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Después de 90 años, un local icónico de la Galería Güemes cierra su venta presencial para vender online: “Santiago Maratea fue cadete del lugar”

Los carteles para la numeración del Teatro Colón y la Catedral de Buenos Aires. También de otros edificios emblemáticos porteños como el Kavanagh y el Versailles Palace. Sellos de bronce para ...

Los carteles para la numeración del Teatro Colón y la Catedral de Buenos Aires. También de otros edificios emblemáticos porteños como el Kavanagh y el Versailles Palace. Sellos de bronce para lacre y de goma que diseñaban exclusivamente para las antiguas tiendas departamentales Harrods y Gath y Chaves; y los de polímero de cientos de abogados, médicos, banqueros y oficinistas, quienes a diario les solicitaban tintas, almohadillas y tarjetas personalizadas.

Así como las chapas y placas profesionales (de bronce fundido o acero) que cuelgan en la entrada de sus despachos. Además, de grabados, a mano, en valiosos objetos: medallas, trofeos, alianzas, cuchillos y encendedores, entre otros. “Casa Policella”, es la responsable de todos ellos.

Desde 1932, la cuarta generación: cierre presencial y apertura virtual

Es la tienda de sellos, grabados, enlozados y papelería más antigua de la ciudad de Buenos Aires. “Fue fundada por mi abuelo Don Alfredo Policella allá por el año 1932. Ahora vamos por la cuarta generación en el oficio”, confiesa su nieta Melina, detrás del mostrador de una de las góndolas comerciales de la elegante Galería Güemes (con entrada por la peatonal Florida 165 y San Martín 170).

Para Melina, es un día especial: después de más de 90 años cerrará las persianas del local. “Hoy antes de llegar estaba nerviosa y con nostalgia. Es que acá pasé toda mi infancia. La galería tiene un aroma especial y está repleta de recuerdos imborrables”, expresa, mientras acomoda en bolsas los últimos tacos de madera de los sellos y algunos carteles enlozados (con frases) que quedaron en la vidriera.

En tanto, varios peatones se acercan a consultar si “será un adiós definitivo”. Ella, amablemente les explica que el emprendimiento familiar continuará, pero a través de la venta online. “Fue difícil tomar esta decisión, pero no me quedó otra alternativa. El centro cambió muchísimo tras la pandemia y aún está bastante desolado”, agrega Policella, quien asegura que sus principales clientes siempre han sido los oficinistas de la zona.

Don Alfredo, de Italia a lo desconocido

La historia comienza en Sicilia, Italia. A mediados del siglo XX Don Alfredo Policella dejó atrás su querida tierra para embarcarse rumbo a lo desconocido. Además de su pequeña maleta repleta de sueños, acarreó bajo el brazo el preciado oficio de grabador. Tras un mes de navegación llegó al Puerto de Buenos Aires y se instaló en la ciudad de Hurlingham. Allí conoció a la señorita Leda Ambrosini y al tiempo se casaron. Fruto de su amor llegaron sus dos niños Daniel y Liliana.

En el barrio, Don Policella realizaba algunos grabados artesanales para vecinos y conocidos. Años más tarde, en 1932, se le ocurrió montar un pequeño local en la icónica Galería Güemes, considerado por muchos el primer rascacielos de Buenos Aires. “El abuelo eligió un punto estratégico: en ese momento acá era el epicentro de la ciudad. En sus catorce pisos había de todo: comercios, restaurantes, teatro, hotel, oficinas y departamentos para alquilar. La gente venía a pasear vestido de punta en blanco con sombreros, trajes y lujosos vestidos. Siempre fue muy elegante. Antiguamente las góndolas comerciales tenían persianas de madera”, relata su nieta y cuenta que el nombre del emprendimiento es en honor al apellido familiar.

Durante los primeros años el fuerte de la casa eran los grabados (a mano) de metales: placas, lapiceras, alhajas, encendedores, platería gauchesca y otros objetos personalizados. Cuentan que Don Alfredo era todo un artista y que en aquellos años era un clásico encontrarlo trabajando, a primera hora de la mañana, en su escritorio con sus preciados instrumentos: buril y lupa. Era muy meticuloso y tenía un talento innato: grababa piezas pequeñas con gran detalle y todos sus clientes se quedaban maravillados con sus obras. Lo llamaban el maestro.

“Él se sentaba en ese rinconcito al lado de la vidriera a grabar. A la gente le encantaba quedarse varios minutos contemplando su mano mágica. Era cautivante”, describe Melina y nos muestra una antigua fotografía blanco y negro de su abuelo. “Sus manos eran robustas. Lamentablemente al tiempo se le descubrió que padecía una enfermedad llamada acromegalia”, detalla, emocionada.

Desde el principio, otro de los protagonistas de la casa fueron los sellos. Los “Sellos Policella”, con su distintivo logo rojo, se transformó en un clásico de los bancos, oficinas, fiscalías y estudios jurídicos. “Antes todo llevaba sello: los membretes, facturas, cartas, documentación, cajas de zapatos, lo que se te ocurra”, expresa Melina y recuerda que en una época tenían en el tercer piso de la galería un taller especial.

“Allí se armaban, letra por letra, los sellos de goma. Luego, al fuego se hacía cada molde en alto relieve. Por último, se montaba en las maderitas”, detalla y cuenta que eran impresionante la cantidad de pedidos diarios que entregaban: entre tres a cuatro bolsas de arpillera con 200 unidades. Otro muy demandado de la época eran los de bronce para lacre. Con el tiempo, se fueron modernizando y aparecieron los de polímero y los “Retráctil” (automáticos). En el local siempre fueron muy solicitados los accesorios: tintas de colores clásicos (negro, azul, verde, rojo y violeta) y las almohadillas de distintos tamaños para embeberlos. Los carteles y chapas de bronce o enlozados con los nombres de estancias de campo, numeraciones, frases cómicas y vintage, también encabezan la lista de los preferidos de los habitués.

A sus cuarenta años, recién cumplidos, Don Alfredo falleció a causa de una grave enfermedad. Su hijo Daniel tomó las riendas del negocio. “A mi padre esto le apasionaba. Él siempre recordaba que de jovencito venía al negocio “con pantalones cortos” y que apenas llegaba al mostrador. Cuando salía de la escuela primaria se daba una vuelta por la galería para ayudar a poner las perillas en los cabos de madera de los sellos. La historia se repitió conmigo: cuando era chiquitita me encantaba jugar con las hojas y las tintas de colores. Salía siempre con la ropa manchada (risas)”, confiesa, quien a los veinticinco años se metió de lleno en el rubro. Actualmente, sus hijos, Juan Martín y Gonzalo, también la ayudan en el día a día del negocio.

Gregorio Pérez Companc, Saint-Exupéry y Santiago Maratea vinculados a los sellos y chapas

Por aquel local han pasado varias generaciones. “Atendemos a abuelos y a nietos. A muchos los conocemos de niños”, dice Melina. Entre sus principales clientes hay grandes empresarios, secretarias, abogados, ingenieros y médicos, entre otros. “Gregorio Pérez Companc venía personalmente a encargar los carteles para las tranqueras de su campo. A Oscar Marzol, el papá de Noelia, le realizamos todas las chapas para su museo Iriarte”, confiesa y nos cuenta otro dato curioso de la farándula: en el 2012 el influencer “Santiago Maratea fue cadete en el local. Durante un tiempo se encargó de hacer los envíos a domicilio de los pedidos que nos solicitaban las empresas”, detalla la emprendedora.

En los últimos años, el negocio cambió drásticamente. “Con la pandemia el centro porteño quedó vacío y al día de hoy se sigue recuperando. Realmente fue una agonía para nosotros. De hecho, en el local incorporamos un kiosko para poder subsistir. En poco tiempo, cambiaron mucho los hábitos: con las firmas digitales ya no nos encargan tantos sellos. Los más demandados ahora son los personalizados para emprendedores para rotular cajas y bolsas. Actualmente, la mayoría de los clientes fieles nos encargan todo online”, reconoce.

¿Qué es lo que más te apasiona de este oficio?

El reconocimiento del rubro. Cuando digo mi apellido muchas veces la gente me pregunta: “¿Tenés algo que ver con los sellos?”. Me parece algo fantástico y estoy orgullosa de poder continuar con la tradición.

Antes de despedirse, nos muestra una chapa de bronce colgada en una de las paredes del pasaje Güemes. Recuerda al escritor de “El Principito”, Antoine de Saint-Exupéry. “Vivió en este edificio entre 1929 y 1930 donde escribió su obra “Vuelo nocturno” publicada en 1931, inspirada por sus aventuras en la República Argentina”. “También la grabamos nosotros”, remata orgullosa y observa las imponentes cúpulas de vidrio y hierro que custodian la galería.

Fuente: https://www.lanacion.com.ar/lifestyle/despues-de-90-anos-un-local-iconico-de-la-galeria-guemes-cierra-su-venta-presencial-para-vender-nid17072023/

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