Escapan de países donde la diversidad es perseguida y rehacen su vida como refugiados: “En Argentina respetan los derechos de la comunidad LGBT”
Durante mucho tiempo, Jean Pierre Rosero Valladares había pensado que las clínicas de conversión para personas LGBTIQ+ eran un mito ecuatoriano, un rumor echado a rodar en su país para desalent...
Durante mucho tiempo, Jean Pierre Rosero Valladares había pensado que las clínicas de conversión para personas LGBTIQ+ eran un mito ecuatoriano, un rumor echado a rodar en su país para desalentar que los chicos gays como él salieran del clóset. Pero el 19 de abril de este año descubrió que eran una pesadilla real.
Ese día llegó a uno de estos centros que ofrecen la conversión de personas del colectivo en heterosexuales o cisgénero. En su caso, para una terapia de “deshomosexualización”. Viajó tres horas acurrucado en la parte trasera de un auto, resistiendo los golpes que le daban los cuatro hombres que lo habían secuestrado para llevarlo contra su voluntad y mientras sus padres presenciaban toda la escena.
En ese lugar estuvo nueve días, hasta que, gracias a la movilización de sus amigos, la Justicia lo rescató y cerró la clínica. “El trauma fue tan grande que ya no soy el mismo. Me cuesta mucho confiar”, dice con los ojos llenos de lágrimas, sentado al borde de su cama, en el monoambiente en el que vive desde agosto, en un punto de la ciudad del que no daremos detalles para resguardarlo. Acorralado por las amenazas que comenzó a recibir de quienes manejaban la clínica, Jean Pierre tuvo que irse de su país y tramita en Argentina el reconocimiento del estatus de refugiado.
“Son peores que cerdos”La cantidad de personas LGBTIQ+ que a nivel mundial deben escapar de sus países por su orientación sexual o su identidad de género es un enigma hasta para Acnur, la Agencia de Naciones Unidas para los Refugiados. Pero hay un dato que es bastante ilustrativo: más de 60 países persiguen o, directamente, criminalizan a quienes integran ese colectivo.
Según reportes de Amnistía Internacional, la población LGBTIQ+ sufre discriminación en países como Hungría o Polonia. En Zimbabue, el presidente Robert Mugabe llegó a decir públicamente que los homosexuales “son peores que cerdos y perros”. En los países con nula protección a los derechos de estas personas suelen ser más frecuentes los crímenes de odio, por ejemplo en Letonia, Lituania, Croacia o Serbia.
En tanto, en Rusia, todo acto que promueva la defensa o el apoyo de este colectivo es considerado “propaganda” y como tal, es penalizado con multas y hasta con la cárcel. Hace pocos meses, una nueva ley recortó drásticamente los derechos de las personas trans: no pueden acceder a tratamientos de cambios de género, ni cambiar su DNI, casarse o postularse en el sistema de adopción. “A las personas del colectivo les pasan todas las cosas malas que puedas imaginarte en Rusia. Literalmente todas”, explica Roman Bevz, un joven trans de 23 años, que llegó al país en mayo del año último junto a su novia Margarita. Hace pocas semanas, logró que la Argentina lo reconociera como refugiado.
“A veces se cree que los países que cuentan con legislación que amplía derechos, son amigables con la población LGBTI+. Pero eso no siempre es así. El reconocimiento de derechos no garantiza que las personas los puedan ejercer, sobre todo en democracias endebles”, reflexiona Mariano Ruiz, presidente de la asociación civil Derechos Humanos y Diversidad, organización que ya asistió en nuestro país a 350 migrantes del colectivo de diferentes maneras: desde interpretación en diferentes idiomas para que realicen la solicitud de status de refugiado y hasta con clases gratuitas de español, entre otros servicios. También articulan con la Fundación Huésped para garantizar el acceso al sistema de salud de personas trans y de personas que viven con VIH.
En el caso de Ecuador, se trata de un país que tiene leyes que reconocen sus derechos, como la ley de matrimonio igualitario, de 2019. Sin embargo, Jean Pierre describe a su país como conservador. “Sobre todo en los pueblos del interior”, dice este publicista de 27 años, que pasó toda su vida en Quito y recuerda que los episodios de bullying por su orientación sexual comenzaron a los cinco años. “Era tal la indiferencia de mi familia ante esas situaciones que preferí convertirme en el chico problemático del curso para que esa identidad tapara la del chico gay”, describe.
Creció en el seno de una familia católica y conservadora que, asegura, le cortaba las alas todo lo que podía para evitar que se conectara con la comunidad homosexual. “Crecí mintiendo, teniendo una doble vida. A partir de la universidad y sobre todo desde que había conseguido trabajo, empecé a independizarme”, explica.
“Curar la homesexualidad”Después de vivir con amigos, en abril de este año Jean Pierre había logrado alquilar un departamento. Junto a dos amigas, fue a la casa de sus padres para buscar su cama y otros objetos personales. Mientras sacaba algunas cosas a la calle, fue interceptado por cuatro hombres que lo subieron, a la fuerza, a un auto. Una de sus amigas llegó a filmar el secuestro con su celular y mientras la mamá de Jean Pierre le gritaba que no llamara a la policía.
“Estaba desesperado, no entendía qué pasaba. Intenté escapar del auto, pero me golpearon y me arrojaron un spray que me dejó atontado”, relata. Después de tres horas de viaje, llegó a una clínica de Cotacachi, ciudad ubicada en el norte de Ecuador. “Me dijeron que me habían enviado mis padres para que se me cure la homosexualidad y me obligaron a firmar un papel que decía que prestaba mi consentimiento. Yo decía que no podía estar ahí y ellos respondían con más violencia”, sigue.
La clínica quedaba en una zona boscosa y aislada. Eran varias construcciones rodeadas de un espacio verde y una cancha de fútbol. Los dormitorios eran pequeños, compartidos por dos o tres personas, y las puertas se cerraban con candado. En esos ocho días no tuvo contacto con sus padres o su hermano mayor. Solo recibió una valija que le hicieron llegar con algo de ropa, pañuelos de tela, cuadernos para los ejercicios escritos y una Biblia.
Jean Pierre calcula haber visto a unos 25 internos. “Estaban por diferentes motivos. Había un muchacho al que habían enviado por tener relaciones con mujeres trans”, puntualiza.
El día arrancaba a las 6 de la mañana, cuando tocaba una campana. “Tenías que hacer tu cama perfecta, porque la respuesta para todo lo que contrariaba las reglas eran golpes con un machete”, explica. Hacían actividad física e iban a charlas con un fuerte contenido religioso. “Había un supuesto convertido que estaba ahí para contar su experiencia y demostrar que la homosexualidad se podía revertir”, agrega. También tenía sesiones de terapia: “Te hacían decir a quiénes habías dañado con tu homosexualidad”.
En el tiempo que duró su internación, recuerda haber pasado hambre y frío. “Te daban poco de comer. Nunca carne. No nos daban objetos punzantes para evitar que atentáramos contra nosotros mismos”, explica y reconoce que varias veces pensó en suicidarse. Cuenta que era frecuente que recurrieran a tranquilizantes para bajar el nivel de resistencia de los internos. “Te sacaban los zapatos para impedir que quisieras escapar”, dice.
Riesgo de suicidio: dónde recurrir en busca de ayuda
Durante uno de esos días, un joven escapó. “Lo capturaron horas después y le aplicaron el castigo del mendigo, que consistía en desnudarlo, vestirlo con ropa vieja, hacerle comer excremento y tomar agua podrida. A partir de ese momento, tuvo que empezar a caminar en cuatro patas, como un perro. Nadie podía hablarle”, continúa con el relato. “Era difícil sostener la voluntad de querer escapar o rebelarte después de ver situaciones como esa”, reconoce.
En todos esos días de angustia, Jean Pierre se aferró a una certeza: “Sabía que mis amigos no iban a permitir que yo siguiera ahí por mucho tiempo”, dice. Tenía razón. Fueron ellos quienes hicieron la denuncia ante la Justicia y viralizaron el caso. “Había llegado el rumor de que la Justicia iba a venir por mí un jueves pero, por suerte, la fiscal y la policía llegaron un día antes. Tal vez el jueves me hubieran escondido de la Justicia, porque esa gente era capaz de todo”, reconoce.
Hace unos días hice un tuit sobre la desaparición de Jean Pierre Rosero. Fue rescatado y aquí cuenta sobre su situación ⬇️ pic.twitter.com/RsUghhkzul
— Hernán Higuera (@higuerahernan) May 1, 2023“Sabía que la Argentina respeta los derechos humanos”El de las clínicas de conversión, dice, es un negocio rentable del que se nutren agrupaciones delictivas. “Por mes, cobran entre 400 y 1000 dólares”, explica. Tras su liberación, la clínica de Cotacachi fue clausurada. “Ahí empezaron las presiones y amenazas”, recuerda.
Ante ese contexto tan adverso, Jean Pierre sintió que la única salida estaba en el aeropuerto internacional. “La empresa en la que trabajo desde hace un año y medio tiene empleados freelance en otros países y mis jefes me garantizaron el trabajo aún fuera del país”, agrega.
Con la ayuda de la ONG ecuatoriana Diálogo Diverso, que articuló con la canadiense Rainbow Railroad, llegó a la Argentina el 5 de agosto. “No sabía mucho de Argentina, pero sí que era un país progresista, que respetaba los derechos humanos de las personas homosexuales”, dice.
Una vez acá, se conectó con Derechos Humanos y Diversidad. La organización le brinda asistencia psicológica y acompañamiento a través de un grupo de voluntarios que lo ayudan con los trámites para que nuestro país le brinde protección internacional a través del status de refugiado.
“Cuando una persona es refugiada, la nación que la recibe se compromete a no devolverla a su país de origen”, explica Mariano Ruiz, y sigue: “La organización nació el año pasado y en este tiempo ya hemos asistido a unas 350 personas LGBTIQ+ que llegaron a nuestro país a iniciar los trámites para solicitar el status de refugiado por motivos de orientación sexual y/o identidad de género. Algunas de ellas ya están siendo reconocidas como tales”. Ruiz cuenta que la mayoría viene de Rusia, pero también llegan personas de Ucrania, Bielorrusia, Kazajistán, Venezuela, Ecuador y Honduras. “En la mayoría de los casos, las personas ingresan al país y nos contactan para que las asistamos a iniciar los trámites”, agrega.
Para ser considerada refugiada, la persona debe demostrar que su vida o su libertad corren peligro en su país. Los trámites se inician ante la Comisión Nacional para los Refugiados, organismo que depende del Ministerio del Interior. Entre 1985 y 2022, unas 32.406 personas pidieron ser reconocidas como refugiadas por la Argentina al considerar que sus vidas y su libertad corría peligro por diferentes causas en sus países de origen. En el caso de las personas del colectivo, tienen que expresar su temor a ser perseguidas o violentadas por su orientación sexual o su identidad de género.
Roman Bevz y su novia Margarita son dos de las personas que pidieron este reconocimiento el año último y lo consiguieron hace pocas semanas. Llegaron de Rusia en mayo de 2022, cansados de la violencia y la discriminación que padecían porque Roman es un varón trans.
El joven le cuenta a LA NACION que fue en su adolescencia cuando descubrió que era un varón trans. “No hay información en Rusia sobre la comunidad trans. Tenía que ir a la dark web para buscar material. Existen grupos que ayudan pero están ocultos y era muy difícil acceder, porque la comunidad LGBT está oculta”, explica este joven de 23 años, que vive con su novia en Belgrano. Juntos, tienen un emprendimiento de cuidado de mascotas.
Hace unos años, Roman pudo hacer el cambio de identidad en su documento, un trámite que, como ya dijimos, actualmente está prohibido en su país. Para hacer ese cambio registral tuvo que someterse a que un comité de psiquiatras lo diagnosticara con disforia de género, una práctica que genera un rechazo generalizado en la comunidad LGBTIQ+ porque implica patologizar la identidad autopercibida. “Antes de eso, era un problema cada vez que la policía me pedía los documentos”, agrega.
Con la sanción de leyes cada vez más restrictivas y un contexto más adverso hacia la comunidad LGBTIQ+, Roman y Margarita empezaron a proyectar irse del país. La gota que rebalsó el vaso fue cuando el joven empezó a tener dificultades para acceder al sistema de salud. “Habíamos descubierto por Instagram una cuenta de personas rusas del colectivo viviendo en la Argentina. Hablaban de un país hermoso, con libertad y oportunidades para todos. Así que lo hicimos”, cuenta.
La pareja llegó en mayo del año pasado. Roman recuerda unos primeros meses de adaptación estresantes, pero hoy siente que todo valió la pena. Sobre todo cuando, hace unas semanas, les otorgaron estatus de refugiados. “No quiero decir que antes no nos sentíamos seguros pero ahora, desde que tenemos nuestros papeles, sabemos que este es nuestro hogar también en los papeles”, concluye.
Por su parte, Jean Pierre es optimista con el camino que empezó a recorrer a pesar de todo lo que tuvo que dejar atrás: sus amigos, sus pinturas (también ilustra), su cámara. “Argentina es un país hermoso y me siento muy bien recibido. Sé que es cuestión de tiempo hasta poder armar un grupo de amigos”, confía. Mientras, sostiene sus sesiones de terapia para superar el trauma y curar sus heridas, en compañía de su gata Seline. En una de las paredes de su departamento, cuelgan cuadros con frases positivas. Uno de ellos le recuerda que “Vivir es mucho más que existir”.
Más información:La asociación civil Derechos Humanos y Diversidad brinda diferentes formas de asistencia a la población LGTBIQ+ que llega a la Argentina huyendo de la violencia y la discriminación. Si querés conocer más, hacé click aquíLa oficina de la Comisión Nacional para los Refugiados está ubicada en Hipólito Yrigoyen 952, CABA, y sólo atiende con cita previa. Brinda atención a los números: 4317-0200 int. 74022 / 74023 y por mail a: secretaria.conare@migraciones.gov.ar