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En EEUU buscó pertenecer, en Italia fue feliz, pero regresó a la Argentina para recuperar lo perdido: “Es fácil caer en la desesperación”

Lía Álvarez tenía apenas 10 años cuando dejó Argentina por primera vez. A partir de entonces, la sensación de ser siempre la extranjera ingresó a su mundo hasta convertirse en algo familiar....

Lía Álvarez tenía apenas 10 años cuando dejó Argentina por primera vez. A partir de entonces, la sensación de ser siempre la extranjera ingresó a su mundo hasta convertirse en algo familiar.

Llegó a Washington DC en una edad atravesada por fuertes transiciones para cualquier preadolescente. En una etapa vulnerable, ella debió afrontar un fuerte choque cultural, acompañado por comentarios despectivos por parte de sus nuevos compañeros de colegio. En casa, mientras tanto, se aferraban a su argentinidad: “De hecho, cada sábado asistía a la escuela argentina”, rememora Lía.

Poco a poco, sin embargo, la necesidad de adaptación comenzó a crecer en la niña, y para ello, debía accionar diferente, cambiar algunas formas a fin de sobrevivir. Inició su camino de integración a través del fútbol (que aceptó llamar soccer) y aprovechó la ventaja única que allí sí tenía el hecho de ser argentina. Pero no fue suficiente, entonces optó por una actividad más típica de la cultura estadounidense y se unió a las Cheerleaders: “Ahí fue cuando finalmente me sentí parte; por fin `pertenecía´”.

“En ese momento me sentía satisfecha, sin darme cuenta de que algo en mi identidad estaba cambiando y que ya no podría revertirse. A veces me sentía más argentina que nadie, pero en otros momentos estaba tan lejos de serlo..”, continúa pensativa. “Cada viaje de regreso a Argentina a lo largo de los casi diez años que pasé en Estados Unidos servían para destacar y resaltar las diferencias que yo sentía. En Estados Unidos mi acento argentino seguía siendo una marca distintiva al hablar; estaba en un purgatorio, ni de aquí ni de allá, esperando ver dónde sería aceptada”.

Volver para recuperar lo perdido: “Recuerdo que hacía cosas como estrechar la mano al saludar”

A los 19 años, Lía decidió que era tiempo de volver. La autonomía en su vida había llegado, desplegó sus alas y regresó a la Argentina para vivir con su abuela y estudiar en Buenos Aires.

Al poco tiempo de su llegada, sin embargo, las diferencias emergieron. La joven se sintió nuevamente expuesta, casi extranjera en su propia tierra. En la universidad la veían como la yankee, etiqueta que no le agradaba demasiado: “Recuerdo que hacía cosas como estrechar la mano al saludar, sobre todo si era una persona desconocida”.

“Regresé con energía y ganas, motivada por la idea de recuperar lo que extrañaba en Estados Unidos, especialmente el tiempo compartido con mi familia, y en particular con mi abuela. No lamento en absoluto esa decisión, fueron cinco años increíbles, aunque en ocasiones reflexiono sobre si hubiera sido mejor completar mi carrera en Norteamérica; entiendo que cada cambio y adaptación han contribuido a formar mi identidad. Las diferencias culturales, como la informalidad, los horarios flexibles y la valoración de la vida familiar, como el asado del fin de semana, la sobremesa y los juegos de cartas eternos, eran precisamente las características que buscaba y que ahora forman parte integral de quién soy. Por esto es que, si bien eran costumbres distintas, no me resultaban extrañas. Viví ese período con mucho entusiasmo y positividad”, reflexiona. “Las diferencias culturales las podía observar en el día a día, desde el saludo, la música, la forma de hablar y la calidez de las personas, pero nunca sentí estar fuera de lugar”.

Italia, dos años duros y trece inolvidables: “Eran tratados como extracomunitarios por todos, incluyendo los profesores”

Gracias a su carrera de Psicología, Lía aprendió poco a poco a desterrar sus pensamientos negativos. En vez de rechazarlas, abrazó y se apropió de sus etiquetas y comenzó a valorar el hecho de haber vivido en culturas tan dispares. Y entonces, con las aguas de su identidad más calmas, se enamoró de un argentino-italiano con el que tuvo a sus hijos mellizos. Argentina, mientras tanto, vivía días convulsionados y fue así que, ya con una familia propia y en medio de la crisis de 2001, decidió incorporar a su vida una tercera cultura al emigrar a Italia.

Por fortuna, su esposo ya tenía asegurado un trabajo en el país europeo. Él viajó primero y algunos meses más tarde lo siguieron Lía y los niños: “La búsqueda de casa y de colegio fue todo un desafío. Aunque había estudiado italiano y lo entendía bastante bien, no estaba preparada para el dialecto de Véneto”.

“El primer año resultó difícil, en una casa ubicada en la mitad de la nada, y en un colegio donde mis hijos, a pesar de tener ciudadanía italiana, eran tratados como extracomunitarios por todos, incluyendo los profesores. Decidí retrasar su ingreso medio año, pensando que así podrían dedicarse principalmente a conocer amigos e integrarse socialmente, más allá de lo académico. Con el tiempo, fuimos encontrando nuestro lugar, cambiando de casa y colegio, a medida que comprendíamos mejor la ciudad”.

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Tras dos años difíciles de atravesar, le siguieron trece que hoy Lía considera como de los mejores de su vida. En Italia tuvieron buenos trabajos, viajaban con frecuencia, recibían visitas, en definitiva, se sentían felices y tranquilos. Y, aún a pesar de aquella serenidad, las raíces llamaban y el regreso a Buenos Aires se transformó en algo inminente.

Fantasías y realidades del volver a la Argentina: “Llega un punto donde ya no compartís intereses, actividades, solo un pedacito de tu pasado”

Volvieron en tandas, primero llegaron los hijos de Lía, que comenzaron la universidad y se transformaron en “los tanos”, aunque sin connotaciones peyorativas. Al año fue ella quien pisó Ezeiza y a los dos su marido.

Tenía varios motivos por los cuales regresar, en especial acompañar a sus padres, ya mayores, pero también apostar una vez más por su país, darse la oportunidad: “Pensé que la inserción laboral y social sería más fácil”, confiesa.

“Tuve que reconstruir amistades compartiendo lo cotidiano, algunas se perdieron. Te vas distanciando de a poco y llega un punto donde ya no compartís intereses, actividades, solo un pedacito de tu pasado. Y cuando estás lejos, del otro lado del mundo, lo ves con otros ojos, un alejamiento por la distancia tal vez; pero al regresar a tu país de origen lo confirmas en primera persona; vos te fuiste, pero la gente que te rodeaba siguió su vida”.

“En lo laboral volví más relajada, sin embargo, fue un gran desafío, hay que volver a luchar, como siempre. Descubrí que la realidad exigía perseverancia. Aprender a moverme, buscar contactos y ajustar mis expectativas fueron pasos necesarios. En ocasiones, resultaba frustrante, especialmente al observar amigos que se quedaron en Argentina y han avanzado en sus carreras, mientras yo volvía a empezar, aunque no desde cero, un poco lo sentía así. Es fácil caer en la desesperación, pero es crucial mantener el enfoque. A veces, me pregunto por qué regresé cuando todo estaba bien en el extranjero, pero estas reflexiones son pasajeras hasta que vuelvo a encontrar el equilibrio”.

Un destino inesperado: la bella Nicaragua

Lía creía que Argentina sería su destino final. Sin embargo, una nueva crisis económica golpeó con fuerza y una oferta laboral los motivó, una vez más, a moverse hacia un rincón en la Tierra absolutamente inesperado: Nicaragua, un país al que llegaron ya sin hijos y cargados de prejuicios, pero donde encontraron como nunca antes un grupo de pertenencia.

Su volver a empezar estuvo acompañado de maravillosas sorpresas, se hallaron ante un país hermoso, donde los sorprendió la calidez de su gente, la belleza natural y, contrario a lo que esperaban, la sensación de seguridad.

“Teníamos prejuicios arraigados en particular sobre la inseguridad en la región, basados en experiencias pasadas y en los relatos sobre otros países centroamericanos. Pero en Nicaragua nos sentimos tranquilos. Los primeros meses nos dedicamos a viajar, conocer las playas y explorar la tierra de lagos y volcanes”.

“Al principio, al llegar a un país nuevo, la energía y el entusiasmo por descubrir y explorar son intensos. Sin embargo, a medida que la rutina se instala, surgen las dudas y los miedos, y empezás a angustiarte. La dinámica de lo cotidiano es totalmente diferente, y por momentos te sentís sola. Migrar por primera vez sin mi hijo y mi hija tuvo gran impacto en las emociones que me atravesaron al llegar. Ahí comenzó el desafío, construir red, realizar actividades y dejarme sostener por mis seres queridos, aunque a la distancia, que siempre me dieron un empujoncito para seguir”.

“Disfrutamos de una calidad de vida bastante buena, aunque esto no es aplicable a toda la población. La gente es generalmente muy amable y tiene un deseo genuino de compartir sus costumbres, gastronomía y música. Además, muestran un gran interés en conocer más sobre nuestro país. La receptividad y la apertura son notables, aunque entendemos que, como en cualquier lugar, hay una diversidad de actitudes y perspectivas”.

Lazos fortalecidos, resiliencia y los “Niños de tercera cultura”

Lía tenía tan solo 10 años cuando su vida se transformó en un largo viaje impregnado de inmersiones culturales, sensaciones de ser una eterna extranjera e impactos inesperados en la propia tierra que la vio nacer. En el camino hubo rechazo y dolor, etiquetas indeseadas finalmente abrazadas para conformar el rompecabezas de su identidad.

A lo largo de todas sus experiencias, Lía descubrió su capacidad notable de resiliencia y adaptación, que le permitieron superar momentos muy complejos y aprovechar las oportunidades que surgieron ante ella.

“Agradezco a mi familia, que ha sido mi constante apoyo en estas aventuras. A pesar de las distancias y los cambios, nuestros lazos familiares se han fortalecido. Los chicos, ahora adultos, viajan y estudian por el mundo, y de vez en cuando nos reunimos en algún lugar para compartir nuestras experiencias”, dice conmovida. “En este viaje fundé una consultora especializada en educación y migración, PsiEduca, para ayudar a familias que toman la decisión de emigrar. Abordamos temas como la elección de colegio, la inserción laboral y la construcción de redes sociales y comunidades; elementos que yo misma atravesé, por los cuales luché y que hoy devuelvo”.

“Vivir en diferentes culturas es un constante proceso de aprendizaje. En lo personal creo que abrió y amplió mi mente y me hizo dar cuenta que las ideas o prejuicios que tenía sobre algunas culturas y costumbres son simplemente eso, preconceptos. Aprendí a ser más receptiva y flexible, desarrollé estrategias para manejarme en contextos desconocidos, a construir nuevos vínculos y generar redes de apoyo y comunidad. Esta experiencia me dio una perspectiva diferente de la realidad, que a su vez contribuyó a desarrollar mi identidad”.

“Se dice que los niños que han migrado son `Niños de tercera cultura´, ya que adoptan la cultura de origen e incorporan elementos de las otras culturas, formando así una tercera cultura única. Esto puede generar momentos de extrañamiento, ya que a veces sentís que no perteneces a ningún lugar en particular. Sin embargo, depende de la perspectiva desde la cual se aborde esta situación: también se puede ver como la oportunidad de considerarse un ciudadano del mundo. Y así me siento yo, del mundo, llevándome conmigo un pedacito de cada lugar, ampliando mi bagaje cultural, abriéndome a lo desconocido y nuevo”, concluye.

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Destinos Inesperados es una sección que invita a explorar diversos rincones del planeta para ampliar nuestra mirada sobre las culturas en el mundo. Propone ahondar en los motivos, sentimientos y las emociones de aquellos que deciden elegir un nuevo camino. Si querés compartir tu experiencia viviendo en tierras lejanas podés escribir a destinos.inesperados2019@gmail.com . Este correo NO brinda información turística, laboral, ni consular; lo recibe la autora de la nota, no los protagonistas. Los testimonios narrados para esta sección son crónicas de vida que reflejan percepciones personales.

Fuente: https://www.lanacion.com.ar/lifestyle/en-eeuu-busco-pertenecer-en-italia-fue-feliz-pero-regreso-a-la-argentina-para-recuperar-lo-perdido-nid06122023/

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