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95 años de un barrio emblemático. El conjunto de viviendas que tiene lista de espera para comprar departamentos

Es una joyita de la arquitectura porteña, objeto de estudio de escuelas y universidades. El barrio donde los chicos andan solos en bicicleta y todos los vecinos se conocen. Se trata del Conjunto L...

Es una joyita de la arquitectura porteña, objeto de estudio de escuelas y universidades. El barrio donde los chicos andan solos en bicicleta y todos los vecinos se conocen. Se trata del Conjunto Los Andes, en el corazón de Chacarita, que funciona como un refugio que combina lo mejor de los dos mundos: el verde y la ubicación estratégica, a dos cuadras de la estación Dorrego del subte B.

Hace 95 años, el arquitecto Fermín Bereterbide soñó una vida comunitaria posible, un proyecto social que mejorara la calidad y las formas de habitar de empleados municipales y habitantes de conventillos de las zonas del sur. Aquellas Casas Baratas que levantó en 1928 hoy se transformaron en unidades codiciadas. Y según la leyenda que se desliza por los patios hasta hay listas de espera para comprar alguno de los departamentos. Apenas alguno de los inquilinos de las 157 unidades avisa que se muda se activan los grupos internos de WhatsApp para contactar amigos y conocidos encantados con la dinámica de cogestión, dispuestos a pagar desde US$2500 por metro cuadrado (y más también).

Esta isla urbana donde los gatos no se pierden porque los vecinos mapean sus escapadas es un abanico inagotable de relaciones sociales, con reglas propias, organización aceitada y sentido de pertenencia. Entre pérgolas y mucho verde –ahora predomina el lila de los jacarandás– el conjunto que fue catalogado con Protección Histórica en 2013 mantiene intacta su espacialidad y calidad urbana: patios internos que promueven el intercambio vecinal, canchita de fútbol y de básquet, biblioteca, salón de reuniones y fuente ornamental que en verano se transforma en pileta para los más chicos. Está ubicado frente al Parque Los Andes, en la manzana comprendida por las calles Leiva, Rodney, Concepción Arenal y Guzmán.

“Siempre fueron más caros que otros departamentos en relación al mercado. Ahora no hay precios y solo tengo disponible una planta baja. Aun así, la lista de interesados sigue creciendo”, dice Mabel Clavijo, vecina del barrio hace 45 años y encargada de las operaciones inmobiliarias. Hoy integra la Comisión de Cultura, que organiza distintas actividades. “Destaco la solidaridad, siempre hay un vecino para dar una mano”, dice Mabel, que también se desempeñó como vicepresidenta del consorcio.

Inspirado en los departamentos de París y Viena de principios del siglo XX, Bereterbide apostó a los materiales nobles como pinoteas para pisos, puertas y marcos de madera de cedro canadiense y mármol de Carrara para las escaleras internas de los bloques de departamentos. Además, baldosas y herrajes de Francia, cocinas económicas a carbón que incluían hornallas de gas para la futura instalación. Y teléfono, un lujo para la época.

De tres plantas sin escalera, todas las unidades se benefician con el ingreso de luz natural, ventilaciones cruzadas y visuales a los patios arbolados. “El confort de las viviendas y sus detalles de construcción eran muy superiores a las de esos tiempos”, señalan desde la comisión de Cultura, que relevó información histórica para compartir en las visitas guiadas. Además, el barrio cuenta con comisiones de fiestas, mantenimiento, basura, jardinería, finanzas y filmación, ya que allí se suelen realizar rodajes de películas, series y publicidades, cuyos ingresos se destinan a arreglos estructurales y de mantenimiento. Los Andes, además, forma parte del Distrito Audiovisual que integran Chacarita, Colegiales, Villa Ortúzar, Palermo y Paternal.

Hay cuatro festejos colectivos marcados en rojo en el calendario de la vecindad: el locro del 25 de mayo, los pastelitos o choripanes del 9 de julio, la parrillada del Día de la Primavera y la cena colectiva de Año Nuevo. Mesas largas, tuppers para compartir, reposeras de playa y lucecitas en los patios son parte del ritual.

Arquitectura social

Cuando en 1926 el arquitecto ganó el concurso de viviendas municipales, lo soñó como un barrio abierto a la ciudad que fomentara cruces entre todos los vecinos. El impulso de la Comisión Nacional de Casas Baratas derivó en la Ley Cafferata tras la huelga de inquilinos, el puntapié inicial de las viviendas colectivas. Sin embargo, la ilusión de circulaciones abiertas se enfrentó a la realidad. Desde hace ya muchos años hay que franquear portones y rejas para entrar al oasis comunitario, cuando en los comienzos se lo podía cruzar en diagonal para cortar camino. Además, cada cuerpo cuenta con puertas de ingreso propias, otro detalle no diseñado por Bereterbide. Un sistema de seguridad privado nocturno monitorea entradas y salidas. Y por ahora, no hay consenso sobre la instalación de cámaras de seguridad.

En tanto, rige una medida implacable para garantizar la calma. “La mejor forma de estar seguros es conocernos entre todos y estar atentos a los movimientos”, subraya Susana Aimo, una de las vecinas que más conoce el funcionamiento interno del lugar. A los 76 años, esta docente de la UBA conoció “las colectivas” cuando tenía 9 ya que pasaba los fines de semana en la casa de sus tíos. “Acá me sentía libre”, recuerda. Hoy, la especialista en coaching y negociación vive en una de las unidades que pertenecieron a su familia. “Fueron pensadas para alquilarlas a empleados municipales, pero no se ocuparon tan rápido porque quedaban lejos de La Boca, San Telmo o Barracas, donde trabajaba el grueso de los empleados. Eran tiempos de desbordes del arroyo Maldonado, incineración de 300 toneladas de basura que llegaba en carros a La Quema y ubicado muy cerquita del cementerio de Chacarita. Hoy la zona se puso de moda, algo impensado para ese contexto”, explica Aimo.

Francisco Vidal, arquitecto de 45 años, llegó al barrio con su familia justo antes de la pandemia. Con hijos chiquitos a los que les enseñó a andar en bici entre los senderos internos, hoy disfruta la convivencia vecinal y sigue fascinado con la nobleza de los materiales constructivos, la altura de los ambientes y su amplitud. “El sol en invierno, los árboles en primavera y la tranquilidad transforman al barrio en un lugar de mucho disfrute. Será por eso que para muchos resulte aspiracional aunque no responda para nada a la moda arquitectónica actual”, señala Vidal, vecino de fotógrafos, interioristas, guionistas, cineastas, periodistas y más arquitectos que, como él, aprecian el valor icónico de los 17 cuerpos y 157 departamentos de 3, 4 y hasta 5 ambientes, algunos con terrazas.

El conjunto cuenta con 7200 metros cuadrados de parque, repartido entre veredas, plazoletas, áreas para juegos, paseos arbolados, sitios de descanso y patios que constituyen un espacio urbano integrado al tejido de la ciudad. Hasta hace poco años había locales comerciales que daban a la calle pero por la demanda se fueron reconvirtiendo en estudios privados y ateliers de artistas. De acuerdo al relevamiento de Moderna Buenos Aires, “la fachada se organiza con un basamento de ladrillo a la vista. El conjunto se distingue por una cubierta de tejas, un desarrollo con 3 pisos de viviendas con ventanas de madera, celosías metálicas, balcones con barandas de hierro, terrazas con pérgolas; y un remate de cubierta de tejas inclinadas de escasa pendiente. Sin decoración superflua agregada, resuelve con detalle los elementos puramente constitutivos de la obra”.

Durante más de 30 años estos departamentos estuvieron alquilados en su totalidad. Con el golpe militar de 1966, el General Juan Carlos Onganía asumió el poder de facto y un año después tomó la decisión de ofrecer a la venta los departamentos del Barrio Parque Los Andes a sus ocupantes. “Los habitantes se encontraron que de la noche a la mañana las tareas básicas como sacar la basura, limpiar los espacios comunes o reemplazar una lamparita, eran ahora responsabilidad única y directa de ellos mismos. Y tuvieron que organizarse”, señala Mabel Clavijo, ex miembro del Consejo Ejecutivo. La organización interna se completa con un cuerpo de delegados conformado por un representante por bloque, encargado de la comunicación entre los vecinos y de relevar las necesidades.

“Es un hito de la arquitectura de Buenos Aires. Además, condensa sucesos significativos de la historia habitacional, laboral y social”, señala la socióloga Daniela Tregierman, profesora titular asociada de la cátedra Sociología Urbana de la UBA. En ese sentido, agrega, “es interesante como patrimonio y testimonio del vínculo entre ideas de ciudad, gestión comunitaria y arquitectura. Son pocos los conjuntos habitacionales que lograron perdurar en su estética, organización social e identidad urbana”, concluye Tregierman.

Fuente: https://www.lanacion.com.ar/sabado/95-anos-de-un-barrio-emblematico-el-conjunto-de-viviendas-que-tiene-lista-de-espera-para-comprar-nid29112023/

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