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El debate inolvidable. Caputo versus Saadi por el Beagle: cigarrillos, furcios, “basta de cháchara” y “las nubes de Úbeda”

El primer debate televisado de la historia argentina tiene fecha cierta: jueves 15 de noviembre de 1984. Fue transmitido por dos canales al mismo tiempo. En la pantalla de Canal 13, el generador de...

El primer debate televisado de la historia argentina tiene fecha cierta: jueves 15 de noviembre de 1984. Fue transmitido por dos canales al mismo tiempo. En la pantalla de Canal 13, el generador de las imágenes, comenzó luego de Buenas Noches Argentina. Al final del noticiero, mientras pasaban los créditos, una voz en off anunció: “Quédese en El Trece para ver: ‘Debate canciller Caputo - senador Saadi”. A las 21 horas, finalmente, el programa especial abrió con un primer plano del periodista Bernardo Neustadt, el moderador del encuentro, en el estudio D del canal de Constitución.

“Hay silencio en el estudio, pero también hay nervios”, fueron las primeras palabras de Neustadt. Luego describió al evento como “un episodio inédito e histórico”. Y fundamentó: “Nunca en la Argentina, un hombre del poder, como el canciller Caputo, y un hombre del otro poder, como el presidente del bloque de senadores del justicialismo, la oposición, han decidido aceptar la idea esta democrática pero limpia de poder colocar y chocar sus ideas. Además, qué curioso, hoy 15 de noviembre de 1984 es el Día del aire libre… es como poder respirar, que los que no piensen igual se encuentren para mirarse, gritar, soñar, discutir”, dijo.

Canal 13 ofreció la transmisión a todos los canales y radios del país. Del resto de los canales de alcance nacional, apenas 3, sólo se sumó ATC (hoy Televisión Pública). Antes de dar comienzo al debate, que se presentó como una “audiencia de esclarecimiento a la opinión pública”, Neustadt reveló las reglas de juego. Primero aclaró que su función como moderador estaba limitada a ordenar los tiempos de las exposiciones. Y mostró a cámara un viejo cronómetro mecánico, con agujas. Dijo que, de acuerdo a lo pactado previamente, los dos expositores habían llegado al estudio acompañados por sus asesores. “Diez cada uno”, dijo. Y aclaró que ninguno de ellos entraría en cámara “salvo que por cuestiones técnicas sus presencias sean requeridas”. Al canciller lo acompañaban el diputado César Jaroslavsky, el publicista David Ratto, el vocero presidencial José Ignacio López y una diplomática de carrera, Susana Ruiz Cerutti.

Los tiempos fijados para el debate fueron muy distintos a los que se proponen hoy. Menos histéricos. Neustadt anunció que, en su primera intervención, cada uno de los disertantes tendría 20 minutos para exponer sus ideas. No podrían ser interrumpidos. Luego comenzaría una etapa más ágil, de “preguntas, repreguntas y reflexiones”, donde las exposiciones no podrían superar los 3 minutos. Y, al final, ambos contarían con 15 minutos para cerrar sus conceptos.

La escenografía fue pobre. Cada uno de los oradores fue sentado detrás de un escritorio de madera. Sobre la superficie de trabajo tuvieron a disposición un vaso de agua y un cenicero. A sus espaldas, contaban con un pizarrón blanco en el que podrían escribir o desplegar cartelería.

UN POCO DE CONTEXTO

El debate se realizó 10 días antes del plebiscito nacional “no obligatorio ni vinculante” del 25 de noviembre que buscó revelar el parecer de los argentinos respecto a aceptar o rechazar el Tratado de Paz y Amistad firmado con Chile para resolver el Conflicto del Beagle.

El acuerdo fue promovido desde la Santa Sede, tras la mediación del papa Juan Pablo II, que intervino para evitar lo que parecía inminente: la guerra entre la Argentina y Chile. En junio de 1984, tras un sinfín de idas y vueltas, ambos países aceptaron en un principio la propuesta, pero el gobierno argentino quiso ratificar a través de una consulta popular.

Dante Caputo promovía el voto por el “Sí”, que apoyaba el acuerdo, mientras que Vicente Leónidas Saadi decía que su aprobación implicaba una entrega del territorio nacional. Había tres islas –entonces desiertas– en discusión: Picton, Lennox y Nueva. El caudillo catamarqueño advertía, también, cómo implicaría esta resolución sobre el reclamo argentino en la Antártida. Promovía votar “No” o la abstención.

COMIENZA EL SHOW

Saadi era un verdadero caudillo, con asombrosa capacidad para construir y mantener el poder en su provincia, pero limitado en la oratoria y en la retórica. Llegó mal asesorado. Durante 20 minutos leyó sus argumentos, sin detenerse jamás ni siquiera para mirar a cámara. Se refirió al tratado como “la peor derrota diplomática en lo que va del siglo”. Habló de una “desinformación” y “confusión general” promovidas por el gobierno. Dijo que la consulta popular era una trampa y anticipó que el resultado sería un fraude. Y, sin vueltas, acusó a su adversario de “traición a la patria”.

-¿Ha terminado, senador Saadi?, preguntó Neustadt cuando se cumplieron los 20 minutos. Y dio paso al canciller Caputo.

Dante Caputo no leyó. Habló mirando a cámara. Parecía bien coacheado. Comentó errores históricos en la exposición del catamarqueño. Refutó la idea que desarrolló Saadi sobre “lo difícil que hubiese sido firmar un convenio con el gobierno de Pinochet” y le recordó que entre 1973 a 1976, durante el gobierno peronista, Cancillería había firmado 6 convenios con Pinochet. Empleó sólo 12 minutos. Después tuvieron una pausa de cinco minutos, la transmisión pasó a un corte comercial.

En el segundo bloque, que proponía el cruce entre los oradores, llegaron las dos expresiones que harían historia. Saadi volvió a sumergirse en la lectura y el canciller encendió un cigarrillo. Se generó una gran discusión. El catamarqueño no redondeaba su pregunta. En definitiva, lo que quería saber era qué diferencias encontraba Caputo entre el laudo arbitral de la reina Isabel II y el Tratado de paz y Amistad.

Llegado el momento, Caputo hizo su exposición. Se puso de pie y desplegó tres cartulinas con mapas que mostraban los límites entre Argentina y Chile. Defendió el principio “bioceánico” por el que Chile no se puede proyectar sobre el Atlántico. Y cuando iba a hacer su pregunta, Saadi comenzó a los gritos y a golpear la mesa.

-Señor senador, una amonestación, lo advirtió Neustadt tratando de disipar el clima de tensión.

Saadi: -Yo quiero que me conteste. Eso es otra cosa, no tiene nada que ver con mi pregunta. Es fundaméntal esta pregunta. Es la base del meollo de la discusión. Y la está eludiendo, señor canciller. Que me conteste para demostrar... Se va por las nubes de Úbeda. No me contesta lo que le pregunto.

Caputo: -Yo navego por las nubes cuando vuelo en avión… No sé cómo hacer, le digo francamente…

Saadi: -Es lógico que no sabe cómo hacer porque no tiene la razón, porque es la misma cosa. Cuando no se desnuda el pensamiento, cuando se miente a la población no se sabe qué hacer.

Caputo: -Bueno, realmente, yo no tengo mejor abogado para posición de la cancillería que el senador Saadi (…) Por primera vez en la historia argentina hemos logrado una plena vigencia del principio Atlántico-Pacífico, cosa que nunca había existido en práctica anteriormente.

Saadi: -¡Todo eso es pura cháchara!

“POR ¿LAS NUBES? DE ÚBEDA”

La palabra “cháchara”, poco común, fue bien utilizada por Saadi. Resiste las tres aceptaciones de la Real Academia Española: “Conversación frívola”, “Abundancia de palabras inútiles” y “Baratijas, cachivaches”. Fue Mario Sapag, el humorista de moda, destacado imitador, que en su posterior imitación de Vicente Leónidas Saadi patentó el recordado “¡Basta de cháchara!”.

Lo que realmente descolocó a los lingüistas fue cuando Saadi acusó a Caputo de irse “por las nubes de Úbeda”. Evidentemente, Saadi quiso decir que Caputo evadía el foco del debate. Pero, ¿de dónde sacó el dicho? El único origen posible es una expresión popular española, “irse por los cerros de Úbeda”, que refiere a una serie de situaciones en las que una persona divaga o se aleja significativamente del tema de la conversación que se está manteniendo.

Esta frase tiene su origen en el siglo 13, en la localidad de Úbeda, provincia de Jaén, mientras estaba siendo reconquistada por los cristianos. Durante la batalla, un capitán llamado Álvar Fáñez desapareció y fue dado por muerto. Sin embargo, días después, reapareció sano y salvo. El rey Fernando III le preguntó adónde había estado, a lo que el militar señaló el horizonte y reveló: “Me perdí por aquellos cerros”. Su respuesta se volvió muy popular en la corte y, deformada a “irse por los cerros de Úbeda”, se usó para referir a actos de cobardía. Luego obtuvo el significado actual, el que quiso emplear Saadi, que se utiliza cuando alguien desvía una conversación.

EL FINAL, “POR AFANO”

El programa terminó a las 23:15. “Usted está teniendo la historia ante sus ojos”, advirtió Neustadt al televidente. Y cedió la palabra a Caputo, sus últimos 15 minutos. “Dudo que use los 15 minutos dado lo avanzado de la hora”, aclaró. Caputo y Saadi no se saludaron. En la cara de los asesores de Caputo, una gran sonrisa, se podía sentir la victoria.

Finalmente, el 25 de noviembre de 1984, la consulta popular arrojó un resultado contundente. El voto por el “sí”, el apoyo al Tratado de Paz y amistad promovido por el gobierno de Raúl Alfonsín (que tuvo el apoyo de algunos peronistas “díscolos”, como el gobernador Carlos Menem), cosechó el 82,6 por ciento de los votos. Mientras que el “no”, que refutaba el acuerdo, apenas alcanzó el 17,4 por ciento. La abstención (la otra forma de protesta promovida por Saadi y la mayoría del peronismo) no fue significativa: si bien el plebiscito no fue obligatorio, participó el 70 por ciento del padrón.

En Catamarca, feudo de Vicente Leónidas Saadi, la postura defendida por el caudillo sedujo solo al 4,94 por ciento de los votos.

Fuente: https://www.lanacion.com.ar/lifestyle/el-debate-inolvidable-caputo-versus-saadi-por-el-beagle-cigarrillos-furcios-basta-de-chachara-y-las-nid08102023/

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