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Figueroa: las últimas horas de una jueza atrincherada

En la mayoría de las organizaciones, los que mandan están en el penthouse, en el piso de arriba. En el edificio de Comodoro Py 2002, no. La Cámara Federal de Casación Penal está en el primer p...

En la mayoría de las organizaciones, los que mandan están en el penthouse, en el piso de arriba. En el edificio de Comodoro Py 2002, no. La Cámara Federal de Casación Penal está en el primer piso, encima del kiosco de fotocopias. Allí se abre un hall central que distribuye a izquierda y derecha, a lo largo de un pasillo ancho, los despachos de los jueces: unos hacia el Puerto, otros hacia la estación Retiro. Un cortinado grueso, único en el edificio, impide ver desde el hall quiénes caminan por ese pasillo, quiénes entran a los despachos y quiénes visitan a quien.

En medio de ese pasillo, está la sala de acuerdos. Con una mesa gigante con doce lugares, señalados con una carpeta de cuero con el nombre grabado de cada juez. La cabecera está reservada al presidente o presidenta. Son el tribunal penal más importante del país, apenas por debajo de la Corte, y todas las causas de corrupción pasan por ellos, las revisan para dejarlas vivas, heridas o en ocasiones para darles sepultura.

Allí, en la cabecera, se sentó la jueza Ana María Figueroa para defender su posición el martes pasado. Ya había cumplido 75 años el 9 de agosto, pero no había conseguido que el Senado aprobara su pliego por cinco años más. El Senado no se podía reunir porque el kirchnerismo no tiene los votos. Y Figueroa era la jueza del kirchnerismo en la Casación, votando, una y otra vez, en favor de las causas de Cristina Kirchner.

Sus colegas presionaron, pero se quedaron en la gatera. Firmaron una nota donde decían que “habría cesado” en su cargo y se las mandaron a la Corte y al Consejo de la Magistratura. Fue el 10 de agosto. Pero pasó casi un mes y nadie se movió.

Los jueces se reunieron de nuevo en la sala de acuerdos el martes pasado. Figueroa, que había dicho que no firmaba más fallos y que resignaba la presidencia, se sentó de todos modos en la cabecera. Llevaba un discurso escrito, no se animó a improvisar. Allí reafirmó su idea de que seguía siendo jueza hasta que el Senado le diera acuerdo y que seguía siendo presidenta.

Sus colegas se mostraron firmes. Le dijeron que debía dejar la presidencia y nombrar a un suplente. Un sector más duro, integrado por Guillermo Yacobucci, Daniel Petrone, Diego Barroetaveña y Carlos Mahiques, la instaban a que cesara en su cargo. El juez Mariano Borinsky, vicepresidente y presidente interino, buscaba contemporizar. La reunión fue áspera. Alejandro Slokar, el juez más cercano a las ideas del kirchnerismo, aludió a jueces usurpadores, en alusión a Mahiques, que llegó a la Casación trasladado desde otro tribunal. Mahiques se enojó y amenazó con irse.

Figueroa argumentaba que en los casos de los jueces Silvia Mora de Recondo, Luis Imaz y Juan Carlos Bonzón, los habían esperado después de su cumpleaños número 75, hasta que el Senado les dio acuerdo y les prorrogaron cinco años más el nombramiento. Era el mismo argumento que usó el Gobierno para pedirle a la Corte que la dejara en su cargo.

El ánimo se caldeó. Borinsky quiso posponer todo para el jueves. Sus colegas no querían alargarlo más y pidieron que fuera el miércoles. Todo concluyó con la idea de que la jueza analizaría tomarse una licencia. La propia Figueroa, entre sandwichitos de jamón y queso, sentada a la cabecera, lo comunicó a los periodistas, con Borinsky a su lado.

Así las cosas, los jueces se volvieron a sentar en la sala de acuerdos al día siguiente, el miércoles 13.30. Arrancó Guillermo Yacobucci, el más firme en su idea de que era necesario ordenar el problema. Figueroa, con nuevos bríos, pensaba en tomarse vacaciones adeudadas. El objetivo era ganar tiempo y que el Senado le diera el acuerdo. En su embestida Figueroa sacó cuentas de cuántas causas atrasadas tenían sus colegas y fue contra Mahiques de nuevo.

Javier Carbajo advirtió que se estaban desviando del tema. “Estamos como en las películas del oeste, persiguiendo a un caballo sin jinete”, aseguró con una metáfora de western. Ya habían votado y había mayoría para que Figueroa dejara la presidencia y se designara un suplente. Las diferencias pasaban por los fundamentos de esta decisión: para la mayoría se debía dejar por escrito que no era más jueza, pero una minoría defendía la idea de la licencia.

Algunos de los jueces algo sabían o intuían. Uno de ellos se había comunicado con la Corte, el otro tablero donde se jugaba la partida de Figueroa y le dieron la primicia. El asunto no tenía salida en la Casación cuando decidieron llamar a un nuevo cuarto intermedio por poco tiempo. Eran las 15. Borinsky salió corriendo escaleras abajo para atenderse de una tortícolis. Terminó con un cuello ortopédico. Barroetaveña fue el primero que desapareció. Y más tarde Slokar, atlético, bajó la escalera con largas zancadas. “¿Que pasó?”, le preguntaron los periodistas a la pasada. “No es a mí a quien tiene que preguntarle”, alcanzó a contestar.

Solo uno de ellos sabía que ese día había acuerdo de los jueces de la Corte. Y tenía información privilegiada. A esa hora, cuando en Casación levantaron la reunión, la Corte, por unanimidad, les solucionó el problema. Firmó una resolución donde dijo que Figueroa no era más jueza desde el día en que cumplió 75 años, el 9 de agosto. La jueza se enteró por WhatsApp. No lo podía creer.

La Corte le dio un revés al Gobierno, le mandó un mensaje a Cristina y puso las cosas en orden. Dijo lo que dice la Constitución: los jueces a los 75 años se van a su casa si no consiguen un nuevo nombramiento. Al día siguiente Figueroa no volvió a su despacho y mandó a pedir que le llevaran a su casa las cosas de su escritorio.

Fuente: https://www.lanacion.com.ar/opinion/figureoa-las-ultimas-horas-de-una-jueza-atrincherada-nid09092023/

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