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Entre el desencanto, la bronca y la esperanza

Voté por primera vez en 1983. Acaso porque la Argentina recuperaba la democracia tras la dictadura, o porque tenía 20 años, la emoción que sentí durante aquellos días de octubre me marcó par...

Voté por primera vez en 1983. Acaso porque la Argentina recuperaba la democracia tras la dictadura, o porque tenía 20 años, la emoción que sentí durante aquellos días de octubre me marcó para siempre. Mi voto sería una gota en el mar, pero parte de él. Después, a lo largo de los años, ese sentimiento volvió a mí en cada una de las elecciones, quizá no con la pureza de la primera vez, pero sí con fuerza suficiente como para vivir cada votación como una ceremonia laica que nos hacía mejores. Siempre fui a votar con alegría. Creo que nunca abandoné del todo la ilusión ingenua, nacida en el 83, acerca de los poderes terapéuticos de la democracia. Pero esta vez es distinto. Cuarenta años después, la sensación es que hay que volver a empezar. Peor, hay que recuperar el terreno perdido durante todo este tiempo. Con el riesgo cierto, además, de caer en el abismo y de sumar a las pérdidas aquello que hace cuatro décadas recuperamos con tanto sacrificio. Por eso esta vez el sentimiento es otro. También es otro el país, estancado en la pobreza, la anomia y la falta de rumbo. Y es otra, por supuesto, la sociedad.

Mañana vota y elige gobierno una sociedad capaz de tropezar una y mil veces con la misma piedra. No está escrito que ahora lo volverá a hacer una vez más, pero los antecedentes no están de su lado. Es una sociedad que vive el presente sin comprenderlo del todo, acaso porque se ha acostumbrado a darle la espalda a la realidad, y que por eso no aprendió a sacar rédito de la experiencia vivida. Esa falta de pasado se ve agravada en estos tiempos por la instantaneidad de la vida digital, que impone un presente perpetuo, vertiginoso, que no deja huella. Todo es fugaz, efímero, y hasta los escándalos más abyectos pasan como si nada tras haber llenado algunas horas de indignación en las pantallas y los medios. Sin memoria, vamos perdidos. Prevalecen los impunes y los cínicos. La constante ebullición de las redes nos impide establecer causas y consecuencias entre los hechos para crear sentido. No sabemos de dónde venimos ni tampoco hacia dónde vamos. Somos carne de cañón de los embaucadores seriales y los megalómanos.

Mañana vota una sociedad que sigue en pie, que se ha levantado mil veces tras cada tropiezo

Mañana vota y elige gobierno una sociedad en la que “cantidad” mató a “calidad”. La disputa electoral se dirime en las redes, donde lo que cuenta es el número de clics y de seguidores que se obtiene haciendo o diciendo lo que haga falta, incluso cosas que tiempo atrás habrían provocado vergüenza. Ya no importa el contenido de una propuesta, la lucidez de una visión, sino el golpe de efecto capaz de concitar la atención epidérmica de una platea que busca emociones fuertes. Estimular el odio es negocio. La política quedó en manos de gurúes que, con la complicidad de los algoritmos, y para encumbrar a un candidato, multiplican un resentimiento que cancela la posibilidad de diálogo. A su manera, los medios tradicionales también participan de la carrera desesperada por el rating y se suben a la onda expansiva del fanatismo irracional de modo muchas veces irresponsable.

Mañana vota y elige gobierno una sociedad donde la verdad y la mentira se han igualado. El divorcio del discurso con las cosas, favorecido por el ecosistema mediático enloquecido en el que vivimos, ha tornado seductor el verso de los vendedores de humo. Ya no importa la correspondencia de la palabra con la realidad, sino la eficacia de lo que se dice para obtener lo que se desea. El costo de vivir en la mentira durante estos años hoy nos pasa factura.

Mañana vota y elige gobierno una sociedad alienada que no es capaz de reconocer cuáles son las causas de una pobreza que llegó a límites inadmisibles en un país como el nuestro, y que en el fondo obedece a un deterioro cultural que los conocidos de siempre alimentan y aprovechan para seguir adelante con un latrocinio que, naturalmente, provoca el vacío del otro lado.

Mañana vota y elige gobierno una sociedad castigada que, después de haber comprado un espejismo al que todavía muchos se aferran, siente el deterioro y el daño en carne propia, en un día a día en el que intenta sobrevivir a pesar de todo, aunque sin horizonte a la vista. Una sociedad ofuscada, incluso contra sí misma, que hoy descree de la democracia al identificar lo que es un mero sistema, el menos malo de todos, con aquellos protagonistas o usurpadores que cuando lo encarnan traicionan su verdadera esencia. Además de desencanto, hay en ella una carga de bronca que sintoniza con pulsiones autoritarias y afanes destructivos.

Mañana vota y elige gobierno una sociedad que sigue en pie, que se ha levantado mil veces tras cada tropiezo, y que otras tantas veces ha abierto los ojos y ha reaccionado con lucidez ante la adversidad. Una sociedad que cuarenta años atrás supo volver a la democracia sin divisiones malsanas y canceló sabiamente al pirómano que confundió al adversario con el enemigo y lo envolvió en llamas. Muchas cosas han cambiado en cuatro décadas. Ya lo dijimos: otro país, otra sociedad. Pero quizá haya otras cosas que permanecen. Mañana sabremos en qué medida.

Fuente: https://www.lanacion.com.ar/opinion/entre-el-desencanto-la-bronca-y-la-esperanza-nid21102023/

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