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Perfume. Los aromas que arman nuestra historia

En gran Bretaña un parque de diversiones con temáticas históricas se concentró en recrear los olores de la Londres de las novelas de Charles Dickens. El resultado: un popurrí del humo de las l...

En gran Bretaña un parque de diversiones con temáticas históricas se concentró en recrear los olores de la Londres de las novelas de Charles Dickens. El resultado: un popurrí del humo de las lámparas de gas, lluvias constantes sobre los adoquines, hollín de las chimeneas y una cuota importante de tripas humeantes y repollo en proceso de putrefacción. Todo eso en “cacerolas aromáticas” que al recibir calor emitían los olores y completaban la experiencia del visitante.

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Alguna vez escuché que si alguien reprodujese las fórmulas exactas de los perfumes que se usaban en la Francia revolucionaria, serían imposibles de oler. Tal era el hedor que flotaba, denso en las calles, sumado al de los cuerpos humanos, que una fragancia que procurase ganar la batalla olfativa tenía el destino de ser nauseabunda, demasiado fuerte para nuestros días. Sin embargo, varios lo intentaron.

También escuché decir que el Palacio de Versailles estaba plagado de fantasmas y que un renombrado perfumista francés, Francis Kurkdjian, se había propuesto conjurarlos y recrear una fragancia que la mismísima María Antonieta pudiese colocarse en el interior de sus muñecas y en el cuello que recibiría el filo helado de la guillotina en 1793. ¿Su peor temor? Que fuese una fragancia repugnante. En 2007 lanzó Sillage de la Reine (En el velorio de la reina). Esencias naturales de ámbar, jazmín, flores de naranja, nardos, iris, cedro y sándalo en unos frascos de cristal de Baccarat que elevaban el costo por encima de los diez mil dólares.

Sumando a su equipo a una historiadora, investigaron las preferencias de la joven reina y estudiaron las notas del perfumista del palacio, Jean-Louis Fargeon, que irrumpió en la corte francesa con aromas especialmente creados para esos espacios, además de jabones y pomadas para la realeza. “Frutal, denso y floral”, había anotado. La historiadora y el perfumista recorrieron los laberínticos jardines de Versailles y aquel más modesto que rodea al Petit Trianon, reducto favorito de María Antonieta a la hora de escapar por un rato de la corte.

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Las estrictas autoridades del Versailles actual tuvieron que entender que no se trataba de una reproducción histórica, así como podría hacerse con un mueble o una pintura, sino de algo que procura capturar la esencia de María Antonieta, su entorno y sus preferencias olfativas.

Ese mismo año se dispuso homenajear a Luis XIV, el Rey Sol, y sus extravagantes fiestas, que muchas veces incluían fuentes aromatizadas. Su instalación olfativa, Soleil de Minuit (Sol de medianoche), invadía el ambiente con esencias de flores de naranja. En otra ocasión instaló dieciséis burbujas en los jardines del palacio, de modo que los visitantes pudiesen dejarse llevar por los aromas favoritos del rey: frutillas, peras y melón.

Como coronación de ese recorrido, Kurkdjian acaba de lanzar su última colaboración con Versailles, un jardín repleto de cientos de plantas y flores usadas para hacer perfumes, que busca honrar la tradición de grandes perfumistas cortesanos del siglo diecisiete en adelante, incluyendo aquellas fragancias prerrevolucionarias que llegaron a María Antonieta.

Amante de las plantas y las flores y con lo que los ingleses llaman un “dedo verde” (por su talento con la jardinería), mi abuela materna hubiera adorado caminar por ese lugar. El día en que murió recibí un llamado telefónico a mi celular, ya que el teléfono de línea de mi madre estaba ocupado: casualmente, en ese mismo momento lo estaba usando conmigo. Cuando nos acercamos al geriátrico en el que había estado internada unos meses a sus casi cien años, nos invitaron a pasar a verla. Mi madre prefirió no hacerlo. Yo asentí y caminé despacio por los pasillos hasta llegar a un cuarto con mucho sol.

La luz entraba por la ventana que tenía vista a un jardín de Olivos, esos con árboles añosos y mucho pasto, que cuando está recién cortado perfuma el lugar. La reconocí un poco más lejos, durmiendo plácidamente en una de las camas. “Es un lindo día –pensé– se murió en un día de sol”. Cuando finalmente me acerqué a verla, una jovencita que andaba con baldes y escobillones haciendo la limpieza de rutina en el lugar lanzó un chorro de desodorante de ambientes que a contraluz se vio como una nube enorme. De repente todo fue invadido por un olor dulzón a flores falsas y frutas pretenciosas, y por un segundo me asaltaron las náuseas. Cuando me di vuelta como para esbozar una tímida queja, solo vi la espalda de la chica, retirándose con sus baldes y tarareando bajito una canción que no pude reconocer. Desde aquel día, ese perfume que se repite hasta el infinito en lugares públicos y me agarra siempre de sorpresa es para mí el olor de la muerte. Mi abuela, en cambio, una polaca dura con poco tiempo para la frivolidad, olía a fragancias de una sola flor, nada de combinar complejos bouquets. Era una mujer de lavanda, un poco como el color de sus ojos.

Fuente: https://www.lanacion.com.ar/salud/perfume-los-aromas-que-arman-nuestra-historia-nid11062023/

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