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Pablo Cedrón: el actor que fue albañil, cocinero y repartió volantes hasta encarnar a un personaje delirante que quedó en la memoria de todos

Hijo del artista plástico Alberto Cedrón, Pablo Aquiles Cedrón nació en Mar del Plata el 7 de enero de 1958, y creció en una familia en la que se respiraba arte. Uno de sus tíos era el Tata C...

Hijo del artista plástico Alberto Cedrón, Pablo Aquiles Cedrón nació en Mar del Plata el 7 de enero de 1958, y creció en una familia en la que se respiraba arte. Uno de sus tíos era el Tata Cedrón, reconocida figura del tango, y otro, Jorge, uno de los mejores exponentes del cine político de los años 70. A los 12 años, Pablo Cedrón filmó El habilitado, dirigida por su tío Jorge Cedrón, y un par de años después participó de La Raulito, de Lautaro Murúa. Con la dictadura militar, todos se exiliaron en Francia y entonces él ayudó a la economía familiar como pudo: fue albañil, repartidor de volantes, cocinero, trabajó en aserraderos, carpinterías. A su regreso, se destacó en cine, tetro y televisión, fue guionista y creó un personaje que dio que hablar, el sexólogo paraguayo Nelson Carmen Gómez; fue para Cha Cha Cha, un programa de humor de Afredo Casero considerado de culto, al igual que De la cabeza, donde Cedrón debutó. Tenía 59 años cuando falleció, el 1° de noviembre de 2017, de cáncer de hígado.

Entró nuevamente al mundo del espectáculo como modelo publicitario y actor en teatro under. En 1989 se casó con Valentina Bruzzone y en 1990 tuvo a su único hijo, Santiago Aquiles Cedrón. Tenía una relación especial con su hijo y lo contó hace algunos años, en LA NACION: “Yo tuve una relación con mi papá muy mala. Él no estaba muy seguido y su actitud era más bien distante. No nos llevamos bien nunca. Cuando mi hijo nació, fue una de las emociones más grandes que viví. Me acuerdo de juegos que hacíamos cuando era chico, a los cinco años me hacía soldaditos.... En mi vínculo con Santiago me manejo instintivamente. Los límites que le ponía tenían que ver con su seguridad”.

Popularidad en la pantalla

Tuvo otra oportunidad en cine en 1984 con El juguete rabioso, y a esa película le siguieron muchas otras: Las barras bravas, Expreso a la emboscada, Pinocho, Río escondido, Felicidades, de la que también fue guionista, Cabeza de tigre, El viento, de Eduardo Mignona, El aura, de Fabián Bielinsky, Aparecidos, Aballay, El otro hermano, Sólo se vive una vez y Caballo de mar.

En televisión tuvo un pequeño personaje en Entre el amor y el poder, en 1984, pero recién ocho años más tarde se sumó a De la Cabeza y Cha Cha Cha. Con el éxito de su sexólogo paraguayo, de vocabulario disparatado y promiscuo que respondía las preguntas del público a través de la conductora de un ciclo femenino de medio pelo, Nicolás Repetto lo llevó a su programa Nico y así llegó la popularidad.

Alfredo Casero fue compañero de elenco y juntos hicieron los guiones de De la cabeza y Cha Cha Cha: “La relación con Cedrón empezó de muy chicos, porque éramos vecinos, vivíamos en Gallo entre Charcas y Mansilla. Su casa quedaba en un edificio tipo francés, con departamentos muy señoriales que tenían un sobrepiso que le daba un tono muy europeo; creo que después se fueron a Europa. Era un tipo que andaba solo, tenía un rifle de aire comprimido y sin ningún tipo de miramientos recuerdo que contaba que le tiraba a los gatos y a la gente. Éramos un poco salvajes porque proveníamos de la amplitud de la Capital Federal cuando en La Boca todavía había muchos baldíos grandes llenos de botella con cosas adentro. Dejamos de vernos cuando él se fue, y con los años nos reencontramos gracias a Mex Urtizberea. Hicimos una especie de amistad, porque era no fácil hacerse amigo de él, no le gustaba mucho juntarse. Era muy solitario y absolutamente melancólico, con un sentido del humor casi borgeano y una especie de retórica antigua; se reía un poco de lo llorón de los porteños”, le contó a LA NACION.

Participó en Modelos 90-60-90, Carola Casini, Fiscales, Campeones de la vida, Tiempo final, Malandras, Sin código, Algo habrán hecho, donde interpretó a San Martín, Mujeres asesinas, Sos mi vida, Lalola, Malparida, Sos mi hombre, Farsantes, Historias de un clan. Su último trabajo fue la serie Romanos, de la que fue protagonista y guionista, con dirección de Andrés Cedrón.

Griselda Siciliani fue su amiga hasta el final: “Pablo era un gran compañero y amigo. Lo quise mucho siempre. Nos conocimos en mi primer trabajo en televisión, en Sin código. Nos tocó hacer una escena bailando en un boliche, improvisamos unos movimientos exóticos y ahí ya nos reímos y nos quisimos. Al año siguiente trabajamos en Sos mi vida todo el año y nos hicimos amigos. Teníamos un grupito e íbamos a comer a su casa, y Pablo nos cocinaba riquísimo. Era una persona que tenía talento para absolutamente todo: cocinaba bien, pintaba bien, escribía bien, hacia cualquier cosa. Podía construir una casa, cantaba, tocaba instrumentos, actuaba de maravillas, bailaba. Era alguien de otro nivel, una persona muy particular, especial, de un humor irremplazable y un gran narrador de historias. Pintó un cuadro para mí que tengo en casa y que tiene un perro, un plato de ravioles, flores, y abajo escribió una frase: “Gri, nada de lo que nos rodea durara para siempre, ni siquiera los ravioles”. Lo extraño mucho, lo recuerdo todo el tiempo y pienso cómo haría Pablo este personaje, cómo estaría en esta película, qué opinaría de esta situación. No nos veíamos tan seguido y de golpe me mandaba algún mensaje con alguna cosa delirante, que me hacía reír. Era un único. Irrepetible”, le contó a LA NACION.

Su rol como dramaturgo

Cedrón escribió varias obras de teatro, entre ellas El Caso Pignataro-Sánchez, una parodia sobre boxeadores en la que también actuó. En 2007 escribió, dirigió y actuó en la obra teatral Jamel, teatro sin animales, con Marcelo Mazzarello que recuerda una anécdota que Cedrón siempre contaba: “cuando pasábamos por el monumento a Güemes, en Avenida Libertador, él decía que la cabeza del caballo era chiquita y no estaba en relación con el cuerpo. Y entonces, con mucha gracia, contaba que él conocía a los que habían hecho, que eran amigos del padre, que era escultor. Tenían una fecha de entrega para la estatua, porque era una conmemoración e iban a venir los gauchos de Güemes, desde Salta. El asunto es que trabajaban día y noche para llegar y un día uno de ellos notó que la cabeza del caballo se movía. Pensaron que estaba cansado, se fueron a dormir y durante la noche escucharon un ruido tremendo y era la cabeza del caballo que se había caído al piso. Y explicó que el monumento se hizo con un alma de madera, una viga que iba desde el lomo a la cabeza, y las termitas se habían comido la madera. Los gauchos que venían de Salta ya estaban cerca de Buenos Aires y el monumento sin cabeza. La armaron como pudieron y así inauguraron el monumento. Pablo era un gran contador de historias, muy gracioso”.

Pablo Cedrón tuvo una vida de película y sobre eso habló en una entrevista para este diario: “Mi vida estuvo llena de hechos inesperados, complejos. Mi familia, bichos raros de clase obrera pero muy cultos, se desperdigó con la llegada de la dictadura. Yo me fui a Francia y mi carrera actoral se cortó porque, si bien pude seguir estudiando teatro, tenía que laburar para vivir. Cuando volví tuve que empezar de cero. Hice publicidades, algún papel chico en una telenovela… Trabajé de carpintero y de herrero. Fabriqué gomina, fabriqué matracas, di clases de francés, me dediqué a la gastronomía… En Santa Cruz trabajé como guía de parques nacionales. Y en Chubut, en un aserradero. Siempre fui un obrero, vengo de una familia de obreros, pero mi vocación es la actuación. Me seducen las situaciones adversas, y soy amante de las causas perdidas”.

Una persona “apartada”

Sobre sus años en el exilio, recordaba: “De chico tuve que acostumbrarme a laburar de lo que fuera, porque en casa no había un mango. Conocí la soledad y el hambre, y por mucho tiempo no tuve vínculo con mi padre (Alberto Cedrón se había radicado en Portugal). Del albañil infantil que fui creo que saqué algunos giros de los paraguayos que después utilicé en el personaje del sexólogo. Y en Europa hice de todo: repartía volantes, limpiaba, vendía los discos de mi tío, cuidé chicos. Estuve muchos años en Francia, pero nunca me inserté totalmente y no logré tener los papeles en regla, porque no había plata familiar en el banco ni posibilidad de estudiar en la universidad. Apenas tenía la escuela primaria hecha. Fueron muchos años de estar apartado”. Y contaba que ya teniendo cierta popularidad, cuando no había proyectos como actor, seguía trabajando en otros rubros como herrería, carpintería, pintor. “Me siento insertado en el mundo cada vez que tengo trabajo y me encariño con la gente, pero después eso se corta y desaparece todo vínculo y vuelvo a ser esa persona un poco desorientada, esa persona que no se halla en ningún lado”.

En la misma entrevista, reflexionó sobre su historia familiar: “La adversidad tiene algo como masculino... Algo de la dignidad que me atrae. Todo eso debe venir de mis ancestros del siglo pasado. Los Cedrón eran muy heroicos. Lucharon contra los Estados Unidos por la posesión de Cuba. Todos somos hoy muy dramáticos, muy desbordados, muy de pelear, pero nos unimos en situaciones como conseguir un abogado para sacar a uno de los nuestros de la comisaría”, se reía. “Casi siempre me sentí ajeno, marginal a mis distintos oficios, pero no querría volver jamás a eso de ser modelo publicitario. Eso de posar vestido con esmoquin, manejando un descapotable, tomando licores o fumando junto a mujeres espléndidas me enfrentaba a una enorme fractura. Porque, a veces, al llegar a mi casa me encontraba con las cuentas impagas. O teniendo que retomar mi trabajo de albañil. Era como la carroza y los caballos de Cenicienta, que a la mañana recuperan su verdadera condición de calabaza y ratones”.

Fuente: https://www.lanacion.com.ar/espectaculos/personajes/pablo-cedron-el-actor-que-fue-albanil-cocinero-y-repartio-volantes-hasta-encarnar-a-un-personaje-nid01112023/

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