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De la Patagonia a Roma. A los 10 años supo que quería ser cura... y se ordena mañana, a los 52: la inspiradora historia de Pablo Tevere

Pablo Tevere nació el 17 de abril de 1971 en la ciudad de Neuquén. Es hijo de Olga Muñoz y el oficial del Ejército Osvaldo Tevere, el único varón entre tres hermanas: Bettina, Mercedes y Mar...

Pablo Tevere nació el 17 de abril de 1971 en la ciudad de Neuquén. Es hijo de Olga Muñoz y el oficial del Ejército Osvaldo Tevere, el único varón entre tres hermanas: Bettina, Mercedes y María Eugenia. Atravesó su infancia y parte de su adolescencia en la Patagonia, en contacto directo con la naturaleza.

Sus amigo lo llamaron “Blopa”, apodo que lo persigue aún hoy. Completó su educación, primaria y secundaria, en una escuela mapuche. Sus familiares lo definen como un ser calmo, que incluso a temprana edad, ya tenía el don de la cordura. “Pasara lo que pasara, él siempre mantenía la calma, transmitía paz. ‘No te preocupes, lo arreglamos por este lado o por otro lado’, decía. Tenía una paz interior enorme y sabía transmitirla”, dice su hermana Bettina.

Era fanático de la naturaleza. Podía pasar horas explorando el bosque. Y siempre volvía con alguna mascota. Una vez, cuenta su hermana, regresó a casa con una víbora. Si bien era muy chico aún, todos estaban convencidos de que algún día iba a convertirse en biólogo. “Le gustaba mucho investigar. Encontraba un animalito y se podía pasar dos horas mirándolo. Observaba el caminito de las hormiguitas, por ejemplo. Miraba hasta dónde iban y cómo se iban moviendo. Estábamos seguros de que iba a ser biólogo o veterinario”, agrega Bettina. Pero Pablo eligió otro destino.

Pablo Tevere tenía 10 años cuando reunió a su familia en el living de la casa para hacerles “un gran anuncio”. No dio muchas vueltas. “Tengo un secreto para contarles”, dijo como preámbulo. Y enseguida remató: “Quiero ser cura”.

Bettina recuerda al detalle esa reunión. ”Yo me esperaba cualquier cosa, pero nunca imaginé que fuera a decir eso. Primero pensé que lo decía en broma. Pero luego vi la expresión en su rostro, en su cuerpo, y supe que iba en serio. Y me emocioné muchísimo. Era tan chico... ¡pero tenía tan claro lo que quería!”.

Pablo era apenas un chico cuando recibió “el llamado”, ese que sintieron alguna vez todos los seminaristas, el que inspiró la pregunta “¿será de Dios?”. Él no tenía dudas: sí, era el llamado de Dios.

El sacerdote de la parroquia a la que iban los Tevere pronto se enteró de la noticia. Al día siguiente visitó la casa, sorprendido, y habló con Olga, la madre de Pablo. “¿Usted metió esa idea en la cabeza de su hijo?”, le preguntó. A lo que ella contestó: “No, es idea de él. Y que así sea. Yo quiero que, el día de mañana, Pablo pueda hacer lo que quiera, que siga lo que lo apasione”.

Explica Bettina: “El sacerdote, en realidad, estaba orgulloso, pero quería verificar que no le hubiéramos lavado la cabeza a Pablo, o cosa por el estilo”.

Ese anuncio, que marcó a toda la familia, fue el comienzo de un larguísimo proceso.

Pablo no volvió a hablar del tema, de su vocación, durante muchos años. Pero siempre lo tuvo latente en su interior. Transitó su adolescencia como todos los jóvenes de la ciudad: salía a la montaña, practicaba deportes y hasta supo hechizar a las amigas de Bettina. Incluso estuvo de novio con una de ellas, pero nunca abandonó las ganas de ordenarse en la iglesia.

A los 18 años, Pablo Tevere dejó Neuquén y se instaló en Buenos Aires. Contra todos los pronósticos, estudió Contaduría en la Universidad de Buenos Aires. Al mismo tiempo, comenzó a trabajar en una casa del Opus Dei. Allí comenzó un proceso de formación y servicio en el que sentó las bases para su próximo desafío: un compromiso aún mayor con su vocación en tierras lejanas.

Cuenta Bettina: “Pablo y sus compañeros del trabajo tenían hábitos religiosos. Asistían a misa por la mañana, rezaban el rosario y, obviamente, no salían con mujeres. Es decir, vivían en el celibato. En su adolescencia Pablo salió con amigas mías. Tuvo novia y creció como los demás jóvenes del pueblo. Pero su amor por Dios, por su sueño, lo llevó a tomar la decisión de ordenarse”.

Su vocación era tan fuerte que jamás sintió apuro por convertirse en sacerdote. Sabía que era algo estaba ahí, que iba a concretar en el momento oportuno. Continuó trabajando sin descuidar jamás sus estudios. Primero recibió el sacramento del Orden y se convirtió en diácono.

“Cuando se recibió de contador lo llamaron de muchas empresas para contratarlo. Pero en la casa del Opus Dei dijeron que necesitaban un contador en Bolivia y él no lo dudó: levantó la mano y se ofreció. Le tentó la posibilidad de conocer un país con mucha naturaleza y, a su vez, con mucha pobreza. Lo sedujo la idea de vivir en un lugar en el que pudiera ayudar. Él quería eso, estar cerca de los más necesitados”, insiste Bettina.

“Se hizo cargo de una fundación que el Opus tenía ahí. Y recorrió el mundo. Lo mandaban al Banco Mundial para buscar fondos. Su misión era ayudar a los pobres a desarrollar otros cultivos que no fueran de coca. Así podrían escaparse de las garras del narcotráfico”, añade.

Pablo trabajó en Bolivia durante 21 años. Finalmente, en 2018 inició el proceso para ser sacerdote. Viajó a Roma para completar sus estudios en la Universidad de Teología. “Cuando nos enteramos, nos explotó el corazón de alegría; estaba cada vez más cerca de concretar el sueño que se propuso a los 10 años”, agrega Bettina.

Pablo pasó por un período de “discernimiento, formación y preparación” que culminará hoy, sábado 20 de mayo, en una ceremonia presidida por el cardenal surcoreano Lazzaro You Heung Sik, prefecto del Dicasterio para el Clero, cuando lo ordenen oficialmente como sacerdote. La ordenación comenzará a las 6 de la mañana (hora argentina) y se realizará en la basílica San Eugenio, en Roma. Sucederá 42 años después de aquél breve pero contundente anuncio frente a su familia, de tan solo tres palabras: “Quiero ser cura”

“Trabaja de lo que amas y no trabajarás nunca más en tu vida. Es decir, haz lo que amas y no tendrás que hacer esfuerzo nunca más en tu vida”, reflexiona Bettina. Dice también que, pese a la distancia, siempre sintió cerca a su hermano. “Nunca dejó de estar con nosotros. Vino para todos nuestros casamientos, vino para el aniversario de 50 años de mis papás... vino siempre. Es un hermano muy presente. Hoy, en su nuevo rol como diácono, y dentro de pocas horas como sacerdote, va a continuar estando, para la familia y para los que no son de la familia. Tiene la ilusión de ayudar a los más desfavorecidos, de ayudar en las necesidades del alma, que son las que afectan de un modo más marcado a las personas con carencias materiales y sociales”.

Fuente: https://www.lanacion.com.ar/lifestyle/de-la-patagonia-a-roma-a-los-10-anos-supo-que-queria-ser-cura-y-se-ordena-manana-a-los-52-la-nid19052023/

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