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El kirchnerismo, con nueva marca pero los mismos problemas

Como esas compañías que, luego de una grave crisis que afecta su imagen, intentan volver al ruedo con una nueva marca y una estética renovada, el kirchnerismo, con su flamante denominación Uni...

Como esas compañías que, luego de una grave crisis que afecta su imagen, intentan volver al ruedo con una nueva marca y una estética renovada, el kirchnerismo, con su flamante denominación Unión por la Patria, que deja atrás la de Frente de Todos, procura esconder su fracasada gestión y desligarse de su triste presente, además de separar del gobierno de Alberto Fernández a Cristina Kirchner, pese a que es también su gobierno y que el actual presidente de la Nación fue un invento político de la vicepresidenta.

Durante su reciente aparición pública en Río Gallegos, Cristina Kirchner pretendió volver a tomar distancia del Gobierno, aunque realizó una extraña defensa del ministro de Obras Públicas, Gabriel Katopodis, de quien aclaró que era “uno de los funcionarios que sí funcionan”, recordando así su frase de fines de octubre de 2020, cuando afirmó que había “funcionarios o funcionarias que no funcionan”. La vicepresidenta rescató sorpresivamente a Katopodis, al señalar que “los que no funcionaban eran los que estaban manejando la tarasca”.

En su afán por desembarazarse completamente de la gestión de Alberto Fernández, la expresidenta ahora pretende persuadir a la sociedad de que ni ella ni los funcionarios que más le responden manejan el grueso de los recursos económicos del gobierno nacional o ”la tarasca”, como ella los llama. Como si desconociera que, a través de dirigentes de La Cámpora con altos cargos públicos, el kirchnerismo controla más del 70 por ciento del presupuesto de la administración nacional, incluidos la Administración Nacional de Seguridad Social (Anses), el PAMI y varios ministerios.

El cambio de nombre de la coalición oficialista es una vuelta de tuerca más del populismo. Ni a los dirigentes del Partido Republicano ni a los del Partido Demócrata de los Estados Unidos se les ocurriría modificar el nombre de su agrupación política tras una derrota electoral o incluso después de una gestión cuestionada. Tampoco los tradicionales partidos españoles, el Popular (PP) o el Socialista Obrero Español (PSOE), cambiaron sus denominaciones pese a la emergencia de nuevas fuerzas que pusieron en tela de juicio su hegemonía, como Podemos, Vox o Ciudadanos.

Se llama “rebranding” a la estrategia de marketing que implica modificar parcial o totalmente los elementos que identifican a una marca, con el propósito de mejorar su posicionamiento. En el caso del oficialismo kirchnerista, incluyó la modificación del nombre y el diseño de la marca con la siempre pomposa referencia a la Patria, a partir de la cual apunta a retomar la vieja antinomia “Patria o colonia”, que durante muchos años identificó a sectores del peronismo y de la izquierda vernácula.

En el mundo empresarial, la finalidad de un “rebranding” es modificar la opinión de clientes o inversores sobre una empresa ya establecida. Los expertos en marketing aconsejan recurrir a esta estrategia cuando una empresa está en una etapa de declive y cuando los usuarios o consumidores -votantes, en el caso del kirchnerismo- ya no se sienten identificados con la marca. La desconexión de la marca con su público objetivo o una fusión con otra compañía son también razones para rebautizar una empresa y cambiarle su nombre.

El hecho de que el kirchnerismo recurra al “rebranding” es una admisión de su caída en términos electorales y de su desconexión con buena parte de la ciudadanía que apoyó a la coalición oficialista en 2019 y hoy busca otras alternativas. La fuga de votantes menores de 30 años de este espacio hacia el que lidera Javier Milei es uno de los más graves indicios que señalan las encuestas de opinión pública.

La debilidad del oficialismo no reside en su nombre ni en la imposibilidad de alcanzar un acuerdo de unidad para las elecciones primarias, sino en la situación socioeconómica

En la historia del marketing, hay muchos casos exitosos de empresas que, en determinado momento, decidieron modificar su nombre. Por ejemplo, un antiguo taller de Japón pionero en radios de transistores, Tokyo Tsushin Kogyo, cambió en 1958 su denominación por Sony. Tras ser fundada en 1976, Apple Computers, la empresa ideada por Steve Jobs, Ronald Wayne y Steve Wozniak, cambió su nombre por el de Apple, Inc. en 1997, cuando dejó de centrarse en las tradicionales computadoras e inició su avance sobre otros productos electrónicos como el IPod, el IPhone y el IPad. Del mismo modo, Google fue hasta 1998 BackRub; Nike fue hasta 1971 Blue Ribbon Sports, y la marca LG fue el fruto de la fusión en 2009 de Goldstar y Lucky, dos compañías electrónicas coreanas.

Pero pensar que la ciudadanía va a modificar su voto porque cambie la denominación de una coalición política que seguirá siendo conducida por los mismos líderes que lo llevaron a su actual situación sería tan inocente como imaginar que porque a un hijo se lo llame Lionel Andrés estará llamado a seguir los estelares pasos de Messi.

El cambio de nombre del Frente de Todos dista de resolver los problemas que en estas horas enfrenta Cristina Kirchner, como líder de la fracción oficialista, para salir del laberinto electoral en que se encuentra.

Cualquiera de las tres figuras políticas que podrían encabezar la fórmula presidencial del flamante sello Unión por la Patria para las PASO del 13 de agosto -Eduardo “Wado” de Pedro, Axel Kicillof y Sergio Massa- estará en un brete a la hora de plantear una propuesta que resulte creíble para el electorado.

De Pedro halla dificultades para explicar qué haría de novedoso respecto de lo que está haciendo desde hace tres años y medio un gobierno del que es su ministro del Interior desde el primer día.

Massa tendría que convencer a la ciudadanía acerca de cómo va a resolver los problemas económicos que, como la inflación, se profundizaron a lo largo de su gestión como ministro de Economía desde septiembre último.

Y Kicillof deberá lidiar con su pasado como ministro de Economía durante el proceso que condujo a la derrota electoral del kirchnerismo en 2015.

No es el único problema que enfrenta el kirchnerismo. Paralelamente al anuncio de los integrantes de la fórmula presidencial que finalmente amadrinará Cristina Kirchner, sus operadores lanzarán una ofensiva sobre Daniel Scioli para que desista de presentarse como precandidato presidencial para las PASO.

Casi todos en el kirchnerismo descuentan que, si Unión por la Patria lleva dos precandidatos presidenciales y no uno a la contienda electoral de agosto, es muy probable que el mejor ubicado entre ambos concluya, en cantidad de votos individuales, en el tercer puesto, detrás de Javier Milei (La Libertad Avanza) y del mejor postulante de Juntos por el Cambio (Patricia Bullrich u Horacio Rodríguez Larreta). Ese resultado, si bien no necesariamente será el definitivo en una obra electoral de tres actos -las PASO de agosto, la primera vuelta de octubre y el ballottage de noviembre- podría provocar, según tal visión, un derrotismo que afectaría las chances del oficialismo de meterse en la segunda vuelta electoral. La debilidad del oficialismo, sin embargo, no reside en su nombre ni en la imposibilidad de alcanzar un acuerdo de unidad para las elecciones primarias, sino en una situación socioeconómica para la que no se advierten soluciones en el espacio político que lidera Cristina Kirchner.

Fuente: https://www.lanacion.com.ar/opinion/el-kirchnerismo-con-nueva-marca-pero-los-mismos-problemas-nid20062023/

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