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La política exterior, entre el romance con el chavismo y una relación conflictiva con Estados Unidos

El presidente de Estados Unidos, George Bush, se movía incómodo en su asiento, sin abandonar su rictus serio y contrariado. “No nos sirve cualquier integración, un acuerdo no puede ser de una ...

El presidente de Estados Unidos, George Bush, se movía incómodo en su asiento, sin abandonar su rictus serio y contrariado. “No nos sirve cualquier integración, un acuerdo no puede ser de una sola vía”, enfatizó Néstor Kirchner aquel 5 de noviembre de 2005, en medio de la Cumbre de las Américas de Mar del Plata que sepultó, en presencia del mandatario norteamericano, la creación del Alca impulsada por Washington y rechazada por Kirchner, en tándem con el brasileño Luiz Inácio Lula da Silva y el venezolano Hugo Chávez, entonces en el apogeo de su poder y promotor de la contracumbre de los Pueblos. Contracumbre en la que Chávez lanzara la proclama: “Alca, Alca, al carajo”, con el astro futbolístico Diego Maradona, el dirigente boliviano Evo Morales y el cantautor cubano Silvio Rodríguez, entre otros, como fervorosos y alegres testigos de la movida anti-imperialista, que contaba con un guiño explícito de la Casa Rosada.

El episodio de Mar del Plata, que terminó con Bush acortando su visita al país y doce años sin presidentes estadounidenses en Argentina-recién en 2017 llegaría Barack Obama a encontrarse con Mauricio Macri-marcarían a fuego la política exterior del kirchnerismo en sus cuatro períodos de gobierno. Sin romper del todo lanzas con Estados Unidos, Kirchner inició un camino de cercanía con la región y en especial con el líder bolivariano que profundizó su esposa, Cristina Fernández de Kirchner, durante los dos mandatos siguientes.

En ese particular vínculo se sucedieron, con el correr de los años, episodios simbólicos, como la renuncia de Eduardo Sadous como embajador en Caracas, denunciando una “embajada paralela”; las recordadas valijas de Guido Antonini Wilson a finales de 2007, con fondos que en teoría venían a financiar la campaña oficialista; la jugada del entonces canciller Héctor Timerman revisando la carga de un avión norteamericano en el aeropuerto de Ezeiza en febrero de 2011; y la firma del Memorándum con Irán, acusado por los atentados a la embajada de Israel y la AMIA, en enero de 2013. Simbólicos mojones en una política exterior que encontró nuevos aliados entre los rivales de Estados Unidos, y que sólo volvió a mostrarse cercano a Washington durante los cuatro años del gobierno de Cambiemos, entre 2015 y 2019.

Ni bien llegado al sillón de Rivadavia, Kirchner dejó en claro, en su primer discurso, que sus prioridades serían distintas a las de gobiernos anteriores como los de Carlos Menem, Fernando de la Rúa y su antecesor Eduardo Duhalde, alineado como aquellos con las potencias occidentales a través de la cancillería que encabezaba Carlos Ruckauf. “El Mercosur y la integración latinoamericana, deben ser parte de un verdadero proyecto político regional”, dijo el flamante presidente aquel 25 de mayo de 2003, ante el Congreso. “No debe esperarse de nosotros alineamientos automáticos sino relaciones serias, maduras y racionales que respeten las dignidades que los países tienen”, agregó Kirchner en aquel discurso, con la intención de despegarse de sus antecesores del peronismo.

“A Néstor no le interesaba la política exterior, a Lula ni lo conocía antes de llegar. Su prioridad al menos al principio era el pago de la deuda. Era un pragmático”, cuenta por lo bajo un protagonista de aquellos primeros años de kircherismo. Y recuerda que en el equipo original de negociación con el FMI, que culminó en diciembre de 2005, estaban Roberto Lavagna, Guillermo Nielsen y Martín Redrado, ninguno de ellos enrolado en posiciones cercanas al chavismo.

“Néstor Kirchner no era un ideólogo, un Wang Huning (dirigente chino) por mencionar a alguien, sino un decisionista, alguien que creía que el poder era la capacidad de lograr objetivos, de cambiar las cosas, o no era poder. Y si de algo entendía era del poder y su manejo. Así como nunca escuché al expresidente una expresión descalificadora respecto de los Estados Unidos, siempre le escuché explicar la obsesión por pagar la deuda. No se trataba sólo de salir del default, o de que en lo personal él prefiriera siempre ser el acreedor antes que el deudor de la narrativa, sino de poder disponer en plenitud de la agenda política.”, coincide el ex canciller Rafael Bielsa (2003-2005) en diálogo con este diario.

Hoy embajador argentino en Chile, y protagonista de aquellos primeros años, Bielsa defiende la cercanía de Kirchner con Chávez y Lula desde un punto de vista económico y geopolítico. “Se alinearon varios factores que condujeron a una gran producción orientada a los procesos de integración. Estos procesos son caros, y se vivía un súper ciclo de los commodities, en nuestro país la crisis de 2001/2002 había racionalizado a los factores económicos, la salida de la convertibilidad y el rescate de las cuasi monedas se orientaba hacia la sensatez y no era difícil soñar. El problema fue que los procesos de integración, además de caros, son largos y requieren de liderazgo”, sostuvo el hoy embajador desde Santiago de Chile.

La crisis con el campo, a inicios de 2008, ya con Cristina Kirchner al mando y la deuda externa saldada, coincide con el “giro” más pronunciado del kirchnerismo hacia una “latinoamericanización” de las relaciones exteriores. Coincidían en el poder, por aquellos tiempos, no sólo Chávez, Lula y los Kirchner, sino el Frente Amplio en Uruguay, Rafael Correa en Ecuador (asumió en 2007) y la Concertación chilena de Ricardo Lagos y Michelle Bachelet, todos aliados dentro y fuera del Mercosur y en los organismos internacionales. “Había un aire de época, con Naomi Klein que hablaba de la recuperación de los valores de la izquierda sin la construcción del socialismo”, recuerda Gabriel Fuks, quien desde 2003 hasta 2013 presidió la comisión Cascos Blancos de la Cancillería. En pleno romance, con la creación de mecanismos comunes como la Unasur, la “Patria Grande” tenía, con todo, sus problemas internos: embarcado en una pelea por la “soberanía”, el Gobierno generó un extenso conflicto diplomático con Uruguay al avalar durante años el corte que los asambleístas de Gualeguaychú efectivizaron en el puente internacional que comunica esa localidad con Fray Bentos, en protesta por la instalación de la pastera Botnia a orillas del río compartido.

Las relaciones con Estados Unidos, que se mantenían tensas en lo político por la cercanía del kirchnerismo con un Chávez siempre desafiante, pero colaborativas en lo que hace a la lucha contra el narcotráfico y la cooperación anti-terrorista, sufrieron otro retroceso con la incautación del avión norteamericano, revisado por el canciller Timerman alicate en mano y en búsqueda de material no declarado. “Tenemos un canciller que sobreactúa, debido a que el traje le queda grande”, dijo por entonces Margarita Stolbizer, opositora a la gestión y denunciante penal de la entonces presidenta. El desaire de Obama a los Kirchner, que llegaría a la región sin pasar por Buenos Aires, habría sido la razón no declarada que explicaría la minuciosidad con la que se revisó un avión que traía armamento para ejercicios militares de rutina.

Dos años después de aquel episodio, y por consejo de Timerman, Cristina Kirchner autoriza a su canciller a negociar con Teherán una “salida” para la negativa de los ex funcionarios iraníes que se negaban a acatar los pedidos de Interpol y colaborar con la justicia argentina en el esclarecimiento de los atentados a la embajada de Israel, pero por sobre todo al de la AMIA. Para la comunidad judía, el Memorándum de Entendimiento fue un golpe duro de asimilar. Durante años, sobre todo durante el gobierno de Néstor Kirchner, los líderes de la AMIA y la DAIA se habían acostumbrado al acompañamiento del Gobierno y a las denuncias contra Irán en las Naciones Unidas. Ahora, se los invitaba a acompañar un diálogo con quienes, para la Justicia argentina, habían ideado los ataques terroristas y colaborado para que se hubiesen desarrollado, ambos en pleno centro porteño. “Si algo caracterizó la política exterior del kirchnerismo en relación al terrorismo y a la responsabilidad de Irán en el atentado a la AMIA, fue la inconsistencia. Hay dos etapas bien marcadas, la primera va desde la asunción de Néstor Kirchner hasta el inicio del segundo mandato de Cristina, en la que fue clara la condena del gobierno a argentino al terrorismo internacional y a partir de la investigación del fiscal Nisman impulsada por el propio Kirchner, los principales foros internacionales, sobre todo las Naciones Unidas, se transformaron en el escenario ideal para reclamarle a los iraníes colaboración en la investigación del atentado a la AMIA”, afirmó a LA NACION el presidente de la DAIA, Jorge Knoblovits. Para el dirigente comunitario, “a comienzo del segundo mandato de Cristina Kirchner, empieza un cambio claro en la política exterior que impacta sobre la posición que venía manteniendo el gobierno: se aleja de Estados Unidos y Europa y profundiza su alianza con los aliados de Irán en la región, sobre todo con Chávez. Se empieza a cuestionar la investigación de Nisman y se trata de desligar a Irán, a través de personajes muy cercanos al gobierno, de su responsabilidad en el asesinato e 85 personas. El Memorándum de entendimiento deja definitivamente al descubierto la posición del entonces gobierno argentino”, finalizó.

Las relaciones entre Cristina, Israel y la dirigencia de la comunidad judía quedarían resentidas desde entonces.

La derrota de Daniel Scioli en 2015 a manos de Mauricio Macri trajo consigo un nuevo viraje en la política exterior que sólo duraría cuatro años. “Cuando llegamos a la Cancillería, no había un papel de antes de 2003. Para el kirchnerismo, todo había empezado ese año”, grafica Fulvio Pompeo, secretario de Asuntos Estratégicos durante todo el gobierno de Macri. La visita de Obama, en marzo de 2017; la organización del G20 en noviembre de 2018 (con Donald Trump y otros líderes mundiales en Buenos Aires) y el acuerdo UE-Mercosur, lejos de la Venezuela chavista fueron algunos de los hitos de una gestión que intentó y “consiguió la reinserción de Argentina al mundo”, como lo denomina Pompeo. Desde el kirchnerismo denunciaban el “prejuicio” de Macri contra Venezuela, y cuestionaban la cercanía con Estados Unidos.

Todo volvió a cambiar en 2019, cuando Alberto Fernández se hizo cargo del Gobierno. Pretendidos “puentes” entre Estados Unidos y sus detractores en la región, y propulsores del “multilateralismo”, el Gobierno y la Cancillería se acercaron a Venezuela, Cuba y Nicaragua, y les costó condenarlos (en algunos casos lo hicieron a destiempo) en votaciones en Naciones Unidas y la OEA, incluso cuestionando, como lo hizo el embajador Carlos Raimundi, informes como el de Michelle Bachelet contra el chavismo.

Fernández se hizo, en enero de 2022, de la presidencia de la Celac con los votos de Venezuela y Nicaragua, y sólo reaccionó ante el régimen de Ortega cuando había pruebas irrefutables de violaciones a los derechos humanos por parte del régimen sandinista. Los vínculos con Washington nunca se cortaron, pero Fernández intentó en ese verano un audaz acercamiento con la Rusia de Vladimir Putin, que había abastecido de vacunas contra el coronavirus en el peor momento de la pandemia. Lo hizo en el momento menos indicado, cuando las tropa rusas se preparaban para atacar Ucrania. Mientras el Gobierno gasta hoy sus últimos cartuchos en conseguir fondos de dónde sea (Estados Unidos, Brasil y China), desde la oposición creen que todo volverá a cambiar pronto. “La mala praxis K te deja la vara tan baja que será sencillo volver al mundo”, sostiene Fernando Straface, referente internacional de Horacio Rodríguez Larreta, ya lanzado-como otros candidatos-a la pelea por la Presidencia en octubre.

Fuente: https://www.lanacion.com.ar/politica/la-politica-exterior-entre-el-romance-con-el-chavismo-y-una-relacion-conflictiva-con-estados-unidos-nid25052023/

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