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El cambio incierto o la continuidad recargada

Alguna vez el escritor norteamericano William Styron contó que una depresión feroz lo tuvo al borde del suicidio. Cuando creía que ya nada valía la pena y no le quedaba energía ni para ponerse...

Alguna vez el escritor norteamericano William Styron contó que una depresión feroz lo tuvo al borde del suicidio. Cuando creía que ya nada valía la pena y no le quedaba energía ni para ponerse de pie, lo rescató del pozo la audición completa de Ein Deutsches Requiem, el oratorio con el que Johannes Brahms ofreció, más que una plegaria por los difuntos, un consuelo para aquellos que han de seguir viviendo en el dolor de la pérdida. Yo siempre viví en la certeza del poder reparador de la música, de modo que al conocer esa historia salí a conseguir una buena versión de aquella obra, que hoy tiene un lugar entre mis CD más preciados. Al margen: Borges no era un amante de Brahms, pero escribió un cuento extraordinario que tituló Deutsches Requiem, en el que, desde la voz de un genocida nazi, indaga en la naturaleza del destino humano y en la forma en que un hombre sediento de sentido es capaz de abrazar ideas totalitarias que apagan todo sentimiento de piedad.

Volví a pensar en Styron en estos días. Pero no por su parábola de caída y redención, sino por una película de Alan Pakula que a principios de los años 80 llevó al cine una novela suya, La decisión de Sophie. Disfruté la primera parte, sobre todo por la relación que entablan los dos personajes protagónicos, interpretados por Meryl Streep y Kevin Kline. La segunda parte narra, en un largo flashback, la terrible decisión que tuvo que enfrentar Sophie cuando, prisionera junto a sus dos hijos en Auschwitz durante la Segunda Guerra Mundial, un oficial de las SS le da la posibilidad de salvar a uno de ellos de la cámara de gas y la pone en la insoportable posición de tener que elegir entre ambos. Aquello me pareció un golpe bajo. Cuesta pensar en un dilema más horrible para una madre. ¿Se puede tomar una decisión semejante? Y, en todo caso, ¿a cuál de los hijos elegir y por qué?

No resulta difícil deducir por qué recordé ahora a Styron y esa vieja película. Una deriva electoral impensada me ha puesto ante una disyuntiva que representa, para mí, un golpe bajo. Salvando todas las distancias con la pobre Sophie, en algo me identifico con ella: sé que no puedo escapar del dilema y que debo actuar después de tomar una decisión, cualquiera sea. Esa decisión no le va a costar en principio la vida a nadie, pero será el grano de arena que irá a integrar el médano de la voluntad colectiva a partir de la cual empezará a escribirse un futuro que marcará nuestra vida y, sí, también la de nuestros hijos. Muy borgeano: el simple gesto de hoy puede sellar la desgracia de mañana.

Esa parte de la sociedad que ha resistido la irracionalidad populista quedó en estado de orfandad, agravada por la disgregación de la coalición opositora

En una segunda vuelta, dicen, hay que optar por el candidato menos malo. Esa es la premisa para quienes en la primera vuelta no votaron por ninguna de las dos ofertas que quedaron en carrera. Pero ¿qué pasa si la opción menos mala también supone, a nuestro entender, un mal? La cuestión aquí es si un mal puede ayudar a evitar otro mal mayor. Para complicar las cosas, uno de ellos es conocido, en tanto del otro solo podemos tejer conjeturas sobre el alcance que podrían tener sus efectos negativos. A partir de evidencias preocupantes, eso sí. Muchos de los que votaron a Juntos por el Cambio han de estar lidiando con pensamientos como este. Y, hablando en criollo, están jodidos. No puede haber una resolución satisfactoria del asunto, porque por naturaleza uno tiende a evitar la elección consciente de lo que considera un mal. Pero, por otra parte, no optar podría significar, paradójicamente, evitar la oportunidad de rechazarlo. No hay vía de escape a la vista, no se sale indemne de aquí. Un consuelo para quienes padecen este trance –y yo podría contarme entre ellos– es que han hecho lo que estaba en sus manos para no llegar a este punto desolado.

Lo cierto es que esa parte de la ciudadanía que ha resistido la irracionalidad populista quedó en estado de orfandad, agravada además por la disgregación de la coalición opositora. Juntos por el Cambio fue, durante ocho años, un escudo en defensa de los valores republicanos frente al asedio del kirchnerismo a las instituciones. Habrá que hacer un listado de los errores que lo llevaron a perder veinte puntos desde las elecciones de 2021. Sin embargo, lo más doloroso es que ese escudo se desintegra justo cuando la continuidad del oficialismo resulta probable. Ante la tarea de destrucción que el kirchnerismo ha desplegado durante estos años, en especial desde el gobierno, deberíamos preguntarnos hasta dónde podrían llegar sus tropelías y su afán de hegemonía antidemocrática en caso de resultar nuevamente elegido por el voto.

Sergio Massa es la nueva máscara del peronismo. Detrás de él vienen todos, con Cristina Kirchner a la cabeza. En verdad, ya están ahí. Y no descansan. En estos días, los jueces de la Corte Suprema, sometidos a la farsa de un juicio político que contó con el aval del ministro-candidato, denunciaron el “ataque frontal a la división de poderes”.

Quebraron a la sociedad. Quebraron a la oposición. Van por la Corte. No sé si Javier Milei representaría el cambio, ni qué tipo de cambio. Massa, de eso estoy seguro, es la continuidad. Recargada.

Fuente: https://www.lanacion.com.ar/opinion/el-cambio-incierto-o-la-continuidad-recargada-nid04112023/

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