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Voto crucial: ¿democracia o salto al vacío?

Las ocho mesas de la Antártida, que tenían tres militares cada cuatro empadronados, abrieron el conteo televisivo. Los cómputos sorprendieron: Alfonsín, 102 votos; Luder, 58. Raúl Borrás (lue...

Las ocho mesas de la Antártida, que tenían tres militares cada cuatro empadronados, abrieron el conteo televisivo. Los cómputos sorprendieron: Alfonsín, 102 votos; Luder, 58. Raúl Borrás (luego ministro de Defensa) escuchó por la radio de su Renault 30 gris metalizado ese dato y exclamó: “¡Ganamos!”.

“Si los que sabían que se iba a derogar la autoamnistía lo votaban, la cosa no podía salir mal”, se lee en la página 20 de Ahora Alfonsín, el libro de Rodrigo Estévez Andrade y Matías Méndez, que cuenta la “historia íntima de la campaña electoral que cambió la Argentina para siempre”.

Un domingo de elecciones presidenciales como el de hoy, hace cuatro décadas, los argentinos nos levantamos a votar con una ilusión muy fuerte: dejar atrás para siempre la seguidilla de golpes militares que asolaron a la Argentina durante el siglo XX. Eso lo logramos, y no es poco. Aunque sobrevinieron nuevas frustraciones y amenazas.

Entonces votamos 18 millones de personas. Quedaban atrás los siete años más tremendos de la historia contemporánea argentina. Hoy casi el doble de ese número decidiremos el destino de nuestro país. Pende la incógnita de cuántos de los más de diez millones que no se presentaron a las PASO cumplen hoy con su deber cívico y con qué consecuencias sobre el virtual triple empate que dejaron las primarias.

La noche de aquel 30 de octubre de 1983 llegó con una sorpresa: el 52% de los votantes había torcido la costumbre de darle el triunfo al peronismo y el radical Raúl Alfonsín se convertía en el nuevo presidente de los argentinos, un resultado disruptivo que señalaría la primera derrota justicialista en elecciones libres de la historia. Si cualquiera de los mandatarios que lo sucedieron hasta el día de hoy hubiesen ocupado ese primer turno crucial de la restauración de la democracia, todo tal vez habría sido más complejo porque Alfonsín, como ninguno, buscó el diálogo y los consensos sin atizar inútiles grietas ni ideologizar el tema de los derechos humanos. Para empezar, si ese día hubiese ganado el candidato peronista, Ítalo Luder, la ley de autoamnistía dictada por los militares hubiese sido confirmada por el nuevo mandatario. No habríamos recuperado un Estado de Derecho pleno sino condicionado, con consecuencias para el sistema inimaginables que, afortunadamente, no transitamos.

Desde entonces sufrimos fieros sacudones –los levantamientos carapintadas, el cruento copamiento guerrillero de La Tablada, un par de hiperinflaciones, los atentados a la embajada de Israel y a la AMIA y la hecatombe económica y social de 2001, entre otras serias desgracias–, pero, pese a todo, nunca se perdió la institucionalidad. Alfonsín tuvo el enorme mérito inicial de convencer en pocos meses a la sociedad y a los medios de comunicación de pasar del triunfalista y belicoso “estamos ganando” del Galtieri malvinero a recitar todos juntos, con unción democrática, el Preámbulo de la Constitución nacional.

Claramente su gestión no fue un lecho de rosas. Con la prensa tuvo relaciones ambivalentes (aunque nunca llegó, ni de cerca, al obsesivo hostigamiento del kirchnerismo) y trató de mantener el monopolio estatal de la televisión, pero Alejandro Romay le arrancó judicialmente su Canal 9.

El gobierno inicial de la democracia deslumbró en la campaña y con su triunfo electoral; tuvo el acompañamiento social a la hora de juzgar a los comandantes y en la Semana Santa de 1987, cuando la democracia se tambaleó, pero sufrió críticas sostenidas cuando el Plan Austral hizo agua y la economía comenzó a deslizarse hacia la crisis cambiaria e hiperinflacionaria de 1989, que precipitó su salida anticipada del gobierno. Del otro lado de la balanza acumuló no pocos aciertos: entre otros, la resolución del conflicto austral con Chile, la patria potestad compartida, la ley de divorcio, los pasos iniciales del Mercosur y hasta una idea genial, que no llegó a poner en marcha, como era el traslado de la Capital Federal a la Patagonia, para descentralizar Buenos Aires e impulsar el desarrollo de otras zonas.

Hoy, como nunca antes en estos cuarenta años, el sistema se pone en juego y, por eso, es oportuno evocar al padre de la democracia en esta encrucijada tan inquietante que atravesamos para que nos inspire dentro del cuarto oscuro.

No debemos echar por la borda lo que tanto nos costó. Hay muchas cuestiones por arreglar ciertamente –la pobreza, el costo de la política, la inflación, la inseguridad, que la Justicia funcione mejor y que la corrupción sea reducida a su mínima expresión–, pero no es dando un paso adelante frente al abismo que todo eso se resolverá por arte de magia. Si la institucionalidad cae por el precipicio, todos los males que nos angustian se agravarán indefectiblemente.

Fuente: https://www.lanacion.com.ar/opinion/voto-crucial-democracia-o-salto-al-vacio-nid22102023/

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