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Soledades en tránsito

Suele decirse que, en el universo de lo audiovisual, las series vienen siendo el espacio que mejor traduce los rasgos de nuestra época. Sin duda es así, pero a veces olvidamos que en el cine inde...

Suele decirse que, en el universo de lo audiovisual, las series vienen siendo el espacio que mejor traduce los rasgos de nuestra época. Sin duda es así, pero a veces olvidamos que en el cine independiente, el que alguna vez se llamó “de autor”, siempre latió ese pulso. Y lo sigue haciendo.

Como muestra, un botón doble: dos películas, una belga, la otra surcoreana, realizadas en 2021. Ambas tienen –sin ser docudramas ni postularse como manifiestos de nada– ese ingrediente que convierte a una película en un artefacto distinto, algo que deja marca.

Me refiero a Aloners, de la directora Hong Sung Eun, y Zero Fucks Given, de los realizadores Julie Lecauste y Emmanuel Marre. Las dos pueden verse en la plataforma Mubi y, pese a estar realizadas en lugares distantes entre sí, poseen sugestivos puntos en común.

En principio, las protagonistas. En los dos casos, el personaje central es una mujer veinteañera; Jina en Aloners (interpretada por Gong Seung-Yeon), Cassandre en Zero Fucks Given (la impresionante Adèle Exarchopoulos).

En las dos películas el tema más evidente es la soledad, pero creo que en su núcleo hay una intuición más profunda: apuntan al malestar de toda una época (¿de una generación?).

Lo real: un ramalazo que irrumpe con la forma de una muerte, un silencio, una fractura sin remedio

Jina, la protagonista de Aloners, trabaja en un call center. Es eficiente, disciplinada, brillante en lo suyo. Ser la que mejor hace su trabajo no solo es una fuente de orgullo: es lo único que otorga alguna dirección a su vida. Por fuera del call center, del tono neutro con que transmite información y recibe consultas o insultos, no hay nada. Jina vive sola, las únicas voces que escucha por fuera de lo laboral son las de los reels de Instagram –transita por la ciudad con los auriculares siempre puestos–, alguna que otra red social, la televisión una vez que llega a su diminuto departamento.

Cassandre, la protagonista de Zero Fucks Given, es azafata en una aerolínea low cost. Como Jina, es híper eficaz: cumple a rajatabla los organigramas, sabe lucir impecable, irradia simpatía entre los pasajeros, lidera el ránking de ventas a bordo. Pero, del mismo modo que le ocurre a Jina, en su vida no hay nada por fuera de ese mundo al que llegó fascinada por la promesa de viajes y glamour.

Cassandre es francesa, la ruta aérea en la que trabaja tiene sede en Lanzarote, España; parte de su eficiencia reside en que no le importa carecer de domicilio fijo y no parece extrañar a nadie ni necesitar nada más que alguna que otra fiesta electrónica de las que se organizan en la isla española, seguir unos cuantos posteos en redes, entreverarse con algún amante casual.

Hay una escena que quiebra esa supuesta homeostasis. Cassandre está en tierra, en el breve paréntesis entre vuelo y vuelo, y recibe un llamado. A través del celular escucha la voz de una operadora que, con el discurso prearmado de los call centers, le ofrece un servicio telefónico (es el mismo rigor amable que podría desplegar Jina). Cassandre le dice que la línea pertenece a su madre. La vendedora insiste, pide hablar con esa persona. “Me temo que no va a ser posible –dice, con extremada cortesía, la azafata–. Porque está muerta”. La cámara se detiene en su rostro, estático salvo por lo irrefrenable de las lágrimas. Del celular sigue saliendo la voz de la vendedora, que balbucea; hete aquí una situación fuera del manual.

La escena es breve, poderosa. Dos chicas, una a cada lado del teléfono. No pertenecen a la clase de los perdedores; saben qué hacer para obtener lo que quieren, son diestras en el manejo de los códigos que rigen el contrato social. Pero, ay, lo real y su manera de hacernos vulnerables. Un ramalazo que irrumpe con la forma de una muerte, un silencio, una fractura sin remedio. La grieta de la que hablaba Leonard Cohen: eso que expone el sinsentido, pero que también podría permitir que ingrese la luz.

Fuente: https://www.lanacion.com.ar/cultura/soledades-en-transito-nid23052023/

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