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Embocar la jeringa

La historia es triste, pero viene a cuento. La abuela era dueña de una casa que no pudo disfrutar con el abuelo porque el hombre murió a poco de adquirirla. Sus seis hijos ya mayores, todos criad...

La historia es triste, pero viene a cuento. La abuela era dueña de una casa que no pudo disfrutar con el abuelo porque el hombre murió a poco de adquirirla. Sus seis hijos ya mayores, todos criados con amor y buenos ejemplos, se fueron tornando marcadamente ambiciosos. La mujer quiso legarle la casa al hijo solterón, ya que no había habido tiempo de escriturarla por la repentina muerte del jefe de familia, pero una nuera le saltó a la yugular exigiendo que a su esposo también le correspondía parte de la torta que, en rigor, era tortita. La codicia no reconoce tamaños.

Pasaron los años. Otro de los seis hermanos también se sirvió de los peores modos para intentar hacer valer sus derechos. Pretendió echar de la casa a su propia madre para poder pelear por las migajas con sus hermanos varones sin mayores obstáculos. Las tres mujeres ni atinaban a criticarlos. Solo padecían la voracidad de los muchachos. El #MeToo y la defensa de los derechos femeninos ni siquiera calificaban como quimera allá lejos en el tiempo.

Los hermanos se dijeron cosas desgarradoras. Hubo amenazas y dejaron de verse. Cuando murió el tío solterón, se quedaron mudos: le había donado una parte de la casa a cada uno. Pero ya era tarde para volver a ser familia.

El último debate presidencial se asemejó bastante a lo narrado. Los cinco hermanos-candidatos, supuestamente bien educaditos para llegar a competir por el manejo de la casa –el país–, se dijeron de todo. Eso sí: coincidieron en que vienen a sacarnos del pozo con las mejores intenciones, a lograr unirnos y terminar con las diferencias que, dicho sea de paso, varios de ellos ayudaron y ayudan a profundizar.

No seas vulgar ni te hagas la canchera, soltó uno. Dejate de joder, le respondieron. Terrorista, asesina, acusaron. Tenés chorros en las listas, le devolvieron. Y se culparon mutuamente de “tongos”, fetiches, malas personas, chicaneros, adictos, ñoquis, mentirosos, paracaidistas, dictadores, genocidas y otras menudencias más propicias de una guerra de facciosos que de postulantes a presidentes de la Nación.

No lo repitieron en el debate, pero antes ya se habían inculpado públicamente de lamebotas, misógino, forro, chupasangre y hablado de viejos meados, por citar algunas de las lindeces con que estos hermanitos pretenden hacerse del control y administrar la casa de todos nosotros.

Sí, querido lector, esas cosas pasan en los debates de casi todos los países. Pero, en este caso, se trata del nuestro y, ya que garantizan que nos van inocular una vez más la supuesta pócima salvadora, sería bueno que intenten bajar la fiebre en esta semana que queda hasta los comicios, que encuentren el remedio adecuado y acierten con la dosis. Ellos tienen la jeringa. Nosotros, el antídoto.

Fuente: https://www.lanacion.com.ar/opinion/embocar-la-jeringa-nid15102023/

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