El regreso de PH y la pregunta del millón, ¿de qué hablan los famosos cuando van a la televisión?
Lo primero que hizo el regreso de PH Podemos hablar fue recuperar un mínimo de racionalidad en el disparatado diseño de programación de fin de semana de los canales que tienen el liderazgo de la...
Lo primero que hizo el regreso de PH Podemos hablar fue recuperar un mínimo de racionalidad en el disparatado diseño de programación de fin de semana de los canales que tienen el liderazgo de la audiencia en la TV abierta.
Toda la vida el televidente argentino se encontró los sábados por la noche en los distintos canales de aire con más de una idea de producción propia, sobre todo ligada a los juegos, al entretenimiento, a la vida de los famosos y a las distintas formas televisivas de entender el show. Esa realidad se fue condicionando en los últimos años por más que PH y los programas de Mirtha Legrand mantuvieron su constante vigencia.
América y elnueve mantienen el hábito de la programación hecha en casa (ahora a través de Polémica en el bar y Vivo para vos, respectivamente) con números de audiencia seguramente menores a los buscados, pero que al menos conservan una tradición. Algo que todavía no se replica en las señales de mayor audiencia. En ellas, la programación de los sábados viene armándose hasta ahora casi por descarte, con material enlatado.
Le toca ahora al ciclo conducido por Andy Kusnetzoff y producido en conjunto por Telefe y por Kuarzo ser el primero en recuperar una costumbre a la que se sumarán muy pronto eltrece, según las novedades conocidas en las últimas horas sobre el feliz regreso a la pantalla de Mirtha Legrand, y también elnueve, con la nueva aventura televisiva de Alejandro Fantino. Al menos en la “minitemporada” (palabra textual usada este sábado por Kusnetzoff) que se abre de aquí a fin de año tendremos los sábados por la noche televisión producida en la Argentina en cada uno de los canales de aire.
Pero más allá del contexto y de las incongruencias de la programación, el regreso de PH nos interroga sobre algunas cuestiones no menos importantes. ¿Qué sentido tiene hoy estimular en la TV abierta el arte de la conversación televisada entre figuras con distinto rango de popularidad? ¿Cuáles son sus alcances en un momento en que toda clase de pantallas y espacios mediáticos (incluyendo a las redes sociales) alientan a las celebridades de cualquier pelaje a hablar de todo y de todos, empezando por la exposición de su propia intimidad y la de los demás? ¿De qué hablan los famosos cuando van a la televisión?
Detrás de la superficie, en el comienzo de esta nueva temporada aparecen algunos esbozos de respuesta, sobre todo por el lado de las posibilidades y los límites de un talk show que en cada emisión deje algo valioso o estimulante en la memoria del observador. En favor de PH hay que decir que esta vez quedó de lado cierta incómoda inclinación que en otros tiempos atrapó a Kusnetzoff por conocer el costado más sicalíptico de la vida de sus invitados.
No faltó por cierto, en el clásico interrogatorio inicial, alguna pregunta deliberadamente picante, de esas que hoy parecen imprescindibles para que el público conozca supuestamente en plenitud a alguna persona famosa. Antes no existía esa costumbre y sin embargo había programas espléndidos en los que muchas celebridades abrían de verdad su corazón y decían cosas que valía la pena escuchar.
Pero por suerte, ese costado más bien pícaro tantas veces empleado en las rutinas de PH logró esta vez integrarse a un marco más general en el que prevalecieron otras inquietudes, un poco más cercanas al ejemplo modélico del talk show con famosos, el que conduce desde hace años el gran Graham Norton en la BBC. Allí suelen encontrarse personajes muy conocidos con la deliberada intención de difundir lo que están haciendo en ese momento, pero detrás de ese afán promocional se logra siempre un encuentro chispeante, divertido y lleno de confesiones personales que no resultan invasivas ni incómodas.
El panel del primer programa de PH 2023 contribuyó a estar cerca de ese propósito. Abel Pintos, Damián Betular y Paula Chaves dijeron cosas interesantes sobre sus compromisos e inquietudes más allá de las actividades que les conocemos. Y hubo bastante sinceridad por el lado de los ex Gran Hermano Julieta Poggio y Marcos Ginocchio, menos curtidos en estas lides, pero bien dispuestos a cuestionar el lado oscuro e insidioso de las redes y de la patria chimentera.
Con leves modificaciones escenográficas (ahora hay estrellitas de fondo en el set diseñado en forma de domo) y algunas nuevas secciones, PH funciona como un modelo híbrido y bastante anómalo dentro de la tipología de los talk shows. Tiene elementos del viejo Cordialmente de Juan Carlos Mareco (el clima amigable y azucarado) y del Sábado Bus de Nicolás Repetto (los juegos con premios a la hora de la comida). Hay espacio amplio para la conversación espontánea, pero también se impone en varios momentos una estructura más rígida, característica de los programas de entretenimientos con distintos desafíos para los participantes. Aquí también ellos deben responder consignas como en un programa de preguntas y respuestas. Y no falta el recorrido deliberado por la historia personal de cada invitado.
Ese mapa variopinto de secciones y propuestas despertó interés en la medida en que el programa logró mantenerse al margen de la tentación del sentimentalismo. El punto más alto fue la confesión en primerísimo plano que Abel Pintos hizo después de vivir una experiencia rarísima en la televisión abierta: un momento de silencio total en el que dos de los invitados se miran cara a cara sin hablarse.
Lo mejor terminó exactamente allí, apenas empezó a sonar de fondo una cortina con violines y un piano meloso mientras Kusnetzoff armaba el momento más lacrimógeno y sentimental de la noche. Nunca corresponde reprimir o contener la emoción verdadera frente a una cámara, pero no sirve tampoco de mucho alentarla, porque siempre estará condicionada por algún elemento efectista o manipulador.
En ese sentido, el dinámico y competente Kusnetzoff debería mirarse en el espejo de Graham Norton, un conductor que admira a sus invitados famosos hasta ponerse al borde del cholulismo, pero siempre recurre a una broma o una frase ingeniosa para tomar distancia de cualquier tipo de sensiblería. Los animadores argentinos tienen la costumbre, en cambio, de dejarse llevar por el sentimentalismo con gestos explícitos de aprobación hacia sus invitados. ¿No debería quedar esa reacción en las exclusivas manos del público?
El otro aspecto que Kusnetzoff bien podría evitar es el que lo emparenta con los conductores o panelistas de la TV más indiscreta. Aguijonear con insistencia a una de las invitadas para que cuente por qué sigue distanciada de otra figura mediática no tiene mucho que ver con el propósito enunciado por el programa desde su título. Cuando la intención no es “poder hablar” sino obligar a una persona a hacer públicos determinados asuntos estamos en problemas.
Con la vuelta de PH empiezan a completarse los distintos casilleros de un tablero que estaba hasta hace poco semivacío. Nos reencontraremos con distintas maneras de conversar frente a la pantalla en una noche de sábado. En la medida en que los canales de aire van recuperando la normalidad extraviada aparecen nuevas y cruciales preguntas: ¿a quién se invita para hablar por la TV abierta en este momento? ¿Cuál es el criterio que se manejará para elegir a los protagonistas de cada convocatoria?
Habrá que estar alerta, en principio, frente a la posible aparición de dos situaciones problemáticas ligadas directamente a estos interrogantes. Primero, que haya segundas intenciones en el convite de algún canal a los políticos y candidatos más importantes en el inminente tramo decisivo de la campaña electoral. Y segundo, que la cita se limite a las figuras contratadas por la misma emisora que transmite el programa, a la manera de un house organ. Algo de este último ejemplo quedó a la vista en la pantalla de Telefe durante el amable regreso de PH.