Luciana Aymar, hoy: “Los deportistas que perduran son los que ganan la pelea psicológica”
SANTIAGO DE CHILE.- En el auto de los González-Aymar, Félix, de tres años, lanza una advertencia: “¡Mamá, papá, quiero jugar en un Panamericano!”. Al lado, Lupe, de apenas 12 meses, no sa...
SANTIAGO DE CHILE.- En el auto de los González-Aymar, Félix, de tres años, lanza una advertencia: “¡Mamá, papá, quiero jugar en un Panamericano!”. Al lado, Lupe, de apenas 12 meses, no sabe de qué habla su hermanito, pero los dos bajan del coche en el Estadio Nacional con todo el entusiasmo que supone la inocencia y no se despegan de sus pajaritos Fiu, la mascota de los Juegos Panamericanos Santiago 2023. En la mañana, Félix fue al jardín y tuvo una jornada especial: llevó la antorcha con la que su papá encendió el pebetero en la ceremonia inaugural del viernes 17 de octubre, para compartir con sus compañeritos. Y ahora, sobre el mediodía, juega con Lupe en el sintético de la cancha de hockey. Mamá es Luciana Aymar y papá es Fernando González. Entonces, se entiende: la familia respira deporte de una manera tan natural como necesaria.
Lucha, el emblema máximo de Las Leonas por casi dos décadas y mejor jugadora del mundo de todos los tiempos, vive en Chile desde hace seis años. Está casada con Fernando González, el Bombardero de la Reina, uno de los grandes ídolos deportivos de este país, campeón olímpico y ex N° 5 del mundo en tenis. Entre los dos formaron la familia que se agrandó con Félix y Lupe y que por estos días vive los Panamericanos de local, disfrutando a pleno, Hay muchas opciones para ver y reciben el cariño del público que los reconoce en algún escenario.
Luciana, particularmente, ya no es aquella que solo quería estar en una cancha con la camiseta argentina. Vive el hockey distendida, cerca de Las Leonas, que son su vida, pero desde una posición diferente. Pudo “soltar” a la jugadora y aprender a disfrutar desde otro lugar. De eso, del post retiro, de las presiones y el profesionalismo habló con LA NACION, además de cómo conoció a Fernando González y por qué cree que el destino le hizo un guiño con él. Una Lucha relajada que deja una sentencia: “Los deportistas que perduran son los que ganan la pelea psicológica”. Vale para el deporte. Vale para la vida.
-¿Alguna vez te imaginaste viendo unos Panamericanos desde afuera, después de haber jugado cuatro? ¿Cómo lo vivís?
-Cuando vinimos a la ceremonia inaugural en la que Fer llevó la antorcha, me di cuenta de que era la primera vez que lo estaba viviendo desde otro lugar; fue lindo también. Aunque a la vez, te das cuenta de que empezás a añorar todas esas cosas del deportista. De hecho, ahora cuando estaba en la cancha de hockey con las chicas, miraba que está bárbara y pensaba qué lindo ese momento, cuando terminás de entrenarte y te vas a la Villa a compartir con otros deportistas; eso se extraña. Hay un montón de cosas que se extrañan. Hoy estoy disfrutando los Juegos, realmente, de corazón. Cuando fui a los Juegos Olímpicos de 2016 no sé si los llegué a disfrutar, recién me había retirado (lo hizo en diciembre de 2014). De hecho, tenía que comentar los partidos para la televisión y me costó muchísimo. Hoy, sin darme cuenta, estoy disfrutando un montón. De ver a las chicas, de traer a mis hijos a ver lo que son unos Panamericanos, de estar acá aprovechando lo más que se pueda...
-Aún ya distendida, ¿se siente esa cosita?
-Me agarran ganas de retroceder un par de años y volver a jugar. Pero ya no me afecta como antes, estoy en otro momento. En Río sí me afectaba, hoy ya no, me siento como una fan más, incluso pidiéndoles fotos a las chicas con mis hijos, cosa que me ha pasado a la inversa.
-Tus hijos son chiquitos, pero los traen casi siempre, ¿te da cierto orgullo transitar estos lugares con ellos por más que aún no entiendan de qué se trata?
-Por más que no lo entiendan, nos gusta que estén rodeados de deporte y la verdad es que tenemos unos Panamericanos en nuestra casa, donde hoy estamos. Queremos que lo disfruten también y que vean cómo la gente disfruta del deporte. Cuando estábamos en camino, Félix en un momento nos dijo: ‘Mamá, papá, quiero jugar en un Panamericano’, y de hecho no tienen idea todavía de lo que es hacer un deporte. Todavía no practican ninguno, pero lo grabé. Ojalá hagan deporte, no sé si profesional o de alto rendimiento, pero ojalá lo hagan por la experiencia que tenemos los dos y lo que el deporte nos brindó. Y si el día de mañana quieren estar en el alto rendimiento o en unos Panamericanos o lo que sea, me encantaría.
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-¿Cuál fue el mejor legado que te dio el deporte por fuera de lo estrictamente deportivo?
-Es una palabra muy usada ahora, pero yo creo que “resiliencia”. El deporte en general tiene eso de nunca bajar los brazos. En lo personal, cuando dejé de jugar, me han costado un montón otras cosas: encontrar una pareja, formar una familia, no se me hizo fácil. Me llevó mis años y tuve mis altibajos. Y también siento que absorbí eso del deporte: ‘No voy a bajar los brazos, voy a intentarlo las veces que sea necesario’. Me acuerdo que me decían: ‘Lucha: esto no es deporte, no te tenés que poner un objetivo’. Y yo decía que tenía fe, que se me iba a dar. Quizás no en el momento que quisiera, pero se me iba a dar. Eso, seguir. Y buscar lo que uno desea, más allá de tener cosas que no se dan a favor, piedras en el camino. Bueno, si se me cierra una puerta y se me abren mil ventanas, saber aprovecharlas, levantarte y seguir.
-¿Era tu gran sueño tener una familia como la que tenés hoy?
-Mi gran sueño desde chica era otro: no era ni casarme ni pensaba en una familia. Mi sueño era ser deportista, haciendo el deporte que fuera, hacer algo especial con ese deporte. Y una vez que dejás de jugar te replanteás un montón de cosas: por qué nunca tuve un compañero estable con quien compartir los mismos gustos, las mismas cosas, las mismas pasiones. Me lo replanteé cuando dejé de jugar: que me gustaría encontrar a alguien que tuviera la misma locura que yo. Porque realmente es difícil tener una pareja que te acompañe en la locura de ser deportista de alto rendimiento. No es fácil. Y después, obviamente, el deportista de alto rendimiento tiene una mentalidad diferente y creo que el destino me cruzó con Fer.
-¿Cómo se dio?
-Yo soy amiga de Poly, de Paola Suárez (ex tenista argentina), y ella siempre me hablaba de él. Cuando dejé de jugar estaba mucho con ella, que me decía: ‘No, Lucha, vos tenés que conocer a esta persona, Fer González, es divino, es buena persona, son los dos muy parecidos’. Y yo: ‘Bueno, bueno, qué se yo’… Y justo me lo cruzo en Pinamar en el verano, unos meses después de que dejé de jugar, en un torneo exhibición de una marca. Yo estaba con Pato (Patricia Fioroni, kinesióloga de las Leonas y una de sus mejores amigas) y me acuerdo que voy a buscar agua para el mate y me lo cruzo en el ascensor. No lo podía creer porque justo estaba hablando con Poly, que me mensajeaba: ‘Guarda que Fernando está acá en el torneo’. Se abre el ascensor y aparece Fernando. Parecía una joda, pero también creo que el destino me lo puso a él enfrente. No empezamos a salir en ese momento, estuvimos en contacto, pero no nos vimos en todo 2015 y recién nos reencontramos en 2016 en el Masters 1000 de Miami. A partir de ahí, nunca más nos separamos.
-¿Sentís que era con alguien que pudiera entender todo este mundo en el que vos viviste?
-Es que en realidad los dos somos parecidos. La mayoría de los deportistas tienen eso de que necesitan su espacio, su momento. Muchas veces, realmente, necesitamos como traspasar ciertos momentos en los que estás bien de manera solitaria, porque cuando se es deportista de alto rendimiento, es muy difícil que te puedan ayudar los familiares, los amigos. Nadie entiende las presiones que uno tiene. Obviamente que está buenísima la contención que te puedan dar, pero después el deportista tiene que saber que es una pelea consigo mismo. Por eso pienso que los deportistas que perduran son los que ganan la pelea psicológica, porque todos los días estás bajo presión: en los entrenamientos, en los partidos, en que llegás a tu casa de mal humor porque no te salieron las cosas, porque tenés un problema con las compañeras, porque el entrenador… Son miles de cosas en la cabeza que solo las entienden las personas que están en eso.
-¿Esa es una forma de vida que queda?
-Es un estilo de vida que, está bien, cuando vos tenés una familia, tratás de compaginar todo, que haya toda una unión y poder manifestar tus problemas y demás, pero así somos. Tenemos nuestra independencia, nos gusta que cada uno tenga su escritorio, su oficina, nos encanta tener muchas habitaciones, así cualquier cosa cada uno se puede ir a una (risas). Porque sí, nos amamos, nos queremos y nos elegimos y también somos dos personas individuales que necesitamos nuestro espacio, nuestro momento y nuestras cosas. En ese sentido, los dos la tenemos muy claro.
¿Cómo te sentís viviendo en Chile?
-Hoy bien. Pero cuando llegó Félix, apenas salí de neonatología (nació prematuro), llegó la pandemia. Estábamos en un departamento en Rosario, porque Félix se adelantó y nació allá y encima el departamento se nos inundó. Estuvimos ahí unos meses hasta que Fer dijo: ‘Basta’. Nos volvimos a Chile y lo duro fueron esos dos añitos de pandemia, que estábamos con el bebé prematuro, mi familia estaba lejos… Mi primer hijo, yo grande, él prematuro, ¡de repente tenía un pibe de dos kilos y no sabía qué hacer! (risas), imaginate. No, de verdad, esa parte me costó, no tener a mi familia, no sé, que estén mi mamá, mi hermana… Teníamos a la familia de Fer, pero tampoco la podíamos ver, así que fue difícil, como todo el mundo, porque cada cual tuvo sus cosas en la pandemia. Y después vino Lupe, en pandemia también, pero ya se estaba terminando. Por más que yo decidí venirme, me costó adaptarme: quizás por la pandemia o porque todavía estaba soltando mi lado deportivo.
-Igualmente, vos siempre fuiste de tu lugar, casi no te fuiste a jugar afuera cuando otras chicas sí lo hacían.
-Las veces que fui, fui poquito. Y siempre me volvía. Tuve la suerte de que vino el contrato de Quilmes. Estuve a punto de irme a jugar afuera sin querer irme, solo por una cuestión económica. Después del Mundial de Perth 2002 me fui a Barcelona unos meses y cuando volví, dije: ‘No me quiero ir de nuevo, me quiero quedar’. Yo amaba entrenarme con la selección, sentía que me entrenaba mejor y ahí tuve la suerte de que me llegó la propuesta de Quilmes y me enganché . Fue un tema… Mucha gente no estaba muy de acuerdo con esa situación, pero eso también fue algo del destino, a veces es increíble. Después, cuando se me terminó el contrato en Quilmes, bah, en realidad lo rescindimos porque yo ya estaba con problemas en la rodilla pensé: ‘¿Qué hago?, me quiero morir, estoy sin club’. No me quería ir a jugar afuera ni volverme a Rosario porque ya no estaba para esos viajes y ahí me llamó GEBA, que en ese momento tenía al Chapa Retegui, y no lo tuve ni que pensar. Por más que me putearan, para mí era una forma de decir: ‘lo valgo’.
-¿Es cierto que te pegaban muchísimo en los partidos?
-No sabés, jugando para GEBA era como ir a la guerra. Quizás la gente lo empezó a entender después. ¿Pero ves? En ese caso, con esa adversidad, yo quería seguir. También quería instalar esa parte: que le paguen a la mujer por jugar, que se pueda quedar en la Argentina, que se abra esa puerta. Ojalá que muchas lo puedan hacer. No pasó, por ahí aparece una ayuda de otro lado. Todavía cuesta un montón, pero eso era parte de toda a revolución. Así que me quedé, más allá de todas las piedras en el camino.
-¿Qué hacés en Chile por fuera de dedicarte a la familia?
-Hoy en día estoy con las charlas a full, la mayoría son para empresas. En general a los deportistas que damos estas charlas nos piden más o menos lo mismo: motivación, liderazgo, en mi caso también trabajo en equipo. Es entretenido, me gusta… Es raro porque cuando yo era chica no hablaba o hablaba dos palabras y hoy me encuentro haciendo charlas motivacionales. ¿Qué pasó? Eso también tuvo que ver con las peleas conmigo misma. Lo trabajé un montón, lo trabajé con Nelly Giscafré (histórica psicóloga de Las Leonas), con otros psicólogos y diciéndome: ‘Bueno, la primera me va a costar, la segunda un poco menos y hasta que me suelte y empiece a entender que las cosas importantes que una vivió son también importantes para ellos’. Me gusta y lo lindo es el después, lo que le queda a la gente, la devolución.
-Acá hay mucho cariño por Fernando. De hecho, fue uno de los elegidos para encender el pebetero, pero parece también que te están adoptando, pese a que el hockey en este país no es popular, ¿lo sentís así?
-A mí me encanta que a Fer lo amen. Y no es que lo aman por sus medallas o por haber sido el 5 del mundo. Lo aman por cómo es, cariñoso con la gente, respetuoso. Y me encanta la admiración que le tienen, el respeto también: ‘Don Fernando…”, le dicen, y se le acercan con timidez. Acá la cultura chilena es muy diferente a la nuestra. Hasta a veces son tan tímidos que no se animan a pedirle fotos… En Argentina, a esa altura ya te robaron como cinco selfies sin que te dieras cuenta (risas). Pero sí, es verdad, yo también siento eso: que la gente me está adoptando como “parte de” y también es mucho el cariño que me transmiten.
-¿Cómo ves a las Leonas en estos Panamericanos? ¿Las vas a acompañar en todos los partidos?
-Obviamente. Y voy a venir todas las veces que pueda. Las veo bien. Y me encantó haber estado estos días con ellas, verlas los entrenamientos, jugando y me siento tranquila por cómo estuve: relajada, contenta, me gustó verlas, pedirles fotos… Siento que ya pasé esa etapa de jugadora, que ya sufrí la de ex, y hoy disfruto desde otro lugar.