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El elusivo shock de confianza

La confianza es el único antídoto contra la crisis y, sin embargo, a pocos les importa contar con ella. La confianza implica compromisos con respecto al futuro y, por lo tanto, es incompatible co...

La confianza es el único antídoto contra la crisis y, sin embargo, a pocos les importa contar con ella. La confianza implica compromisos con respecto al futuro y, por lo tanto, es incompatible con los juegos de corto plazo que caracterizan a las pugnas electorales.

Desde 1998, cuando la convertibilidad comenzó a flaquear, el gobierno de Carlos Menem reforzó su apuesta tratando de convencer a los ahorristas acerca de la sustentabilidad del “uno a uno”.Tras la asunción de Fernando de la Rúa, con el mismo propósito y cuando la desconfianza de los ahorristas alcanzaba límites extremos, se llegó a sancionar una ley de intangibilidad de los depósitos bancarios. Se pretendía suscitar confianza, pero la política no lo permitió. Se invitaba a los tenedores de pesos a poner sus dedos en el marco de una puerta asegurándoles que continuaría abierta y que nadie la cerraría. Pero detrás de ellos se podía ver a Eduardo Duhalde y otros dirigentes del peronismo “para el cambio”, haciendo muecas burlonas al público con toda la fuerza del justicialismo detrás. Ante esa escena, nadie arriesgó sus dedos y ya sabemos lo que ocurrió después.

Esa imagen es similar al gesto impropio de Pablo Moyano en la Cámara de Diputados de la Nación, cuando se votó la eliminación del impuesto a las ganancias sobre los asalariados. En compañía de Sergio Massa y otros líderes sindicales, el camionero no respetó la sacralidad del recinto, ni fue expulsado del lugar como hubiera correspondido. Ese gesto prepotente preanuncia los obstáculos que tendrá cualquier intento de estabilizar la economía argentina, salvo que gobernase el candidato allí presente, quien impulsó la medida y festejó en el palco con los sindicalistas.

La expresión “shock de confianza” se atribuye al legendario Álvaro Alsogaray, quien lo proponía como salida a la crisis inflacionaria que afectó el gobierno de Raúl Alfonsín, hacia el final de su mandato. Alsogaray ya había vivido una experiencia semejante treinta años antes, cuando aplicó un programa de estabilización exitoso en 1959 que frenó la inflación e impulsó inversiones durante el gobierno de Arturo Frondizi.

La confianza es un valor precioso, que no se brinda a quien quiere sino a quien puede. Implica revertir las expectativas en sentido positivo, pasando del círculo vicioso al círculo virtuoso. Cuando se logra, la moneda recobra su valor, el empleo regular se recupera frente al informal, las vidas familiares se ordenan, los niños van a la escuela y la violencia urbana se reduce. Se deja de hablar del dólar y el ahorro en pesos permite reestablecer el crédito doméstico.

La confianza es un viento a favor, que permite reducir el costo del ajuste fiscal indispensable para recuperar la moneda y eliminar la inflación. Llevar a cabo un ajuste sin confianza es un camino cruel que ahondaría la miseria al no contarse con recursos para morigerar su impacto, ni con expansión del crédito para reactivar al sector privado. Puro sacrificio, sin los beneficios del esfuerzo.

Sin confianza todo programa se convierte en gradual y de gradual pasa a “no están dadas las condiciones” y, luego, al archivo. Pues la dilación inicial reaviva reclamos que obligan a emparches y retrocesos. El gradualismo, por definición, mantiene controles en la esperanza de liberarlos más tarde. Pero por su propia lógica de distorsiones crecientes, en lugar de reducirlos, obliga a multiplicarlos.

Implica la confianza una conjunción de astros, donde el consenso político cumple el rol del Astro Rey. Podría sintetizarse en tres letras C: el conocimiento para elaborar un plan consistente; las convicciones firmes para transmitir que no será alterado y el contexto político para hacerlo viable, pues sin apoyos no alcanzan ni el plan ni las convicciones. Mientras el peronismo, sus bloques legislativos, sus gobernadores, los sindicatos, los movimientos sociales y los grupos de interés afectados mantengan su capacidad de oponerse con eficacia, cualquier intento de shock naufragará en el fracaso de un gradualismo inverso, hacia atrás.

No basta con saber de economía, como cree Milei. Ni tampoco con buena gestión, como piensan Schiaretti o Randazzo. Ni con apoyos internacionales, como pensó Mauricio Macri. Ni mucho menos con decir “primero la gente” y luego hundirla en la ciénaga de la pobreza. Para que haya un shock, las expectativas deben cambiar de forma abrupta ante un programa consistente y políticamente viable.

Para explicar qué es la confianza, bastaría preguntar a cualquier ahorrista o potencial inversor, cuáles serían sus temores a la hora de convertir dólares verdaderos, contantes y sonantes, en pesos a plazo fijo o enterrarlos en yacimientos, gasoductos, fábricas o autopistas. Por lo pronto, tendrían temor a medidas de corto plazo como impuestos novedosos, saltos devaluatorios o tipos de cambio diferenciales. Temerían a los corralitos y a los cepos, a los ahorros forzosos y a los bonos compulsivos. Y luego, como gran telón de fondo, a la falta de seguridad jurídica en cualquiera de sus modalidades: las extorsiones sindicales, los aportes compulsivos, la industria del juicio, la patria camionera, portuaria o fluvial. Las ventajas de competidores o sobreprecios de proveedores por manejos regulatorios. Temor a que los contratos no sean respetados si los tribunales no los aplicasen a rajatabla por razones ideológicas, políticas o por corrupción judicial.

La confianza implica una adhesión firme e irrestricta a las normas generales, sin gestión caso por caso, sin excepciones oportunistas, ni castigos extemporáneos. Tanto a nivel legal, como administrativo o judicial. La confianza supone que cada artículo pactado en un contrato será respetado. Y que cada inciso será interpretado sin recurrir a teorías que los desvirtúen en forma arbitraria. Por eso, pactar la jurisdicción de Nueva York resulta más barato que otras jurisdicciones: allí los jueces no hacen política.

La confianza no es posible si bajo el suelo corre una grieta como la falla de San Andrés, en California: ¿quién desea construir allí una casa si advierte que por debajo tiene una hendidura que puede devorarla en un instante? El déficit fiscal y los intereses creados que lo motivan requieren reformas estructurales para que la estabilización sea sustentable. Si no, el gradualismo volverá con su herramental casuístico y discrecional. Y la emergencia, el corto plazo, hará de las suyas distorsionando contratos y destruyendo derechos de propiedad.

El próximo gobierno tendrá recursos excepcionales derivados del agro, la minería y los hidrocarburos. Pero deberá saber utilizarlos como un puente hacia las reformas estructurales indispensables y no para continuar financiando la falta de competitividad. De lo contrario, se irán por las cloacas del populismo, como todos los excedentes que tuvo el país durante los últimos 20 años.

Todo esfuerzo por producir un shock de confianza no solamente debe incluir las medidas necesarias para recuperar la moneda y equilibrar las cuentas públicas, sino que debe incluir un programa de reformas estructurales para que la Argentina se inserte en el mundo de forma competitiva. Es la manera de extender el horizonte de confianza más allá del corto plazo, con transformaciones de fondo que redefinan el perfil productivo nacional y lo pongan en la primera línea de los países ganadores cuando los alimentos, la energía, los minerales y el conocimiento son los pilares de la economía mundial.

Fuente: https://www.lanacion.com.ar/editoriales/el-elusivo-shock-de-confianza-nid01102023/

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