Lanata y la salud del periodismo
Desde el momento en que Jorge Lanata anunció en su programa de Radio Mitre la “primicia” de que a Wanda Nara le aquejaba una grave enfermedad es incesante el debate público sobre ese tema....
Desde el momento en que Jorge Lanata anunció en su programa de Radio Mitre la “primicia” de que a Wanda Nara le aquejaba una grave enfermedad es incesante el debate público sobre ese tema.
El periodista, enfundado en un saco violeta y con corbata floreada multicolor, redobló la apuesta desde PPT, su ciclo dominguero por El Trece y la emprendió contra los mal llamados “periodistas de espectáculos” (sería más correcto denominarlos “periodistas de chimentos” o, si se pretende mayor precisión, directamente “chimenteros”).
Lo asistía algo de razón: los más connotados representantes de ese subgénero venían de explotar hasta lo indecible los durísimos golpes bajos de una chica (More Rial) contra su padre mediático (Jorge Rial). Lanata la calificó de “un poco desequilibrada”. Si, efectivamente lo fuera, a manera de recusación moral de quienes lo critican, se habrá metido una vez más con otro tema sensible de salud, en este caso mental.
El mismo comunicador que en el podio del Martín Fierro, con saco y chaleco de color rojo, había hablado de la “berretización” de la TV y de que “nosotros mismos” (en alusión a los que, como él, trabajan en esa industria) contribuyen a extinguirla, dijo en su editorial autodefensivo: “No espero moral de la televisión”.
“Yo me lo busqué”, reconoció Lanata en el programa de Mariana Fabbiani, ataviado con saco naranja y corbata al tono, bajó un cambio su controversia con la “patria chimentera”, con otro buen argumento: “Nos peleamos con los presidentes desde hace treinta años y tiramos varios ministros”.
Llegado a este punto, la pregunta sería la siguiente: ¿por qué un periodista que fundó dos diarios y varias revistas, que es escritor –ahora mismo está escribiendo otro libro– y que se ha hecho conocido por sus explosivas investigaciones y encendidos editoriales políticos termina siendo el primer portavoz de una noticia tan delicada e íntima que alude a una de las figuras que voluntaria e involuntariamente genera cantidades industriales de chimentos?
Para llegar a una respuesta posible es necesario hacer un poco de historia.
Los chimentos –versiones más o menos incomprobables de variados aspectos de la vida privada de figuras famosas– ocuparon durante mucho tiempo la periferia de las secciones periodísticas de espectáculos, en distintas plataformas. Lo central, informativamente hablando, eran los anticipos y críticas de sus distintos rubros (cine, teatro, TV, música popular y clásica, danza, etcetera), con formatos complementarios como entrevistas a los hacedores de esas manifestaciones (artistas, directores, escenógrafos, autores y productores) y apostillas (informaciones breves de color y servicios). Por supuesto que existieron revistas muy populares centradas en detalles más personales de los artistas, como Antena, Radiolandia, TV Guía o Canal TV. En tales casos, la atención podía dirigirse a noviazgos, casamientos, nacimientos de hijos y fallecimientos.
Aun cuando un día los chimentos empezaron a tomar mayor protagonismo, allá por los años 70 del siglo pasado, con programas como Radiolandia en televisión, seguían guardando cierta compostura. Procuraban no ser escabrosos y siempre había espacio para referirse al contenido de las realizaciones artísticas. Contaban con profesionales como Leo Vanés, que podía ser al mismo tiempo ameno y una biblia abierta en materia de conocimientos y cultura sobre el amplio mundo del espectáculo.
Hacia los noventa, con un presidente mediático y “amigo de los artistas”, como se definía a sí mismo Carlos Menem, la política y la información frívola de la farándula empezaron a transitar de la mano y a ocupar mayores espacios.
Ya en los 2000, la aparición de programas chimenteros emblemáticos cambiaron la ecuación: los contenidos de espectáculos marcharon a la periferia y los “dimes y diretes” de los artistas, las top model, los futbolistas y las figuritas inventadas por los realities shows en auge, desde entonces, ocupan un lugar central y excluyente. Los políticos, entrenados en programas como La noticia rebelde y, fundamentalmente, CQC también se animaron a dar sus primeros pasos en el varieté, hasta perder totalmente el sentido del ridículo hoy en TikTok.
Y aquí es necesario detenerse otra vez: al menos en algunos medios audiovisuales y redes sociales, la política como género periodístico sufre una degradación similar a la que afectó en su momento al rubro de espectáculos. El concepto “chimenteril”, los memes y la constante exhumación de archivos inconvenientes han reemplazado el análisis equilibrado y el debate civilizado entre posturas antagónicas. Priman los comunicadores engranados y los zócalos incendiarios.
Héctor Ricardo García, uno de los grandes editores de la Argentina, que supo construir un exitoso imperio de medios (diarios, revistas, teatro, emisoras de radio y de TV) tenía una debilidad: le encantaba recopilar en persona las anécdotas más sabrosas de la colonia artística y las agrupaba en una sección que titulaba, entre autocrítico y cínico: “La pavada”.
Lanata es tan desprejuiciado como García en la mescolanza aparentemente incompatible de temas. Se parece también en eso al fundador de Crítica, Natalio Botana y otro poco, a Chiche Gelblung. Todos talentosos y dispuestos a meter el dedo en el enchufe, sin medir consecuencias, cuando una buena primicia cae en sus manos.
Fuente: https://www.lanacion.com.ar/opinion/lanata-y-la-salud-del-periodismo-nid23072023/