Antígona en el baño: una obra en la que Verónica Llinás provoca y hace reír, con una fuerza imbatible
Antígona en el baño. Dramaturgia: Federico Zilberberg y Verónica Llinás. Dirección: Laura Paredes y Verónica Llinás. Intérpretes: Verónica Llinás, Esteban Lamothe y Héctor Díaz. Escenog...
Antígona en el baño. Dramaturgia: Federico Zilberberg y Verónica Llinás. Dirección: Laura Paredes y Verónica Llinás. Intérpretes: Verónica Llinás, Esteban Lamothe y Héctor Díaz. Escenografía: Julieta Ascar. Iluminación: Eli Sirlin. Vestuario: Sofía Di Nunzio. Sala: Teatro Astral, Corrientes 1639. Funciones: Viernes y sábados a las 22. Domingos a las 20.30. Duración: 70 minutos. Nuestra opinión: muy buena.
La nueva obra de teatro que protagoniza Verónica Llinás, junto a Esteban Lamothe y Héctor Díaz, comienza con una gran transgresión para el circuito comercial: todo el espectáculo sucede en un baño. Allí, una diva de la televisión se encierra en un ataque de nervios antes del estreno de su vuelta al teatro después de 30 años: tiene que hacer de Antígona. Su presentación teatral, piensa, es un acontecimiento para toda Latinoamérica, pero ella apenas puede pronunciar los nombres de los personajes. Encerrada, atrapada, desesperada, sólo ingresan a ese espacio tan privado su asistente y un terapeuta excéntrico, que tratan de calmarla. Pero la tragedia griega, como una fuerza imparable, irrumpe en la vida de estos personajes.
De esa situación inicial, Antígona en el baño, la obra escrita por Federico Zilberberg y la propia Llinás, avanza en unidad de acción, tiempo y espacio, tal como lo pedía Aristóteles para el teatro griego, pero desde la locura contemporánea de la neurosis y el vacío existencial, que gracias a sus intérpretes genera altas dosis de humor catártico. La actriz también comparte la dirección con Laura Paredes, lo cual demuestra que se trata de un proyecto muy personal para Verónica Llinás, ya que se involucró en varias partes fundamentales del proceso creativo.
Es un gran acierto del texto de este espectáculo cómo el punto de partida de una de las piezas más emblemáticas de la tragedia griega dialoga con la vida de una actriz de televisión famosa, que quiere demostrar su capacidad para actuar un texto clásico, aunque su vida esté atravesada por la frivolidad de la fama y la exposición. Mientras se mira al espejo y piensa que no tiene bien depilado el bozo, intenta pronunciar el nombre Polinices, sin ser capaz de decirlo bien al menos una vez. Con ejemplos como este, la obra avanza al combinar los dos mundos: el capital simbólico de la cultura y el legado que debe dejar una artista, con la superficialidad de la vida cotidiana de estas divas: una agenda cargada de tratamientos de belleza y una obsesión por lo que piensan los demás respecto al propio trabajo. Todo, atravesado por la urgencia del estreno, la desesperación por el público esperando para que la actriz haga su gran aparición, las demandas de los productores y esa puerta del baño que no deja de ser golpeada con más y más exigencias.
Esta situación le da un gran ritmo a la obra, que termina de explotar con la aparición del terapeuta interpretado por Héctor Díaz, quien define su trabajo como “paisajismo de la mente” y propone una serie de ejercicios insólitos para calmar los nervios de la actriz.
A esta altura del espectáculo, el público ya estalló varias veces de risa entre las acciones de Llinás, que juega con su cuerpo, comentarios ácidos y un tono para la comedia implacable, en el cual sostiene su seriedad, aunque diga frases ridículas e insólitas. Ese contraste la vuelve aún más graciosa. Esteban Lamothe, como el asistente de la actriz, será una parte clave para desarrollar una trama más personal que convive en el relato y que termina de armar la vinculación con Antígona, desde lo contemporáneo con mucha originalidad. Con su actuación, Lamothe se suma al tono que propone Llinás y responde con mucho oficio a los efectos y velocidad que pide esta comedia, que busca convocar a un público amplio.
En este punto, la codirección entre Llinás y Paredes, también termina de armar este universo tan lúdico que es Antígona en el baño, ya que la actuación se centra en la capacidad de jugar sobre los tonos de interpretación, los estereotipos de las actrices, aporta comedia física, gestual y también recorre, con mucha originalidad, todos los espacios que se pueden habitar dentro de un baño. Al ser una pieza que nace de artistas independientes con mucha trayectoria en el teatro, el espectáculo todo el tiempo tiene referencias a este mundo que tanto conocen: “La obra no respira, no late”, “al texto no alcanza con entenderlo, hay que comprenderlo”; son algunas de las frases que se expresan y hacen referencia a observaciones permanentes que se pueden escuchar en el oficio teatral, y hasta se incluye un guiño a las adaptaciones modernas de textos clásicos, que todo lo satirizan.
Entre el kitsch y el barroco, la escenografía diseñada por Julieta Ascar es fundamental para el desarrollo del único espacio donde sucede la obra: un baño. Un ambiente rosa, clásico, con esculturas, sedas y flores por todas partes terminan de definir al personaje. Alguien opulento, tomado por el divismo pero que no dialoga con su presente.
Durante Antígona en el baño se comprueba algo del mito griego acerca de que el destino está escrito y que nada se puede hacer frente al designio de los dioses arbitrarios y violento que dominaban la polis griega, pero al mismo tiempo se comprueba el gran mito que es Verónica Llinás, una actriz que desde la fuerza para el absurdo, la ironía y el grotesco con el que brilló en el Parakultural, vincula la actualidad, la historia y la vida con una mirada irreverente e imprevisible. Llinás provoca y hace reír, con una fuerza imbatible, que sostiene desde los 80′ hasta el presente.