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Gran Premio Recoleta-Tigre, un viaje al pasado en joyas mecánicas de dos y cuatro ruedas

Un viaje al pasado, donde los trajes de la belle époque envuelven la escena. Conductores y acompañantes vestidos de época en lustrosos y cuidados rodados de las primeras dos décadas del siglo p...

Un viaje al pasado, donde los trajes de la belle époque envuelven la escena. Conductores y acompañantes vestidos de época en lustrosos y cuidados rodados de las primeras dos décadas del siglo pasado se reúnen para dar forma a una competencia emblemática del automovilismo argentino y el sudamericano. El Gran Premio Recoleta-Tigre genera una sensación inigualable, de que el tiempo se detuvo hace más de 100 años. Un Ford T de 1911, un Mercedes Benz de 1908, un Fiat de 1914 y una extraña motocicleta de rodado irregular conviven en perfecta armonía junto a un Anasagasti, que fue el primer auto de marca y producción nacionales fabricado en serie.

Las joyas mecánicas, de tracción eléctrica y de vapor en algunos casos, provocan nostalgia entre los mayores y asombro en la juventud, que observa incrédula los materiales con los que eran construidos los vehículos: volantes de madera, faros de carburo, luciente bronce... elementos destacados entre los más de 60 autos que se exhiben y más tarde compiten respetando al máximo el recorrido del icónico gran premio que, además de ser una pulseada deportiva, posibilitó el tendido de rutas y puentes.

La primera carrera de automóviles de ruta abierta de la Argentina tiene una recreación que acumula 26 episodios. La competencia inicial tuvo lugar el 9 de diciembre de 1906 y la organizó el Automóvil Club Argentino –fundado dos años antes– y se dividió en dos etapas. La primera comenzaba a mitad de camino entre Recoleta y Tigre y su distancia era de 19,1 kilómetros. El genial periodista Alfredo Parga, en el libro 100 años de automovilismo argentino, compiló que aquel tramo inicial, por alguna razón no muy conocida surgida de las autoridades de la carrera, fue declarado empate entre el Darracq de 20 HP conducido por De Santis y el Spyker de 23/32 HP que tenía al volante a su propietario Daniel MacKinley. La segunda etapa, la más relevante, que consistía en el regreso a Recoleta, tuvo un vencedor indiscutido: fue otro Darracq, de 40 HP, conducido por Marín, que demoró 28,3 minutos para desandar 38,2 kilómetros. Con el diario El País como patrocinador, el ganador se alzó con una copa de plata y 500 pesos argentinos como premio.

Un viaje al pasado en autos de colección

La Argentina era por aquellos años uno de los países más pujantes del mundo y la carrera, que fue una muestra del desarrollo de la industria, abrió la era de la competición automovilística. La inquietud de algunos socios del Club de Automóviles Clásicos promovió que se rindiera homenaje y se recreara aquel primer gran premio, aunque no se proyectó la repercusión que tendría la convocatoria: es el más importante de autos antiguos en América Latina y uno de los tres que existen en el mundo con estas características.

“No se dividen en categoría; los autos deben ser anteriores a 1919. Los que fueron fabricados después de esa fecha, pero que son centenarios, participan de forma especial”, señala Jorge Reta, del Club de Automóviles Clásicos, ante LA NACION, y puntualiza que los principales requisitos son la fecha de fabricación y la originalidad de las piezas, para preservar al máximo los detalles técnicos con los que salieron de fábrica los modelos.

El Gran Premio Recoleta-Tigre tiene como punto de encuentro el bar La Biela, enfrente al cementerio. Ahí un día se exponen los autos, y a la jornada siguiente hay un desayuno de camaradería en el que los propietarios relatan a los curiosos y los turistas que transitan la zona las singularidades de los coches. Por ser una de las tres competencias de sus características que existen en el mundo, los participantes esperan con ansiedad la fecha. El Club tiene dos acontecimientos principales en el año: el Gran Premio y Autoclásica, la máxima exposición de autos clásicos de Sudamérica y catalogada como una de las mejores cuatro del planeta, que este año se desarrollará entre el 10 y el 16 de octubre en el hipódromo de San Isidro. El resto de los eventos que desarrolla el Club es exclusivo para socios.

Marcas como Rochester -a vapor-, Metz, Cadillac, Leyland, Buick, Scat, Studebacker, Zuzt se entremezclan con una moto Indian... Llegan desde garajes y talleres de Buenos Aires, Córdoba, Rafaela, Olavarría, Paraná y hasta Uruguay. Los conductores no tienen requisitos particulares, aunque deben estar familiarizados para manejar estos vehículos que poco se parecen a los que actualmente forman parte del parque automotor. El mantenimiento es todo un arte, y la mayoría se mueve solamente para el Gran Premio Recoleta-Tigre.

“Son fundamentales la limpieza del tanque de combustible y el vaciado de todas las mangueras, como la correcta lubricación de las piezas y el cuidado de los neumáticos”, señala Reta, que no oculta que de un día al siguiente un auto de estas características puede quedarse mudo: “A pesar de todos los cuidados, muchas veces se deja un auto en perfecto funcionamiento y al otro día aparecen nanas nuevas. Hay que entender que son vehículos de más de un siglo de vida, con todo lo que eso implica”. Existen contadísimos talleres especializados en la atención mecánica de estas reliquias; en su mayoría son mimadas por sus dueños o los arreglos son hechos por mecánicos particulares.

Trajes, sombreros, gorras, cascos de cuero, antiparras, guantes... Los detalles de época y la ambientación resultan el complemento ideal de las joyas mecánicas que todos los años desandan un recorrido que en 1906 resultó alocado, y que ahora se convirtió en una tradición que sostiene el encantamiento de la época y la pasión por los autos.

Fuente: https://www.lanacion.com.ar/deportes/automovilismo/gran-premio-recoleta-tigre-un-viaje-al-pasado-en-joyas-mecanicas-de-dos-y-cuatro-ruedas-nid19072023/

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