Crónica de un crimen inexplicable
Durante los primeros dos o tres párrafos nadie creerá en esta historia. Luego, intrigados, quizás escarben un poco la web hasta descubrir que sí, es cierto, en 1891, una secuoya inmensa apodada...
Durante los primeros dos o tres párrafos nadie creerá en esta historia. Luego, intrigados, quizás escarben un poco la web hasta descubrir que sí, es cierto, en 1891, una secuoya inmensa apodada Mark Twain fue talada para llevar sus restos a museos y probar que árboles de esa talla de verdad existían. Como muchos de sus congéneres, medía más de 100 metros de altura (109 es el dato que parece más seguro). Eso es 40 metros más que el Obelisco de la Ciudad de Buenos Aires.
No fue el único gigante gentil que aniquiló el siglo XIX, en su explotación ciega de la naturaleza. En 1858, había 42 aserraderos solo en el condado de Sierra Nevada, California, donde vivía este árbol colosal. Aquí es donde alguien de 20 o 30 años se espanta ante la idea que alguna vez hayamos talado secuoyas de 100 metros para hacer muebles y decks. Pero lo hicimos.
Hay cosas incluso peores que esta insania de matar seres vivientes de más de 2000 años de edad con fines industriales. La secuoya de Mark Twain fue talada porque llegar hasta estos monarcas del bosque (así los llamamos hoy) era por entonces muy difícil. Entonces lo mataron y llevaron sus restos al público. Fue solo otro ejemplo desquiciado de nuestra supuesta supremacía, que la civilización hoy paga bien caro. Alguien se tomó el trabajo, y se lo puede encontrar fácilmente en la web (por ejemplo, aquí), de correlacionar la vida de este árbol, cuyo tocón hoy es una atracción turística del Parque Nacional Cañón de los Reyes, en Estados Unidos, con algunos hechos históricos relevantes.
Es que en 1891, cuando un equipo de hombres convencidos de que el crimen que estaban por cometer tenía algún sentido, el árbol llevaba viviendo 1341 años. ¿Pero estaba vivo? Sí, claro. Estaba vivo, y podría haber vivido al menos otros mil años más. Como se sabe, los árboles crecen formando anillos que permiten medir con exactitud su edad; el Mark Twain tenía casi 5 metros de diámetro al momento de ser talado.
Esta es la escena que abruma: un día perdido en el tiempo, alguna de las millones de semillas (no mucho más grandes que la cabeza de un alfiler) que ese otoño cayeron de las secuoyas encontró un lugar donde pasar el invierno y esperar a la siguiente primavera. Es el año 550. Ese año los indios inventan el cero, y en el silencio de un mundo todavía desconocido para Asia y Europa, el brotecito verde acaba de asomar tierno y vacilante en el brumoso sotobosque. Muchas otras semillas germinarán ese día. La mayoría ni siquiera llegará a la mañana siguiente. (Más sobre lo que sabemos de la reproducción de las secuoyas, aquí.)
Ahora han pasado veinte años. Es ya un arbolito pujante y enérgico, aunque vulnerable. Es el año 570 y nace Mahoma en La Meca; fundará el Islam. El primer papa, Pedro, vivió unos 500 años atrás.
Medio siglo después de germinar, el arbolito supera en estatura a los hombres, a los que posiblemente todavía no ha visto, pero que este bosque conoce desde hace al menos 5000 años. Es el año 600 de nuestra era, se imprime el primer libro en China y la pluma de ganso empieza a popularizarse en Occidente.
Van a pasar más de 1000 años todavía –durante los que el arbolito crecerá hasta transformarse en uno de los seres vivos más grandes que ha conocido el planeta– antes de que adoptemos el calendario Gregoriano. El que usamos hoy.
Unos cinco siglos después de su nacimiento, cuando ya es un ejemplar formidable que apenas recuerda su pasado de semilla insignificante, se pone en marcha la primera Cruzada. Otros 500 años después Gutenberg publica la Biblia en 42 líneas y en 1492 Colón descubre América. Los emperadores y los reyes ascienden y caen en lo que para esta secuoya es quizá un minuto de su vasta existencia vegetal.
Hasta que un día nefasto, en nombre de una curiosidad obscena, los humanos lo someten a una larga agonía. Tardan 13 días en derribarlo. Hoy nos parece un crimen y para algunos la caída del Mark Twain fue el comienzo de los movimientos conservacionistas. A lo mejor sí. Pero primero que nada fue un pecado.
Fuente: https://www.lanacion.com.ar/opinion/cronica-de-un-crimen-inexplicable-nid04102023/