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¿Qué estarían tratando de expresar hoy Shakespeare, Dante o Cervantes?

El mapa de la literatura actual es tan incierto como el futuro mismo. Pasada la segunda década del siglo XXI, recobra vigencia la necesidad de trazar una nueva hoja de ruta, como siempre existió,...

El mapa de la literatura actual es tan incierto como el futuro mismo. Pasada la segunda década del siglo XXI, recobra vigencia la necesidad de trazar una nueva hoja de ruta, como siempre existió, que marque a nivel global las coordenadas de las letras universales. Parece ambicioso hacerlo, pero a la vez resulta un motivo clave para el debate. Porque en un mundo signado por la revolución tecnológica, con la irrupción de la inteligencia artificial, cabe preguntarse de qué modo la literatura podrá sobrevivir a los cambios.

Esa hoja de ruta, cuyos lineamientos se presume que darán forma al canon más renovado, tiene hoy la dificultad de establecer los mecanismos de escritura consensuados. Tiempo atrás bastaba con determinar los movimientos y las corrientes literarias desde una perspectiva cronológica. Y pese a los excesos que en su momento tuvo el estructuralismo, con recursos cerrados, no dejaba de formalizar algún tipo de análisis convencional de los textos. En cambio, en los tiempos que corren ya no es sencillo encontrar obras literarias que puedan convertirse en clásicos. Cuando la escritura pone el foco en la máxima libertad expresiva, a partir de la cual la autoría es un acto solo subjetivo, el sentido de permanencia que sugieren los clásicos termina por ser un gesto anticuado de los académicos.

Dicho de otro modo, el autor y el lector son entidades separadas. Nada de lo que se escribe, en lo que va del siglo XXI, apunta a responder a una cultura ligada a las exigencias de la crítica literaria. Tampoco ligada a las exigencias de los lectores o del mercado editorial, salvo en el caso de quienes construyen la imagen del éxito del libro como producto emblemático. Así las cosas, se vislumbra el triste porvenir de una literatura ausente de rumbo.

No es que los catedráticos, los lectores o las editoriales deban regular un canon de obras clásicas, pero al menos cierto orden de criterios tendrían que existir, a fin de hablar de una literatura como tal. Es decir, el estudio de las letras en sus principales manifestaciones.

En el presente, escritoras y escritores de todas las latitudes producen en el marco de una soledad evasiva. A veces sus libros logran seguir el recorrido de los virtuosos, pero de pronto se agotan en una maraña de otros textos que los empujan a medios ajenos. Circulan por internet, se comentan en las redes, los aconsejan en la informalidad de espacios manejados por lectores de turno y, en ciertos casos, los adoptan las universidades según el interés de docentes que ya clausuraron el canon con obras consagradas hasta el siglo XX, aunque esos mismos docentes o investigadores den señales de querer acercarse a los autores más actuales.

La pregunta es pertinente: ¿qué pasaría si renacieran Dante, Cervantes y Shakespeare? Estarían en medio del dilema de escribir para sí mismos o de salir en busca de lectores que comprendan que se escribe (y se lee) para dar sentido a los grandes interrogantes de la existencia. La literatura no es otra cosa que exhibir la vida. Habrá pensado así Italo Calvino cuando escribió Por qué leer los clásicos, ensayo que abarca el acto de lectura en línea con el concepto de obra clásica, que para el autor italiano inmortaliza los grandes temas de la humanidad. En ese ensayo Calvino trata en un capítulo la narrativa de Borges y, con admiración, lo coloca en el selecto lugar de los escritores modernos y clásicos al mismo tiempo.

Temas universales

Sin embargo, ya nada parece igual si medimos que Dante, Cervantes y Shakespeare estarían hoy tratando de expresar algo distinto. Pero nadie los culparía de no hacer literatura. En 1995, Luis Gregorich publicó el libro Escritores del futuro, donde repasa la obra de clásicos de siempre, con lo cual el título de su libro se convierte en una sutil ironía acerca de que en la actualidad se requiere volver a los temas universales, con la impronta que eso supone. No es justo, en absoluto, desdeñar la literatura actual, sino sondear qué ocurre en una época que se caracteriza por la invasión tecnológica, por la dispersión y por la angustia colectiva. Cómo escribir en este contexto es lo que preocupa, antes que la falta de creadores.

Este contexto, además, adolece de métodos de divulgación que están siendo superados por otros que, paradójicamente, conducen al olvido. Si alguna vez el libro en papel dejara de existir –hace rato que se habla de esto–, los textos ingresarían en un mundo virtual definitivo, que los convertirían en páginas de lectura sin rostro y condenadas a cruzarse en un berenjenal de información. La literatura no saldría del todo indemne de este fenómeno, al igual que la desaparición de las librerías no sería más que el síntoma silencioso de una enfermedad más grave. El canon literario y el paradigma de los clásicos quedarían al servicio de formas de lectura desconocidas, aunque no por eso negativas. Sea como fuere, ya se advierten los problemas de conocer escritores consagrados que tengan proyección de permanecer.

Por citar un ejemplo: la novela Libertad, notable, catapultó al estadounidense Jonathan Franzen al lugar de los autores más célebres. Hoy apenas se habla de él y de su obra, y también es posible que no se trate de un hecho aislado, sino de un aspecto inherente a nuestro tiempo. El mundo líquido al que se refiere Zygmunt Bauman amenaza con derribar parte de los cimientos que sostienen a la literatura. Reducir todo al pesimismo, sin embargo, es poco inspirador. Habrá que comenzar a debatir, a polemizar, a fin de no hacer una negación en torno de qué está pasando y que pasará con la literatura en un siglo complejo que recién se inicia.

Toda referencia que evoque la literatura del pasado es retrospectiva, pero permite entrever algunas premisas del futuro. Pensar en lo que hoy representa el libro invita a estudiar las distintas épocas. La realidad inmediata muestra que prevalece la confusión a la hora de hallar un sistema que, al menos en lo básico, fije el horizonte de las obras literarias. Esto es, diseñar en sentido amplio el acervo cultural de las próximas generaciones.

Si en la actualidad escribir carece de un soporte seguro, porque detrás está siempre el fantasma de lo virtual, es difícil prever un lado holístico en la orientación de lo que pretende ser la literatura universal. Nada es eterno, pero el valor de expresarse debería serlo.

En tren de conjeturar, ni Orwell ni Huxley podrían imaginar en el presente mayor distopía que un universo de escritores orbitando, como alertó Pirandello con su metáfora sobre la desazón de personajes en busca de un autor que los cobije en tierra firme. Aunque esta situación parece golpear, lo cierto es que el efecto de adaptación a un nuevo escenario es inevitable.

Escribir en el vacío

Ante todo, la literatura no se convertirá en nada más extraño que el resto. Fruto de una sociedad inestable, por momentos primitiva, los libros quizá tengan hacia adelante alguna clase de destino particular. Al igual que otros cambios, la literatura irá perdiendo el halo de la figura del escritor intelectual, el predominio del libro en papel, la fe puesta en premios como el Nobel, el prestigio de los clásicos en las aulas y la aventura de escribir para lectores competentes. Algún día se pasará, tal vez, de las obras literarias a la quimera de escribir en el vacío. Pero también es fundamental abandonar las tesis arriesgadas y, con naturalidad, dejar a un costado el imperativo romántico y nostálgico de una cultura recluida en el pasado.

Aun así, es legítimo admitir que algunas lágrimas habrá que derramar antes de enfrentar un siglo XXI cargado de dudas. Qué será de la literatura es poco decir ante un mundo todavía envuelto en la guerra y la pobreza extrema. Sin embargo, el destino de hombres y mujeres capaces de sentir con fuerza la lectura de una poesía o de un cuento no es algo menor. Decía Gabriela Mistral: “Mis versos llevan el tono en el que he vivido y en el que me voy a morir”. Cuántas veces la literatura sirvió incluso para denunciar la insensatez del mundo. Seguirá haciéndolo, solo que debemos reflexionar más que nunca en cómo lo hará. Ese es el desafío: lograr que los libros jamás se extingan en su tarea de pensar la vida.

Profesor en Letras. Autor, entre otros libros, de El sentido de educar.

Fuente: https://www.lanacion.com.ar/ideas/que-estarian-tratando-de-expresar-hoy-shakespeare-dante-o-cervantes-nid17062023/

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