividad que lo acompaña hasta el presente.
Los estudios, sin embargo, nunca dejaron de ser su prioridad. Se recibió de abogado y, más tarde, de licenciado en Administración en la UBA. Tras el éxito de GlamOut.com, fundó la primera productora especializada en eventos de vinos en Latinoamérica (Wine Revolution). Estos logros le permitieron organizar exposiciones y festivales propios así como de terceros en diversas ciudades tales como Buenos Aires, Mendoza, San Pablo, México y Nueva York.
La fuerte pasión de Javier por el mundo del vino lo llevó, finalmente, a estudiar asimismo la carrera de Sommelier (CAVE), mientras que la idea de irse de Argentina jamás lo abandonaba: “Creo que esto de haberme criado en otro lado y haber cambiado de país tan de chico me quitó el miedo a mudarme lejos, y hasta te diría que me lo incentivó. Muchas veces pensé en `volver´ a Francia, porque me sentía de allá, que esto de vivir en Argentina era parte de un nuevo viaje y que, quizás, mi crecimiento personal y profesional podía darse mejor allá”, revela Javier.
Argentina en la piel y la pasión por el vino: “Mendoza apareció como el lugar natural”Pero los años fueron pasando y Argentina, poco a poco, había ingresado en su piel. Javier notaba la fuerza de su dualidad, como aquella vez, cuando visitó Francia para el Mundial de 1998. Aterrizó como fan argentino, sufrió la derrota con Holanda, pero tras el duelo y la tristeza, supo ser parte de la fiesta en París cuando la nación europea levantó la copa.
El amor, por otro lado, también había ingresado a su vida para darle inicio a un período fundamental que lo confrontó con su propia historia. Sus hijos Nahuel (12) y Gael (8) llegaron al mundo y su deseo de irse a vivir a otro país, ahora compartido con su mujer, Stella, siguió creciendo.
“La pandemia fue el detonante clave que nos ayudó en la decisión. Un día de 2020 me explotó la cabeza y comencé a buscarle una salida a tanto encierro aferrándome a esa idea de mudarnos. De pronto, Mendoza apareció como el lugar natural a donde ir. Tanto mi mujer como yo trabajamos en el mundo del vino y ya viajábamos a Mendoza muy seguido, además de ser los dos emprendedores independientes, con la libertad de poder movernos de lugar con relativa facilidad”, cuenta.
“La edad de los chicos fue otro factor clave. Me vi reflejado en ellos, como si estuvieran atravesando la misma experiencia que yo a su edad, y sabiendo que mi hijo mayor estaba por entrar pronto en la adolescencia, me di cuenta de que era ahora o nunca. No quería que ellos pasaran por el mismo desarraigo y choque cultural; era el momento de hacerlo, pero entendí que tenía que ser un lugar parecido a Buenos Aires, sin cambio de idioma y sobre todo sin cambio fuerte de cultura”.
“La calidad de vida en Mendoza es muy diferente a la de la gran ciudad, sobre todo porque aprendés a disfrutar de cosas sencillas que de otro modo te las vas perdiendo, como mirar la montaña, o tirarte a tomar sol a la vera de un río, o irte a almorzar en el medio de un viñedo, todo a pocos minutos de casa. Vivimos rodeados de árboles y mucho más conectados con el entorno que antes. Eso también te expone a convivir con tormentas de viento como el zonda o con grandes nevadas, así como con limitaciones impuestas por una vida más alejada de la gran ciudad, en la que tenés que usar el auto para todo, pero también bajar varios cambios en el ritmo de vida. Al final del día, te das cuenta de que es mucho mejor y no te afecta laboralmente en nada, al menos a nosotros que podemos trabajar de forma remota casi todo el tiempo”.
Aprendizajes en un mundo conectado: “A los chicos, el lugar donde nacieron no los tiene que condicionar sino potenciar”Hoy Javier rememora a aquel niño que creció en Francia y fue “desgarrado” a su tierra de origen y se siente afortunado. Aquello que alguna vez tanto impactó en su vida, se transformó en su mayor fortaleza.
“Mi camino de vida me enseñó que exponerte a diferentes culturas y lugares te enriquece enormemente, si bien puede resultar algo difícil al comienzo. Y que si estás abierto a conectar con el lugar y con la gente, te llenás de muy buenos amigos”, sonríe Javier. “Creo también que es una enseñanza impagable para los chicos, que van a vivir en un mundo cada vez más interconectado para el que está buenísimo que se vayan preparando, entendiendo que el lugar donde nacieron no los tiene que condicionar sino potenciar. Que está genial encontrar esas conexiones entre lo que son y lo que les gustaría ser”, reflexiona.
“Y en nuestro caso, que se puede vivir más cerca de la naturaleza sin perder la conexión con la gran ciudad, que no hace falta salir de Argentina para cambiar de vida y que está genial animarse al cambio, que te refresca las energías como pocas cosas lo hacen”, concluye.
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