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“¿Me podés servir un poquito más?”: el pedido de los chicos que desnuda el hambre con el que cada lunes llegan a los comedores

A. tiene 11 años y un cuerpo menudo que la hace parecer de menos. Lleva el pelo sujeto en una colita, un buzo rosa y una mochila vacía del mismo color. Mientras espera frente a la mesa que instal...

A. tiene 11 años y un cuerpo menudo que la hace parecer de menos. Lleva el pelo sujeto en una colita, un buzo rosa y una mochila vacía del mismo color. Mientras espera frente a la mesa que instalaron en la puerta de entrada del comedor “Mi Sueño”, en Florencio Varela, se balancea de un pie al otro. Parece ansiosa y está seria. Recién cuando ve llegar el táper lleno de guiso, sonríe y estira los brazos. Abre la mochila y guarda todo apurada: el táper, varios panes y algunas mandarinas para el postre. “Me están esperando”, aclara.

En su casa, están su mamá y sus cinco hermanitos (el más pequeño, de apenas un año). A. es la encargada de retirar la comida y siente una responsabilidad enorme, sobre todo los lunes. ¿El motivo? Los sábados y domingos, que son los días en que los comedores suelen estar cerrados, se hacen larguísimos.

“Los fines de semana vamos con mi papá a Capital con el carro a buscar latitas y nos compra unos sándwiches para comer, pero a veces los tenemos que compartir. Lo que me gusta del comedor es que dan la comida calentita y que sirven mucho”, dice con una sinceridad que duele. En ese espacio comunitario, A. probó alimentos que en su casa no pueden hacer nunca: pollo al horno, milanesas y “ese coso verde”, como llama al zucchini, entre otras verduras.

La mochila la carga al revés, sobre su pecho, y con sus manos sostiene el fondo para mantenerla firme y que no se vuelque nada. Mientras se aleja por las calles de tierra hacia el barrio Luján, un asentamiento cercano, va esquivando los charcos que dejó la tormenta de la noche. De pronto, se detiene y saca una mandarina. “Tengo hambre”, dice, quizás buscando excusarse, y se aleja despacio, pelándola sin descuidar la mochila.

Escenas similares se repiten cada lunes en otros rincones del conurbano bonaerense y la ciudad de Buenos Aires. LA NACION conversó con una decena de merenderos y comedores y la realidad que palpitan parece calcada: “Los lunes son complicadísimos porque los chicos vienen pasados de hambre”, resumen.

En “Mi Sueño”, un espacio que fundó Lidia “Lili” Figueroa en 2001 en el barrio KM 26 (también conocido como “El fondo”) de Varela, ese día buscan servir un guiso abundante porque “es lo más reforzado”. Los viernes también hacen guiso, como una forma de anticiparse “a la escasez del fin de semana”.

“Tratamos de reemplazar la carne con mucha verdura, eso es lo que nos dijo la nutricionista: zucchini, zapallo, acelga. Siempre todo colorido, con muchas proteínas. Hay familias que los fines de semana se las arreglan a mate cocido y pan, sobre todo a fin de mes. Los lunes no falta nadie y muchas veces nos piden que les sirvamos más”, cuentan Lidia (59) y su hija Gisela (40), que es su mano derecha en el comedor.

Paula Gonçalves, responsable Área Social del Banco de Alimentos de la provincia de Buenos Aires, en el que se abastecen unas 1040 organizaciones de la sociedad civil, dice que es un panorama que suele repetirse en tiempos de crisis socioeconómica: “Así como en los comedores, además de los chicos, van apareciendo los hermanos mayores, los jóvenes y los adultos varones, surge de forma constante esta otra situación: llegan al lunes con más hambre. Esa realidad forma parte de este contexto inflacionario complicado, con todos sus condimentos”.

“Los lunes son los peores días, pero los viernes también son difíciles, porque los chicos saben que sábado y domingo no hay comedor, y entonces es como que quisieran llenarse, llenarse y llenarse, para aguantar el fin de semana. Es la cruda realidad”, dice Amalia Leguizamón, fundadora del comedor “Seve y Leo”, que está en el barrio Los Perales, en Tortuguitas, partido de Malvinas Argentinas. Allí dan merienda todos los días y cena tres veces por semana a 74 niños de Los Perales y a otros 120 de un asentamiento cercano.

En la Argentina, siete de cada diez chicos están en situación de pobreza, ya sea porque a sus hogares no ingresa suficiente dinero para la compra de los bienes y servicios básicos, o porque sufren la privación del ejercicio de algún derecho esencial. El dato se desprende de un informe reciente de Unicef, basado en los resultados de la Encuesta Permanente de Hogares del Indec y en los de un relevamiento propio que muestra que cuatro de cada diez hogares con niños debieron dejar de comprar, por falta de dinero, algún alimento en la primera mitad de este año. Así, según datos extrapolados a todo el país, 8,6 millones de chicos son pobres.

“Si falto hoy, no comemos”

Estela Valdés tiene 36 años y 8 hijos. La mayor tiene 19 y las más chiquitas son mellizas de dos años. Con su expareja juntaba cartones y otros materiales para reciclar, pero hace un tiempo se separó y la situación se volvió crítica: “Cuando llegué al comedor de Lili hace dos meses, no teníamos nada. Había días que no comíamos: a los chicos les daba té o mate cocido con pan. Estábamos pasando mucha necesidad”, cuenta. Empezó a ayudar con la limpieza de “Mi Sueño” como una forma de retribuir el alimento y no falla nunca: “Si falto hoy, no comemos”.

Para pasar los fines de semana, en el comedor la ayudan con verduras, huevos y menudos. “Yo cobro la AUH (Asignación Universal por Hijo, de $ 17.093 por mes por hijo) y todo va para los chicos, pero no alcanza. Las mellizas usan pañales y todo el tiempo me endeudo sacando fiado. Acá mis hijos probaron muchas verduras que no habían comido nunca, porque más que cebolla y morrón yo no hago”, dice la madre.

Mi Sueño nació en 2001 de la mano de Lidia y otros vecinos comprometidos con la realidad de su barrio. Ella era manzanera y soñaba con tener un comedor. Un día, en una reunión conoció a un concejal y le contó sobre su proyecto. Le ofreció colaborar con mercadería y así empezó, cocinando en una casilla en el patio de su propia casa, a leña, y usando un lavarropas viejo que convirtieron en una olla. Cuando el espacio fue tomando forma y tuvo que pensar en un nombre, sus compañeras le dijeron: “Ya lo tenés: ¿no nos dijiste que este siempre fue tu sueño?”.

El 10 de octubre de 2013 inauguraron el lugar donde están hoy, en un terreno que Lidia pudo comprar con mucho esfuerzo. El municipio ayudó con la construcción y les donó mesas y bancos. Las cortinas y los adornos los compraron con las ventas de rifas y bingos. Actualmente, dan desayuno y almuerzo de lunes a viernes a más de 200 personas de distintos asentamientos cercanos: barrio Luján, 3 de Mayo, San Nicolás, San Jorge, San Cayetano y Villa Argentina, entre otros. “Hay mucha necesidad de alimentos”, resume Lidia, que lleva 29 años como manzanera.

Lidia se hace diálisis dos veces por semana y tiene una colostomía, pero nada la detiene. “Me ayuda mi hija y varias vecinas. Acá no cerramos nunca por vacaciones: siempre hay alguien. Haya inundaciones, lluvia, frío, lo que sea, nosotros estamos”, dice, mientras señala con la cabeza el arroyo que está a pocos metros. “Cada vez que llueve, esto se inunda y en varias oportunidades estuvimos a punto de perder todo. Hace tres meses falleció un chico de 24 años que se descompensó en la calle y murió ahogado”, dice Gisela.

Las raciones que reciben del Municipio de Florencio Varela a través de un convenio son 127, pero en total las personas que cada día retiran la comida superan las 200. “La vianda más chica es para tres personas, la más grande para 14. Son familias muy numerosas. Tenemos una carpeta con lista de espera de más de 100 personas. El municipio nos pide que demos la comida solo a niños hasta los 12 años. ¿Pero qué le decimos a los demás? No podemos hacer eso”, se lamentan Lidia y Gisela. ¿Cómo hacen para hacer rendir las porciones? “Magia. A veces las vecinas traen de sus trabajos donaciones de paquetes de fideos o arroz”.

“Te piden repetir”

En el merendero de la Fundación El Pobre de Asís, que asiste a un promedio de 200 chicos del Barrio Mugica, popularmente conocido como Villa 31, en Retiro, los lunes también se sienten con fuerza. “Además de que los sábados y domingos baja bastante la disponibilidad de comedores, los chicos no cuentan con la ayuda que da la escuela en lo que tiene que ver con la alimentación. Por eso, los lunes notamos que no falta nadie, y además es considerable el incremento en la repetición de la leche, el mate cocido y lo que haya para acompañar. Te piden más”, detalla Carina Corvalán, trabajadora social y coordinadora del espacio.

Algo similar le pasa a Mirta Ortega, la fundadora del comedor La Gargantita, ubicado en Zavaleta, a metros de la villa 21-24 y de la Avenida Iriarte, en Barracas. “Te re extrañamos el fin de semana”, le dicen los niños cada comienzo de semana. “No tienen a dónde ir y pedir para comer. Es muy triste”. A veces, aún sabiendo que el comedor está cerrado, alguien le toca la puerta pidiendo “lo que haya”: un paquete de fideos o pan, por ejemplo.

Esto también es una constante en Mi Sueño: “Recibimos donaciones de verduras de una facultad y algunas las repartimos para las familias que más necesitan el fin de semana”, cuenta Gisela. Con respecto a la semana, describe: “Hay muchas comidas que hacemos acá y que los chicos nunca habían probado en sus casas, como canelones, tarta de acelga con queso, zapallitos rellenos y gratinados en el horno, o pollo al horno con un montón de verduras”.

“La semana pasada, un nene vino llorando y me dijo: ‘A la noche no tenemos para comer’. Otro me decía que rezaba porque a mí no me pasara nada, así el comedor puede seguir siempre adelante. Es muy fuerte”, cuenta quebrada por la emoción Susana Melgarejo, fundadora del comedor Las Voluntarias de María, del Barrio Trujui, San Miguel. “La vez pasada hicimos empanadas porque nos donaron carne picada y me decían: ‘¡Hace cuánto no comía esto!’. Hay mucha pobreza”.

“Cuando hay yogures es una fiesta”

El Banco de Alimentos de la provincia de Buenos Aires trabaja con organizaciones de la Ciudad y de hasta el tercer cordón del conurbano. Rescata alimentos que estén aptos para el consumo, que por diversas razones no hayan sido vendidos y que las empresas donan para que sean redistribuidos a organizaciones sin fines de lucro que dan de comer: desde escuelas y comedores hasta centros de jubilados y sociedades de fomento.

A cambio de cada kilo de alimentos, el banco solicita una contribución simbólica que representa apenas el 5% de su valor comercial. Además, tienen programas de ayuda para aquellas organizaciones que no pueden afrontar ese gasto. “Cuando hay yogures es una fiesta pero cuesta conseguirlos. Después nos mandan fotos y nos dicen que los chicos estaban felices”, cuenta Gonçalves.

Patricia González es la fundadora del merendero y comedor Todo Corazón, que queda en el Barrio 9 de Abril de Monte Grande, Buenos Aires. Allí sirven el almuerzo para 58 familias tres veces por semana. “Los lunes vienen con todo: ‘¿No tendrás un poquito más?’, te preguntan. Lo que más esperan los chicos es el postre: tenemos gelatina, flan o arroz con leche. Dicen: ‘En casa no comemos nunca postre, solo en el comedor’”.

Volviendo a Mi Sueño, Lorena Placensia (31) es una de las que dependen del espacio. Es mamá de 5 hijos de entre 14 y 3 años. Vive en el barrio 12 de Julio y hace poco se separó: “Sufría mucha violencia de género”, cuenta. Tres veces por semana trabaja como empleada doméstica, pero “no alcanza”. En su casa no tiene horno (como la mayoría de los vecinos) y por eso los chicos disfrutan especialmente los días que hay milanesas o pizzas en el comedor: “Además te dan la fruta, que ahora ni siquiera estaba pudiendo comprar. Mi hijo Ian es fanático de la banana”, detalla. El niño, que está a su lado, sonríe.

¿Qué hace los fines de semanas? “Cuando cobro compro alitas de pollo, hígado, mondongo o carne picada de oferta, pero a fin de mes se complica. A veces vengo a pedir una cebolla, una zanahoria y una papa, y con eso hago un guiso. Está todo muy complicado”, concluye.

Cómo colaborar

Para seguir adelante con su labor y llegar a más familias en un contexto de creciente demanda, los comedores y merenderos necesitan donaciones de todo tipo, desde alimentos hasta ropa para niños y útiles escolares.

Comedor Mi Sueño (Barrio Km 26.700, Florencio Varela): para colaborar, contactarse con Lidia llamando al (011) 15-5754-5981.Comedor “Seve y Leo” (Barrio Los Perales, Tortuguitas, Bs As): para colaborar, contactarse con Amalia llamando al: (011) 15- 6845-7052.Comedor La Gargantita (Villa Zavaleta, Barracas, CABA): reciben donaciones mediante transferencias bancarias a su cuenta del Banco Ciudad, al CBU: 0290052010000050821225. Alias: CAMARA.MANI.RUEDA. Está a nombre de Johanna Mabel Gómez, que es la hija de Mirta y tesorera del comedor. Para más información, contactarse con Mirta al 15-5029-6469.Merendero de la Fundación El Pobre de Asís (Villa 31, Retiro, CABA): reciben donaciones en la cuenta Banco Provincia CBU 0140003801400302065456. Más información haciendo click aquí.Merendero Todo Corazón (Barrio 9 de Abril, Monte Grande, Bs As): reciben donaciones al CBU Mercado Pago: 0000003100092722918721 a nombre de Patricia Angélica González. Alias: patri.71 Más información en Facebook.Banco de Alimentos (CABA y conurbano, provincia de Buenos Aires): podés sumarte como voluntario, realizar una donación de dinero como particular o sumarte como empresa ya sea a través de la donación de alimentos, productos y servicios logísticos, dinero o tiempo que se transforma en ayuda. Más información haciendo click aquí.

Fuente: https://www.lanacion.com.ar/comunidad/me-podes-servir-un-poquito-mas-el-pedido-de-los-chicos-que-desnuda-el-hambre-con-el-que-cada-lunes-nid02112023/

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