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Que el viento susurre su nombre

Un caso de contaminación cruzada, algo típico de la cocina (entre un alimento crudo y uno cocido, algo con gluten y otra cosa que no lo contiene) se puede dar a veces en la mesa de luz. Me sorpre...

Un caso de contaminación cruzada, algo típico de la cocina (entre un alimento crudo y uno cocido, algo con gluten y otra cosa que no lo contiene) se puede dar a veces en la mesa de luz. Me sorprende todavía cuando eso ocurre. El cruce fue ahora entre Un trabajo para toda la vida, de Rachel Cusk (Libros del Asteroide), y Una mujer (Cabaret Voltaire), de la última Premio Nobel de Literatura Annie Ernaux.

No es difícil deducir solamente por los títulos el punto de contacto entre ambos libros sobre madres, aunque se ocupen de diferentes estadios. El primero –controvertido en su momento, no debería desentonar hoy en la tendencia menos romantizada y con más responsabilidad social de dar testimonio de todo lo que implica para una persona traer un hijo al mundo– es sobre la etapa inicial de la maternidad. El segundo, en cambio, está enmarcado en el último tramo: cuando esa mujer del título está por irse. “Ya no volveré a oír su voz… Perdí el último nexo con el mundo del que salí”, escribe la autora, con la ambivalencia a flor de piel y una obstinada intención de encontrar la forma para elaborar un retrato sobre las diferentes caras de su madre cuando apenas transcurrieron dos semanas desde que el enfermero le dijo: “Se ha apagado esta mañana”.

Cualquiera que haya pasado por todo eso –desde abrir la puerta del cuarto y ver el cuerpo, ahí, sobre la cama, con la sábana blanca tiesa, “hasta los hombros, con las manos ocultas”, hasta los trámites que le siguen, incluyendo el momento insolente en que el vendedor de la funeraria te conduce a una sala rodeada de ataúdes para que elijas un féretro– desearía que simplemente se tratara de una pieza de literatura sentimental. Por lo íntimo y descarnado, realista, el relato de la francesa hace mella, y aunque empiece por el final sintoniza más con la vida que con la muerte.

En retrospectiva, luego de reconstruir la infancia y la juventud de Una mujer –la mujer–, Ernaux llega al momento de su propio nacimiento, y lo que nace entonces en la narración es la historia del vínculo entre las dos. Todos somos hijos, pero si además quien lee el libro es madre verá cuán imposible es escapar del espejo al que enfrenta en ambos roles así como de una batería de preguntas tácitas que resuenan página tras página. Amor/odio, ternura/culpabilidad, y un apego visceral, como enumera la contratapa, se baten a duelo permanentemente. Termino creyendo que el trabajo para toda la vida, en el caso de Annie Ernaux, es ser hija incluso en la orfandad con la que escribe. En lo personal, lamento no haber desempeñado mejor ese papel e irremediablemente me preocupo por lo que vendrá después. ¿Habré sido al final de este camino una buena madre?

El árbol de los deseos de Yoko Ono, que cumplió 90 años, es una instalación digital alojada en una página web donde gente de todo el mundo puede colgar sus augurios. Ya hay unas diez mil etiquetas pendientes de las ramas: muchos piden paz y amor, lo que es absolutamente lógico tratándose de ella, que si una bandera ha agitado y agita aún es esa.

Ahora, mientras escribo esto, como es de día, el entorno del árbol es luminoso; se oyen pájaros cantar a menos que uno le dé off al botón de sonido. De pronto, puede largarse un chaparrón, y el ruido de la lluvia enseguida cesa, pero no los trinos. En cambio, estaba en dark mode, porque era de noche, cuando lo descubrí la semana pasada y quise probar cómo funcionaba. Para entenderlo, empecé a cliquear en los mensajes que ya estaban puestos, miles de anónimos, pero también otros de Paul McCartney y su familia, o de las activistas de Guerrilla Girls. Abrí una cajita de texto y completé: “Salud, felicidad y un mundo mejor para mi hija”. Lo colgué junto a otro que decía: “May the winds always whisper your name”: que los vientos siempre susurren tu nombre, pidió alguien. Me gusta imaginar que esa persona también extraña a su madre.

Fuente: https://www.lanacion.com.ar/cultura/que-el-viento-susurre-su-nombre-nid23062023/

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