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Los intelectuales que se acordaron tarde de las “amenazas contra la democracia”

Un grupo de intelectuales irrumpió en la discusión pública con sus armas habituales: una carta abierta, una fuerte desconexión con la realidad y las certezas de su superioridad moral y de su in...

Un grupo de intelectuales irrumpió en la discusión pública con sus armas habituales: una carta abierta, una fuerte desconexión con la realidad y las certezas de su superioridad moral y de su inocencia absoluta respecto de la decadencia argentina. El documento en su título habla de “amenazas a la democracia” y está firmado por un grupo de personas muy respetables, muchas de las cuales admiro y, creo sinceramente, han hecho grandes aportes intelectuales a la conversación sobre distintos problemas de nuestro país. No esta vez.

Según ellos, la amenaza a la democracia no es, como quedó certificado a lo largo de veinte años, la del kirchnerismo. En sus cuatro mandatos, el último modo del peronismo intentó cooptar o bloquear todas las instituciones que practicaran algún tipo de control sobre el ejercicio del poder. Lo hicieron con la prensa, como recordamos por su descomunal batalla con el grupo Clarín y con el uso que hicieron y siguen haciendo de los medios oficiales, vehículos no sólo de propaganda sino de persecución de ciudadanos opositores. Lo hicieron con el poder Judicial, al que intentaron colonizar con el nombramiento de jueces adictos, especialmente cuando las causas por corrupción cercaron a la líder del movimiento. Lo hicieron con la Corte Suprema, a la cual quisieron modificar inventando un mecanismo federal de incorporación de supremos dependientes de los gobiernos de las provincias que la habría convertido en una farsa. Lo hicieron con medidas de evaluación independientes, el ejemplo más claro de lo cual fue la grosera y violenta intervención al Indec para falsear sus datos, poniendo al país como un ejemplo bochornoso de falta de respeto de las instituciones y de la verdad objetiva mensurable. Recordemos que la respuesta a un libro que describía esta situación fue enviar a un grupo de patoteros del Mercado Central a la Feria del Libro donde se estaba realizando su presentación. La enumeración podría seguir y seguir, pero queda claro que hubo una amenaza de alterar ese sistema democrático, que esa amenaza la representó el kirchnerismo y que la última prueba necesaria es su alineación con regímenes que desprecian a la democracia, de Cuba a Rusia, de Venezuela a China. Los amigos internacionales del kirchnerismo validan cuál es su modelo ideal.

Ninguna de estas cosas sucedió durante el gobierno de Cambiemos, entre 2015 y 2019. Su fracaso fue económico y una de las formas de evaluarlo fue a través de las estadísticas públicas que fueron reparadas y rejerarquizadas en ese período. Hay mil razones para discutir si hubo algún elemento de progreso en esos cuatro años, pero lo cierto es que, a diferencia de lo sucedido antes y después, la democracia no estuvo en ese momento amenazada.

Si estas amenazas a la democracia por parte del kirchnerismo no resultaran especialmente persuasivas, los resultados de sus gestiones hicieron lo suyo para debilitar y resquebrajar el tejido social. Desperdiciando momentos ventajosos en las condiciones de intercambio, el resultado de los cuatro períodos fue el descontrol inflacionario y el aterrador crecimiento de la pobreza. Varias generaciones de argentinos fueron empujados a la marginalidad y al desconocimiento total de las prácticas regulares del estudio y del trabajo. A lo largo de estos veinte años y a pesar de dedicarle una parte enorme del presupuesto, todas las prestaciones del Estado han quedado deterioradas: tanto en salud como en seguridad y educación la crisis es abismal. Es evidente que el deterioro no fue revertido durante la gestión del presidente Macri, pero no quedan dudas de que en su mayor parte el tono de las medidas económicas de las dos últimas décadas que hundieron a millones de compatriotas en la miseria, es responsabilidad del kirchnerismo.

De la verificada, estudiada, juzgada y condenada corrupción, que mina los valores democráticos, socava las instituciones y lleva a la desconfianza total de la ciudadanía respecto de sus gobernantes, no hace falta hablar demasiado. El kirchnerismo ha convertido la gestión en una aspiradora de fondos públicos para provecho de dos personas y beneficio de quienes los rodeaban. No se me ocurre nada más antidemocrático que usar los dineros públicos para enriquecimiento personal y construcción política partidaria.

Sin embargo, para los firmantes de la carta, la amenaza a la democracia es la irrupción en el mapa electoral de Javier Milei y el crecimiento de La Libertad Avanza. Literalmente, la carta dice: “es la primera vez en 40 años de democracia que candidatos con discursos que promueven la violencia social y política, el desconocimiento de toda idea de equidad y, muy especialmente, la reivindicación de la dictadura militar, llegan con grandes posibilidades de triunfo a una elección presidencial”.

Estoy asustado como el que más por la inestabilidad emocional del candidato de LLA, creo que su discurso económico incendiario es precario y poco probable de ser llevado a la práctica, me hace gracia la idea de “casta” cuando ha tenido que apelar a personajes secundarios del pasado, así como a la ayuda extraoficial de Sergio Massa para completar las listas, y no me gusta nada el aire prepotente y orgulloso de su ignorancia de buena parte de sus seguidores. Aun así, me costaría encontrar explícitamente lo que ahí se describe como “promover la violencia social y política y el desconocimiento de toda idea de equidad”. Las intervenciones de las principales figuras de LLA pueden impresionar por la radicalidad de sus promesas (progresivamente desdecidas desde el triunfo en las PASO) y la precariedad con que han sido fundamentadas, pero no leí en ellas de manera orgánica un llamado a la violencia. Con la misma mala fe, uno podría atribuir las peores intenciones a cualquier candidato que se presente a elecciones.

De todas maneras, no rechazo en absoluto la posibilidad de que el desarrollo de LLA, suponiendo un triunfo electoral que los lleve al gobierno, genere ciertos riesgos para el sistema democrático. Está todo por verse. Ese peligro, sin embargo, es hipotético y se basa más en lecturas psicológicas que en amenazas explícitas. Lo que resulta extraordinariamente llamativo es que el documento de los intelectuales llama a unirse contra ese peligro especulativo nada más y nada menos que con los que amenazaron a la democracia en la práctica.

Si el kirchnerismo quiso llevarse puesto a la prensa independiente, a los jueces, a la Corte Suprema, a los datos, es decir, al sistema democrático en su conjunto, y no lo pudo concretar fue gracias a la resistencia de la sociedad (que graciosamente le había sido favorable cuando la situación económica era favorable) y a la oposición que, a lo largo del tiempo y pese a muchas dificultades y desavenencias internas, se mantuvo firme. ¿Qué habría pasado en la Argentina si en las elecciones legislativas de 2021 el kirchnerismo hubiera logrado el dominio de las dos cámaras del Congreso? Sería extraordinariamente irónico e impracticable que se espere que los que votaron a la fuerza que de alguna manera ayudó a detener los ataques antidemocráticos del kirchnerismo, ahora tengan que votarlos para detener una amenaza fantasmal, por ahora mucho menos real que la que sufrimos veinte años.

Dejo para el final la marca de agua de la deshonestidad, que brilla en el documento de los intelectuales y es la invocación a la Dictadura. El documento dice que nunca había llegado a la posibilidad de ganar la elección un movimiento que reivindicara a la Dictadura. La acusación es forzada y deshonesta a todas luces. Está motivada por el acto organizado por la candidata a la vicepresidencia por LLA, Victoria Villarruel, quien trabaja el tema de las víctimas civiles por el accionar de los grupos revolucionarios en la década del 70 desde hace años.

El tratamiento de esas víctimas ha sido totalmente negligente de parte de la sociedad y el Estado. Para dar sólo un ejemplo, hasta este año en que Ceferino Reato publicó su libro sobre la bomba en el comedor de la Policía Federal, el tercer atentado terrorista más importante de nuestra historia, no sabíamos nada de quienes fueron muertos o sobrevivieron mutilados en aquel episodio. Haber abandonado a esas víctimas implicó dejarlas en manos de quienes quisieran hacerse cargo de esa situación y prestarles atención. No tiene mucho sentido quejarse del uso por parte de algún miembro de LLA del dolor cuando cada vez que alguien quiso levantar sinceramente la voz en esa dirección fue acusado de negacionista, de partidario de la Dictadura y de apologeta de la “Teoría de los dos demonios”.

Todavía recuerdo cuando hace cinco años, el hijo del coronel Larrabure estuvo cerca de conseguir su objetivo de reabrir el juicio a los responsables del secuestro, tortura y muerte de su padre, realizado antes del golpe de 1976 por el ERP. En aquel momento, un grupo de intelectuales, con muchas de las mismas firmas que ahora quieren sumarse al kirchnerismo en contra de la amenaza fantasma, rechazaron de manera especialmente insensible las pretensiones de que el calvario de Larrabure tuviera un tratamiento jurídico similar al de las víctimas de la Dictadura.

Sobre aquel episodio escribí en su momento:

La familia Larrabure se ha encontrado con que, a lo largo de los años, la expresión de su dolor ha quedado al margen de los oficios del Estado. De alguna manera, Argentino del Valle Larrabure, asesinado luego de ser sometido a condiciones inhumanas, fue equiparado a los militares que dieron un golpe casi un año después de su muerte. Arturo Larrabure, su hijo, no hizo otra cosa que buscar un camino legal para poner en la consideración pública el martirio de su padre. Por esa búsqueda dentro del estado de derecho, sometiéndose a jueces y sobre el marco de la discusión de la interpretación de las leyes, el documento lo acusa nada menos que de “banalizar el Mal”. ¿Qué capas de ideología tiene que portar una persona para poder sentirse autorizado a semejante acusación a una persona cuya participación en los años de la violencia fue simplemente la de víctima? Arturo Larrabure tenía 15 años cuando su padre fue secuestrado y 16 cuando el cuerpo de su padre, con casi 50 kilos menos, fue dejado en el costado de un camino con inequívocas huellas de haber sido torturado. ¿Qué tan insensible se tiene que poner una persona para ignorar ese dolor invocando una interpretación particular del Estatuto de Roma?

Como fue a lo largo de veinte años, desde el momento en que se impuso el relato kirchnerista y se hizo hegemónico, la invocación a la Dictadura fue una coartada para sostener la discusión sobre los 70 en un solo espacio. Incluso quienes más y mejores esfuerzos hicieron para revisar críticamente la acción violenta de los grupos revolucionarios actúan de manera totalmente refractaria cuando alguna voz en el mismo sentido viene de alguien que no pertenece a su club exclusivo. Incluyendo a voces como la del hijo del coronel Larrabure, que no tienen segundas intenciones, actividad política ni conexiones con la Dictadura. Es simplemente la voz de un dolor que se negaron a escuchar.

Sin embargo, hay aquí algo más que la pretensión de un grupo de intelectuales de monopolizar una determinada discusión. Se trata, como les pasó miles de veces, de funcionar como un salvoconducto que le permita una vez más al kirchnerismo salirse con la suya. Hoy es imaginando que sus actos antidemocráticos demostrados a lo largo de cuatro períodos de gestión de gobierno no existieron y que, invocando una amenaza superior, uno comparte con ellos un mismo terreno familiar de respeto a las leyes y a las instituciones. Se pasaron veinte años imaginando que, si el kirchnerismo no era el movimiento soñado, por lo menos no era “la derecha”. Fueron así cómplices de una política desastrosa y cuya consecuencia más evidente es la frustración de una parte enorme de la sociedad que ahora encuentra en LLA la herramienta de castigo. No hay en la carta ni una sola mención a su responsabilidad por este estado de cosas. Los intelectuales se sienten siempre fuera de la contienda, impolutos. El desastre de la Argentina no está adelante, en el futuro, está aquí y ahora, un país sumergido en la decadencia, en la miseria y cuyos lazos sociales están totalmente quebrantados. La amenaza contra la democracia debió haber sido denunciada un poco antes.

Este texto fue publicado originariamente en el sitio digital gustavonoriega.substack.com

Fuente: https://www.lanacion.com.ar/ideas/los-intelectuales-que-se-acordaron-tarde-de-las-amenazas-contra-la-democracia-nid16092023/

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