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De Tijuana a Lampedusa, millones votan con los pies

Ante el temor de perder el poder, el kirchnerismo y sus aliados teatralizan escenas de terror, como la probabilidad de una regresión histórica que deje a la población sin derechos. Algunos de su...

Ante el temor de perder el poder, el kirchnerismo y sus aliados teatralizan escenas de terror, como la probabilidad de una regresión histórica que deje a la población sin derechos. Algunos de sus voceros señalan que el triunfo de la derecha implicaría un salto hacia atrás de 50 años. Es decir, al año 1973, justamente cuando Héctor Cámpora fue elegido presidente y los montoneros tomaron el poder. Con seguridad fue un acto fallido pues, de lo contrario, celebrarían la posibilidad de modificar la historia evitando que Perón los echase de la plaza e Isabel ordenase aniquilarlos. Si lo hubiesen logrado, hoy la Argentina sería tan próspera como Cuba. Después de tanta agua corrida bajo el puente, cabe preguntarse: ¿cómo pueden aún reivindicar sus herederos sistemas perimidos, cuando el mundo demuestra por doquier el fracaso del socialismo como forma de organización política? ¿Y cuando millones nos enseñan, al votar con sus pies?

En Italia, la pequeña isla de Lampedusa, próxima a las costas de Túnez, ha recibido miles de inmigrantes que intentan acceder a Europa en busca de un futuro mejor. También llegan oleadas de refugiados de Siria y Afganistán a través de la ruta de los Balcanes, a pesar de la oposición de Hungría.

Es cierto que esas diásporas se originan en guerras, cataclismos naturales y crisis humanitarias, pero en todos los casos son familias que procuran salvarse buscando trabajo en España, Francia, Alemania, Escandinavia o Gran Bretaña y no en Rusia, Turkmenistán, Bielorrusia o Irán, que no les quedan tan lejos.

También en Tijuana, México, miles de inmigrantes acampan para intentar cruzar a los Estados Unidos. Muchos de ellos han atravesado a pie el Tapón del Darién entre Colombia y Panamá, arriesgando sus vidas para entrar por Texas o California. La mayoría proviene del Triángulo Norte de Centroamérica (Honduras, El Salvador, Guatemala) y otros de Cuba, Nicaragua, Venezuela y Haití, cuyos regímenes son variantes autoritarias de socialismo.

En la Argentina temen por los derechos laborales sindicalistas gordos y delgados, consecuentes y disidentes, casi todos millonarios y funcionales al poder de turno, de izquierda o de derecha, mientras les mantengan privilegios inconcebibles en la Unión Europea o Estados Unidos –a cambio de huelgas generales o de paz social, según soplen los vientos. Entretanto, el empleo formal se reduce a niveles sin parangón en la historia y el informal se expande, empujando a los trabajadores a emigrar del sistema regular como a Lampedusa o a Tijuana, aunque dentro del territorio nacional. En el país de la justicia social, la única igualdad existe en la miseria, la pobreza y la exclusión.

Los movimientos sociales sostienen que el capitalismo llegó a su fin y que arribó el tiempo de la economía popular, financiada con recursos públicos. Imaginan un futuro productivo basado en cooperativas carentes de capital, faltas de tecnología e ignorantes de buena gestión, para soportar sobre sus hombros el gasto de un Estado desmesurado, al que todos reclaman subsidios y derechos.

Otros creen que el drama de la pobreza se soluciona ocupando predios suburbanos y rurales para cultivar huertas y abastecerse de alimentos, como lo propone Nicolás Maduro en Venezuela ante la falta de divisas para importarlos. Pero ni quienes cruzan a Lampedusa ni quienes atraviesan el rio Grande esperan lograr “tierra, techo y trabajo” con tomas de tierras o recuperación de empresas, sino mediante los ingresos que obtengan en economías abiertas, impulsadas por las fuerzas del mercado. Si al llegar debiesen alojarse en viviendas precarias, será como solución transitoria hasta progresar con trabajo y esfuerzo, y no con empleo público ni con planes sociales.

De Tijuana a Lampedusa, millones de personas señalan con su rumbo las naciones a las cuales la Argentina debe tomar como modelos

En la reciente Cumbre del G77 + China, celebrada en La Habana, cuyo lema fue “Ciencia. tecnología e innovación al servicio del desarrollo”, Alberto Fernández se abrazó con Raúl Castro, Miguel Díaz Canel, Nicolás Maduro, Daniel Ortega y otros dictadores de la región, mientras se quejaban por la distribución desigual de las vacunas en la pandemia, silenciando aquel las turbias maniobras que costaron cientos de muertos por la demora en acceder a ellas por los prejuicios ideológicos que signaron su propia gestión. Sus interlocutores, que repetían latiguillos respecto de la ciencia, la tecnología y la innovación, no logran alimentar a sus hijos, quienes huyen en tropel hacia los Estados Unidos en pos de bienes esenciales.

Aferrado a los faldones de China, Brasil y la India para pedirles apoyo político y ayuda financiera, nuestro presidente observa la paja en el ojo ajeno mientras ignora la viga en el propio. Bajo la etiqueta del “Sur Global”, nuevo refrito del Movimiento de Países No Alineados, Fernández repitió su retórica antiimperialista, más aplicable a Pekín que a Washington, mientras Sergio Massa aumenta el endeudamiento con ayuda del Fondo Monetario para sostener una economía desquiciada, donde la clase media se ha hecho pobre y los pobres, indigentes.

En esa reunión, el colombiano Gustavo Petro, cuyos connacionales también atosigan el Tapón del Darién, equiparó la invasión de Rusia a Ucrania con el conflicto entre Israel y Palestina, ante el beneplácito de Abu Mazen, presidente de esa república y extitular de la OLP. Y donde el representante de Burkina Faso terminó su discurso con el “Patria o Muerte, ¡venceremos!” que caracterizó a Fidel Castro, padre intelectual y “sponsor” material de la guerrilla que asoló América Latina hace 50 años.

Si Adolfo Pérez Esquivel temiese por el negacionismo en derechos humanos, ahora tiene buenas noticias: sobre la denuncia del fiscal Alberto Nisman se ha reabierto la causa del pacto con Irán, celebrado para tapar el atentado terrorista a la AMIA que causó la muerte de 85 personas con apoyo de un Estado extranjero. Y si a Juan Grabois le preocupa el problema de la vivienda, ahora podrá indagar acerca de quiénes están detrás de los fondos que deben cobrar de la Argentina más de 16.000 millones de dólares por el caso YPF, suficientes para solucionarlo. Su amistad con Axel Kicillof quizás le facilite la investigación, la sanción a los culpables y la recuperación del millonario botín.

La Argentina conserva un marco institucional vetusto, de hace medio siglo, mezcla de fascismo y socialismo, que ha anquilosado su productividad y obstaculizado su inserción en el mundo. Si pretende retener a los jóvenes y cuidar a sus mayores, debe dar un salto de 50 años hacia adelante, adoptando las reglas de juego de los países que funcionan y no alineándose con aquellos que expulsan a sus poblaciones. No es un tema de derechas ni de izquierdas, sino de sentido común.

No es necesario entender mucho de derecho ni de economía: solo basta seguir las huellas de aquellos millones de personas que en el mundo peregrinan con sus familias a cuestas y observar qué países eligen como destinos para forjarse un futuro mejor.

De Tijuana a Lampedusa, millones votan con sus pies y al marchar, señalan con su rumbo las naciones a las cuales la Argentina debe tomar como modelos. Al asumir la presidencia, Alberto Fernández dijo que el suyo era Noruega. Quizás haya colocado una vara demasiado alta y nos bastaría con un objetivo más modesto. Esto es, ponerla al nivel que fijó nuestra Constitución Nacional antes de que hubiésemos optado por ignorarla pasándola por debajo, bien abajo.

Fuente: https://www.lanacion.com.ar/editoriales/de-tijuana-a-lampedusa-millones-votan-con-los-pies-nid24092023/

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