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La Minga: El rito ancestral que mantienen vivo varias familias del norte

“En esta minga tan linda voy a cantar un momento, así cuando canto y bailo mi corazón está contento. El corazón se me alegra cuando pienso en matrimonio, solo la suegra me asusta, que puede s...

“En esta minga tan linda voy a cantar un momento, así cuando canto y bailo mi corazón está contento. El corazón se me alegra cuando pienso en matrimonio, solo la suegra me asusta, que puede ser un demonio”.

Arranca una coplera a cantar en el Festival de la Minga de Juiri y todos los que desde la mañana fueron cayendo al salón donde se desarrolla el encuentro social, sueltan una buena carcajada. Están de fiesta en la comunidad aborigen de Rodero porque se celebra la minga, una tradición ancestral que no quieren que desaparezca, y porque además es una ocasión para reunirse con amigos, tíos, primos y abuelos que viven dispersos por la quebrada.

Rodero se descubre en un valle lateral de la Quebrada de Humahuaca, habitada por 54 familias, y está compuesta por los parajes de Bajo Rodero, Juiri (organizador de este evento), Pueblo de la Candelaria, Ronque y Mesaditas. Pero con el festival la gente llega de todas partes.

“Soy hijo de Santos Paredes, el cantor de coplas, el contrapuntista”, dice Diego Paredes orgulloso, cuando se presenta con alguien desconocido o a quien no ve hace tiempo. Además de hijo de Santos, Diego –32 años– es anfitrión a través de su emprendimiento ´Renaciendo Costumbres´ y explica, a los que venimos de afuera, que la minga es una arraigada tradición que convoca a amigos y vecinos, durante octubre y noviembre, para llevar a cabo un trabajo mancomunado. Hoy van a realizar una siembra de papas. “Se traen yuntas de bueyes, gañanes, karacunca y semilladoras, y entre bailes, chayadas y coplas se da inicio al período de siembra de papas”, anticipa Diego, quien de a poco irá explicando la función de cada uno de estos personajes.

Al igual que la mayoría de los 300 participantes que se esperan en el lugar, Diego y su padre Santos visten ropa de gala. Impecable camisa azul y blanca, pañuelo al cuello, sombrero y, en los pies, lustrosísimo calzado negro. “Cuando es una ocasión importante salen a presumir”, bromea Santos acerca de los caballos con lo que llegan a la minga. Con relucientes cabezada, rienda, freno y montura, Diego se encargó especialmente de que brillara la alpaca y blanqueó el cuero con un tratamiento de crema para que luciera como nuevo.

Las buenas costumbres

Cuando, después de estudiar ingeniería mecánica, Diego decidió volver a su comunidad para revalorizar esos antiguos hábitos “de los abuelitos” y arrancó con su proyecto, su papá se resistió a acompañarlo. “Él no quería que la familia tuviera que soportar la vida dura de campo y se había ido a la ciudad y a la Patagonia durante muchos años a trabajar en minería”, cuenta. Pero al campo volvieron todos cuando alguien quiso comprar la casa familiar y decidieron no perderla; de a poco volvieron a aprender las labores rurales.

“Estamos haciendo que recupere el gusto por el campo”, dice Diego, parte integrante de la tercera generación que busca regresar a las fuentes. Y sostiene que preservar esas prácticas tradicionales es mantener viva la propia cultura y es reafirmar la identidad, el eje que sostiene la existencia. “Me dan ganas de transmitir todo lo que puedo aprender de mis abuelos y de mi comunidad a quienes nos visitan y a las personas de mi propia comunidad que desconocen las costumbres”, subraya.

Sin embargo, cuando en 2021 llegaron los primeros turistas a la zona, la asamblea del pueblo se resistió. Fue cuestión de tiempo, de explicar e insistir que, bien controlado, el cambio podía aportar beneficios; no dejaba de ser un recurso económico adicional que los motivaría a quedarse en lugar de emigrar.

A través de su emprendimiento, Diego Paredes lleva gente al Festival de la Minga, realiza cabalgatas, la hace participar de las labores del campo como la siembra, el arreo de ganado o de talleres de cerámica.

Diego se capacitó durante dos años con la Secretaría de Turismo de la provincia de Jujuy en turismo rural comunitario, e hizo cursos de senderismo, técnicas de guiado, marketing y atención al cliente.

La minga

El salón y el campo se animan con la música, las actividades y mucho colorido vernáculo. Y donde se celebra la minga, se alardea con los mejores atuendos de difícil uso cotidiano, como los sombreros con adornos enchapados en plata, mantas y polleras bordadas, ponchos de oveja o vicuña; también hay sombreros de paño de oveja o nutria, y cajas para cantar coplas. Sumaj Pacha es de Coctaca y para que no se le quiebre su caja (hecha de un lado de cuero de oveja, de panza de vaca del otro), que no usa hace tiempo, la lubrica y se larga a cantar.

“Permisito, permisito voy a cantar”, interrumpe otra coplera y arranca entusiasmada. Son copleros solistas, pero no son los únicos; a lo largo de la tarde habrá cuadrillas –grupos de copleros– y contrapuntistas, hombres y mujeres que se enfrentan con sus letras, ritmos y compases y hablan espontáneamente sobre temas de pareja y amor. Cuando suben al escenario, es un jurado el que decide quién es el mejor de cada especialidad.

Lo que sucede en la minga se explica completo a través de coplas. Antes del almuerzo se hace la “chaya de la karacunca”: es la persona encargada de la distribución de las papas y su chaya, palabra que viene del quechua cháya y significa “llegada”, porque alude a juegos y fiesta del carnaval. Después vendrá la siembra y el baile. Al rociar la semilla con bebidas alcohólicas y ofrendar papel picado y hojas de coca, se “chaya” para agradecer y, al mismo tiempo, pedir permiso a la Tierra para sembrar.

De grandes ollas comunitarias sale un picante de mondongo bien pulsudito que cocinan a base de maíz pelado, papas, mondongo, cebolla de verdeo, morrón, cartílago y se reparte entre todos los asistentes. También hay frangollo, sopa de maíz blanco triturado. Y hay chicha, mucha, que se distribuye en jarras chicheras. “Señora chichera, señora chichera, sírvame”, piden todos y extienden sus vasos.

En el rastrojo esperan las yuntas de bueyes (con sus cuernos decorados para la ocasión con flores de papel y pompones de lana) con su gañan, que es el arador que se encarga de guiarlos. La parte más activa de la jornada es cuando la gente, que ya es casi multitud, pasa al terreno donde se va a sembrar. Ese terreno tiene dueño y será el feliz destinatario de la cosecha quien, a su vez, en agradecimiento, dará una parte a la comunidad. En las ocasiones en que la minga se hace en un acotado espacio comunal, la cosecha se reparte entre todos los que participaron.

“Lucite con ese arado”, “Ará derechito, eh?”, o “Qué buey”, son expresiones de quienes contemplan la destreza de los cuatro gañanes que compiten con sus bueyes y sus arados sobre el rastrojo. “No se acerque, no se acerque”, le gritan a los desprevenidos que se aproximan demasiado a los bueyes en acción, para filmarlos o sacarse una selfie; todos quieren tener registro de la jornada. Una tal Etelvina se saca sus ganas de arar con sus propias manos y pide bueyes prestados; con jean chupín, sweater rosa y zapatos de salir se anima igual. Cuenta que tiene 60 años y que a sus 14 el papá le enseñó a arar y que no se olvida. “Hay que hablarles a los bueyes y tratarlos lindo”, aconseja cuando sale del rastrojo jadeando por el esfuerzo.

Del arador los jueces evalúan la forma de realizar los surcos; cómo evalúa el desnivel del terreno para que luego funcione la irrigación del sembrado; si los animales son obedientes, y el arador, paciente. “Creen que por hacerlo rápido lo hacen mejor”, se escucha decir a un juez descontento con lo que ve.

En la semilladora se juzga cómo miden la cantidad de simiente que se coloca en el surco, la distancia entre semilla y semilla –ellas lo van midiendo con sus pasos– y la rapidez con que se hace, además de su forma de vestir.

“Vine aquí porque nací acá, para no olvidarme de las costumbres de antes: mi abuelo lo hacía con tres o cuatro familias vecinas, una vez en el terreno de uno y otra vez en el de otro”, relata Narcisa Cruz. Cuando le piden que contrapuntee en la competencia –parece que es buena–, se niega. No quiere pasar vergüenza (dice), hay que prepararse. Pero a la fiesta que sigue sí se queda. Como todos, hasta el final.

DATOS ÚTILESDIEGO PAREDES T: (388) 682-7576. renaciendocostumbres@gmail.com A través de @renaciendocostumbres comparte la cultura ancestral de la Comunidad de Rodero con variedad de actividades rurales y cabalgatas. En caso de que se precise, Diego organiza también el hospedaje en el lugar.EL SOLAR DE LA QUEBRADA Santa Fe 450, Humahuaca. T: (3887) 42-1986 y (388) 429-7743. www.elsolardelaquebrada.com En una ubicación céntrica muy cercana al Monumento a los Héroes de la Independencia, la hostería ofrece diez habitaciones (seis estándar y seis superiores) con baño privado, y una cabaña equipada para cinco personas. Al fondo de un lindo patio cargado de macetas con cactus y suculentas, hay una parrilla (y vajilla) disponible para los huéspedes. Hay buen wifi, TV y calefacción.

Fuente: https://www.lanacion.com.ar/revista-lugares/la-minga-el-rito-ancestral-que-mantienen-vivo-varias-familias-del-norte-nid22102023/

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