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El juego de pinzas de dos líderes mesiánicos

La jefa del peronismo claudicó. Esta semana dijo, con todas las letras, que no va a ser parte de la próxima batalla electoral. Optó por la huida. La actitud no sorprende. Forma parte de un dispo...

La jefa del peronismo claudicó. Esta semana dijo, con todas las letras, que no va a ser parte de la próxima batalla electoral. Optó por la huida. La actitud no sorprende. Forma parte de un dispositivo de conducta que Cristina Kirchner exhibió en forma recurrente. En estos veinte años de kirchnerismo, le ha escapado sistemáticamente a dos cosas: la responsabilidad por las consecuencias de sus actos y las derrotas. ¿Por qué esta vez iba a ser distinto? Hizo números y decidió. No lo habrá tenido que pensar mucho. Cuando las circunstancias no ofrecen rédito, sino más bien un riesgo a enfrentar o un costo a asumir, les quita el cuerpo. Las evita. Manda al frente a otros y ella se preserva con astucia. No es, claro, la que escapa o tira la toalla. Eso jamás. Es la que se entrega a la defensa de valores más elevados por los cuales, aunque no lo parezca, se inmola. En el relato, la guerra es la paz. Y la retirada, un acto de heroísmo.

Del Gobierno ya se había ido hace rato. Según Larroque, está pergeñando un plan superador. Ella misma dijo que resulta imprescindible la construcción de un programa que vuelva a enamorar. El de la presente administración, que tenía por fin doblegar a la Justicia para lograr su impunidad, no funcionó. Y ya sabemos: ante el fracaso, se va. Igual que el Presidente, que también se fue y ahora anda de gira artística por las provincias. Ante esta virtual acefalía, no sabemos en manos de quién estamos. Me temo que dependemos de Sergio Massa, el de la papa caliente, que trata de mantener en pie la estantería para poder ser el derrotado en octubre y seguir jugando. En la desbandada del trío que firmó aquel fatídico pacto en 2019, el país va a la deriva, un poco más castigado cada día.

¿Qué es hoy el peronismo? ¿Quién podría atraparlo en una definición fija que quede a salvo de su condición transformista? ¿O es solo adaptación al cambio?

Cristina acaso ya testea su nuevo plan. Si no pudo imponer su proyecto hegemónico con trampa, queda clamar que fue a causa de la trampa de los enemigos del pueblo. La proyección paranoica de siempre: la Justicia, cómplice de los medios, la proscribe. La quieren hacer entrar en un juego perverso que se esconde tras una “fachada democrática”. Por eso se baja. Y por eso lo que venga después carecerá de legitimidad. La resistencia peronista ya tiene su grito de guerra para defender a pedradas la supervivencia de la patria corporativa.

Los kirchneristas, que viven en el relato, también denuncian proscripción. Sin embargo, inmunes a las contradicciones, hasta ayer nomás la querían candidata y confiaban en que no los defraudaría. Como sea, las súplicas no conmovieron a la jefa. Ahora que ella los dejó en banda para no empañar su poder remanente con una derrota, los compañeros acusan un estado de orfandad tan crítico como el del país.

Después de haberse fagocitado al peronismo junto a su esposo, Cristina parece haberle dado el golpe de gracia al hacer mutis por el foro y dejar a la tropa sin general justo antes de la gran batalla electoral. Para peor, en medio de una profunda crisis de identidad. ¿Qué es hoy el peronismo? ¿Quién podría atraparlo en una definición más o menos fija que quede a salvo de su condición transformista? Quizá el peronismo sea mera adaptación al medio. En ese caso, hoy sería ni más ni menos que lo que los Kirchner han hecho de él. O, desde otra perspectiva posible, una esperanza que es defraudada y vuelta a vender una y otra vez, en un loop interminable.

Mientras un populismo languidece, otro se hace fuerte. No es casual. Hace veinte años, tras la crisis de 2001, los Kirchner capitalizaron la bronca y el “que se vayan todos”. Desde el poder, estimularon el resentimiento y la frustración latentes; hoy, la bronca y el “fuera la casta” son el capital de un candidato que apela a las mismas armas. Aquella fue una oportunidad perdida. Lejos de recomponer la democracia, el kirchnerismo profundizó el daño. Ahora, en vías de caer en la misma trampa del odio, que presenta un nuevo envase, estamos sin embargo ante otra oportunidad. Es difícil predecir si esta vez seremos capaces de aprovecharla o si, como antes, sumaremos más daño al daño.

Cristina y Javier Milei guardan una simetría perfecta. Antes que en las diferencias ideológicas, conviene detenerse en las similitudes de su personalidad, ya que ambos encarnan fenómenos políticos que son una proyección de sus características psicológicas.

Esta semana se conoció el programa de Milei. Muchas de sus propuestas son descabelladas, inconsistentes y peligrosas, pero no vale la pena detenerse en ellas, porque el problema, desde mi punto de vista, es el desequilibrio emocional del candidato. Lo domina la megalomanía del que solo tiene certezas. Jamás lo he visto abrirse al pensamiento del otro. Parece un hombre incapaz de dudar. Y el que no duda no dialoga: manda, ordena, somete. Es un iluminado que monta en cólera cuando escucha una idea que no coincide con su dogma y tiende a destruir todo lo que no le devuelve el reflejo de su propia imagen.

Milei denuncia la perversión K, pero ofrece más de lo mismo. Como si con el kirchnerismo no fuera suficiente, ahora tenemos un líder mesiánico de extrema derecha. La disyuntiva sigue siendo populismo o proyecto de república.

Fuente: https://www.lanacion.com.ar/opinion/el-juego-de-pinzas-de-dos-lideres-mesianicos-nid20052023/

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