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Reseña: Yo soy el invierno, de Ricardo Romero

Versado como pocos en las mañas de la literatura de género, Ricardo Romero (Paraná, 1976) cultiva una particular sensibilidad en lo que respecta al policial. Como editor creó en su momento la c...

Versado como pocos en las mañas de la literatura de género, Ricardo Romero (Paraná, 1976) cultiva una particular sensibilidad en lo que respecta al policial. Como editor creó en su momento la colección “Laura Palmer no ha muerto”, en alusión a la víctima de la serie Twin Peaks. Casi veinte años después, y tercera temporada mediante, nos anoticiamos de que, a su manera, Palmer seguía con vida. Con olfato detectivesco, Romero distingue los contornos de una puerta secreta allí donde otros ven simples grietas sobre una pared.

Luego de la apuesta a la desmesura weird con Big Rip, que novelaba fractalmente el inicio del fin del universo, Romero se instala con Yo soy el invierno en un terruño inverso: Monge, un minúsculo pueblo de la provincia de Buenos Aires. Es ahora la humanidad de algunos de sus habitantes la que parece estar llegando a su fin. O a su desintegración, tensados como están entre rituales psíquicos e instintos animales por un lado, entre la materia física y la ambigüedad fantasmal, por otro.

Cerca de una laguna, el cadáver de una joven mujer cuelga de un árbol. Es el Pampa Asiain, uno de los dos suboficiales ayudantes del pueblo quien lo descubre; pero antes de reportar el hecho, antes de hacer lo que su deber dicta, como un animal al acecho, decide mantenerse a distancia. Y vigilar, haciéndose uno con el clima helado y los sonidos sugerentes de la naturaleza. A dónde lo conducirá esta negligencia, nadie lo sabe, mucho menos, el propio Pampa. Más allá de lo primitivo de su accionar, se juega en este escenario –puesto que la del crimen es una escena, y una para ser mirada– una densidad psicológica que arrastra al narrador a la infancia del protagonista. Al padre del Pampa, un poeta violento al que le falta una pierna, y cuyo muñón es celosamente observado por el hijo; a una madre cabizbaja, que le permite al protagonista vigilarla desde un rincón renegrido.

Antes que prestarse a la vertiginosa trama de los hechos de un policial tradicional, Romero se demora con serena sabiduría en la auscultación de las turbulentas almas de sus personajes, aunque sepa que es en la ambigüedad fantasmática entre el adentro y el afuera donde se libra el cimbronazo de lo real. De esa articulación emergen las atmósferas de Yo soy el invierno, que se apropian de una tradición –la de la llanura pampeana– para convertirla en un terreno onírico y nevado. Un terreno cultivado de intrigas y preguntas sin respuestas, de ecos débiles, de espejismos, transitado por ese tipo de hombres que cuando le hablan a otro parecen hablarle al otro que albergan, sin saberlo, en su interior. Son, así, fantasmas de sí mismos, porciones de quienes fueron, de quienes creyeron o imaginaron ser, y que se pierden, irremediablemente, en la llanura alucinada del campo.

Yo soy el invierno

Por Ricardo Romero

Alfaguara

288 páginas, $ 7999

Fuente: https://www.lanacion.com.ar/ideas/resena-yo-soy-el-invierno-de-ricardo-romero-nid07102023/

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