Doce pasos para una muerte absurda
En tiempos bastante lejanos de la ciudad de Buenos Aires, no era infrecuente que...
En tiempos bastante lejanos de la ciudad de Buenos Aires, no era infrecuente que las ofensas a la honra se dirimieran a través de un duelo. Así fue como un 28 de diciembre de 1894 a las 11 de la mañana, en algún lugar del Hipódromo Nacional, sito en el bajo Belgrano, ubicados a 12 pasos de distancia y con sendas pistolas de arzón en mano, Lucio V. López y el Coronel Carlos Sarmiento se enfrentaron en un lance de honor que culminó, como podía esperarse, mal. Uno de los contendientes cayó herido de muerte por un proyectil que le atravesó el hígado.
Pero mejor comenzar esta historia desde un principio. Lucio Vicente López, jurista, periodista, escritor –autor de La gran aldea- ocupó a lo largo de su vida varios cargos como funcionario. Así fue, por poco tiempo en la presidencia de Luis Sáenz Peña, interventor de la provincia de Buenos Aires.
En ese puesto, López, que tenía fama de ejercer sus funciones con severidad, investigó una posible defraudación que envolvía al Banco Hipotecario de la Provincia. Al parecer había personas que sacaban onerosos préstamos de la entidad que luego no devolvían. En esta maniobra de corrupción estaría involucrado el coronel Sarmiento. El militar, que entonces era secretario privado del ministro de Guerra Luis María Campos, fue acusado de beneficiarse con una operación espuria para quedarse con tierras en Chacabuco.
Por causa de esta imputación, Sarmiento estuvo en prisión preventiva por tres meses, en los que dejó crecer dentro suyo un odio implacable contra López. El coronel consideraba que el interventor tenía motivos personales contra él, por causa de sus diferencias políticas.
Como sea, una instancia superior de la justicia dictó sentencia poco tiempo después y Sarmiento fue declarado inocente. Pero el militar no dejaría las cosas allí. Tras obtener su libertad, colmado por la indignación, escribió una carta dirigida a López que publicó La Prensa, en la que, entre otras cosas, le espetaba: “Usted ha pretendido manchar un nombre y un apellido a quienes debe respeto y solo ha logrado comprobar la justa fama de díscolo, perverso y cobarde de la que goza en el país”. La misiva culminaba con un término que en aquel entonces era sinónimo de retar a duelo: “Proceda”.
Acusado de cobarde, y pese a no tener experiencia con las armas, López aceptó el desafío.
Aquí vale aclarar algo. En la década de 1890, en general los duelos, aunque lo parecieran, ya no eran “a muerte”. La historiadora Sandra Gayol, especialista en estos temas, señaló en una entrevista a LA NACION que batirse a duelo solía ser más una “puesta en escena”, una manera más bien civilizada de dirimir disputas que evitaban otro tipo de violencia. De hecho, había reglas para que estos lances no terminaran con sangre derramada: los contendientes permanecían con el brazo elevado hasta la orden de disparar, no tenían permitido apuntar, se utilizaban balas esféricas –más fáciles de desinfectar- y había presencia de médicos en el lugar. Pero todo eso podía fallar. Y falló.
El día señalado, López y Sarmiento se presentaron en el mencionado Hipódromo Nacional. Lucio V. Mansilla y Francisco Beazley eran los padrinos del primero. Francisco Bosch y el contralmirante Daniel de Solier, los del segundo. Con la seriedad correspondiente, ambos esperaron, con los brazos en vertical, la señal para disparar. El primer intercambio de balas resultó inofensivo para los dos. Podrían haberlo dejado ahí, pero el destino es caprichoso y acordaron realizar una nueva descarga. Entonces fue cuando Lucio V. López recibió el impacto mortal.
El herido fue trasladado a su casa. Allí murió, en la madrugada del 29 de diciembre de 1894. Tenía 46 años.
López fue llorado por gran parte de la sociedad porteña y su muerte, considerada por la prensa como “absurda” abrió la reflexión sobre lo innecesario de este tipo de lances. Sarmiento, en tanto, estuvo un año en prisión, pero después continuó con su vida. En un duelo, su honor había sido subsanado. O al menos eso quiso creer.
Fuente: https://www.lanacion.com.ar/opinion/doce-pasos-para-una-muerte-absurda-nid18092023/