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La cabeza del dragón

El tiempo nos va enseñando lecciones. Hay que ver si luego tendremos la ocasión de aplicarlas. A veces, díganme si no, tenemos la impresión de que la vida nos da tiempo solo para aprender las l...

El tiempo nos va enseñando lecciones. Hay que ver si luego tendremos la ocasión de aplicarlas. A veces, díganme si no, tenemos la impresión de que la vida nos da tiempo solo para aprender las lecciones; no para ponerlas en práctica. Así que si están aguardando que los años les traigan alguna certeza, cierto sosiego, un descanso para el ensayo y error, no funciona así. Por eso algunas corrientes filosóficas alientan el cultivo de una mente de principiante. Adhiero.

Pero, a decir verdad, no sé si esa actitud acaso viene con el combo, si es la educación o qué. He conocido octogenarios con la curiosidad de un chico (Borges, sin ir más lejos) y jóvenes universitarios a quienes parecía que ninguna maravilla del universo podía subyugarlos.

Una escritora, cuyo nombre se me ha extraviado en la memoria y en los anaqueles desordenados de esta casa, escribió que la vida consiste en la ampliación de la consciencia. Puede que el subproducto de esa ampliación –la cabeza, como dicen los que destilan espirituosos– sea un poco de desencanto. Puede que lo más visible sea que adquirimos algo de experiencia. Pero oculta, como los océanos que discurren bajo los polos, está la sensación clara y distinta de que cada día –cada día, literalmente– nos deja una lección, un aprendizaje; ah, mirá, así era esto, se hacía así, se resolvía así. No lo sabía.

Algunas lecciones son épicas. No se aprenden en una tarde o con un martillazo imprudente. Llevan años. A veces, una década. Uno puede de verdad dedicar involuntariamente diez años a incorporar algo que tal vez sabíamos en teoría, pero que nuestra naturaleza se negaba a aceptar. Una de esas lecciones es que la vida toma sus propias decisiones.

Está todo bien con lo de ser arquitecto de tu destino, con el voluntarismo omnipotente y el wishful thinking. Pero a sopapos el paso por el mundo te va a enseñar a ser humilde. Vos tendrás tus planes, esa voluntad de acero y un coraje a toda prueba, pero a la vida le importa un rábano y hace lo que se le da la gana.

Perdón, no. No estoy ni restándoles importancia a los logros personales ni sugiriendo que naveguemos por la vida como hojas en el viento. Por el contrario, y un poco del lado de los estoicos, aconsejo desvelarse solo por aquello que podemos controlar. El futuro no está en esa lista. Me gusta proyectar, y alguien dijo que tal vez toda nuestra felicidad no sea sino el planear nuestra felicidad. Pero he aprendido a golpes que invertir nuestras horas en horas que todavía no han llegado y que tal vez nunca lleguen es un doble expendio. Es también un pecado, y uno del que vamos a arrepentirnos mucho e inútilmente, porque esas horas se han ido para siempre.

Es mucho mejor, desde mi punto de vista, entregarnos a la tarea de entrenar esos músculos que, sin importar lo que traiga el futuro, nos sacarán de la tormenta o nos permitirán sumergirnos, sin pensar y sin recelo, en los tiempos dichosos. Ser feliz es mucho más difícil de lo que parece. Entre otras cosas porque no hay nada como ser feliz. No es ser. Es existir. Lo he dicho ya: la felicidad es como la lluvia; no pueden tocarte todas las gotas.

Pero no me quiero dispersar. Forjar el carácter es importante. Identificar nuestros defectos, y trabajar ahí, con la perseverancia delicada del pulidor de lentes, porque nuestros defectos no son un estigma ni una casualidad. Mirémoslos de frente. Suelen ser el subproducto indeseable de lo mejor que tenemos; lo que se descarta de un destilado, la cabeza. No nos volvamos timoratos a fuerza de corregir nuestra ira, que no es sino un rasgo censurable de nuestro corazón vehemente. Aprendí esto de mi madre. Que se fue una noche sin avisar, dejándome con una soledad que sigo sin poder explicarme. Pero con una lección implacable. Que nuestras preocupaciones de hoy no cambian el mañana. Y que el mañana nunca sabe. Mamá habría cumplido casi 90 años este mes. Estaría enojadísima por eso.

Fuente: https://www.lanacion.com.ar/cultura/la-cabeza-del-dragon-nid21062023/

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