Generales Escuchar artículo

El peligro de naturalizar la intolerancia

Si hiciéramos un balance desde el retorno a la democracia hasta la fecha, no hay dudas de que podríamos señalar luces y sombras en el camino. Por un lado, la Argentina ha alcanzado grandes avanc...

Si hiciéramos un balance desde el retorno a la democracia hasta la fecha, no hay dudas de que podríamos señalar luces y sombras en el camino. Por un lado, la Argentina ha alcanzado grandes avances en términos de derechos sociales y estabilidad institucional. Ha incorporado derechos laborales, ha avanzado en el acceso a la educación, ha comenzado a garantizar una mayor protección de los derechos de la mujer y ha creado más herramientas para la participación ciudadana, solo por mencionar algunos hitos. Sin embargo, y sobre todo, deberíamos reconocer que a pesar de estos progresos aún existen muchas deudas pendientes. No hemos sido capaces de dar respuestas a problemas fundamentales como la pobreza, el acceso a la vivienda, la inseguridad y la salud.

Esa incapacidad nos genera dolor, frustración y desencanto. Sobre todo, porque parte del sistema político actúa de forma opuesta a lo que marca el sentido común: cuanto más grande es la urgencia, parecería que es menor la capacidad (o voluntad) para dialogar.

No es novedad que nos cuesta encontrar en la diversidad una oportunidad de crecimiento colectivo, pero necesitamos superar esa limitación. Debemos reencontrar parte del sentimiento que reinaba a inicios del ‘83 cuando se vivía una etapa de efervescencia política, donde había coincidencias a pesar de las diferencias. Era natural, porque durante años había sido proscripta nuestra libertad de ser y decir. Pero la sociedad supo entender que el disenso era un tesoro que había que valorar y respetar, y jamás volver a perder. Muchas de las luces de estos 40 años se produjeron a partir de ese entendimiento.

Pero hoy estamos en una encrucijada en la que pareciera que todo lo que hacemos tiene el mismo resultado, y viene creciendo (incitado por oportunistas del dolor) la falsa ilusión de que toda la culpa de esos fracasos es del otro. Una irresponsable narrativa que busca transformar la frustración en intolerancia. Ese experimento y sus resultados ya se han visto en el mundo y también en nuestro país. Pero la pregunta que deberíamos hacernos es si nuestros fracasos nacen por el motivo diametralmente opuesto: justamente por la incapacidad sistemática de encontrar acuerdos a pesar de las diferencias. Y no porque no tengamos suficientes desacuerdos.

Es que cuando las diferencias se estigmatizan, nos encerramos en un bucle pendular: vamos de un lado a otro porque tendemos a negar cualquier legitimidad de lo que hizo quien piensa distinto. Y peor aún, así se construye la idea de que el otro es un obstáculo para el progreso. Algo que como sociedad ya habíamos elegido desterrar de nuestra identidad.

A raíz de esta sensación de mayor intolerancia en el debate público, durante los últimos meses llevé adelante un proyecto personal que llamé “Apuntes de Democracia”, en el que me propuse encontrar algunos de esos consensos posibles. Para eso, entrevisté a políticos, empresarios, académicos, referentes sociales, jueces, entre otros, de todos los espectros ideológicos, de distintas generaciones y con diferentes trayectorias. Es asombroso cómo, en la tranquilidad de una conversación en la que el esfuerzo no se pone en prejuzgar o destruir, sino en respetar y entender los fundamentos de las ideas (sobre todo con aquellas con las que no se está de acuerdo), los puntos en común emergen con facilidad y los diagnósticos se asemejan.

Esto no significa proponer un debate ingenuo que renuncie a las diferencias o matices ideológicos, los cuales nos enriquecen y son centrales en el debate político y la vida democrática. Significa potenciarlos a través del establecimiento de un marco estratégico que defina objetivos trascendentes en los que podamos estar de acuerdo, para subordinar los debates ideológicos a la consecución de esas metas o visiones estratégicas compartidas. Si no nos podemos poner de acuerdo en los “cómo”, al menos consensuemos que los distintos caminos que propongamos nos lleven a lugares similares.

No he conversado con nadie que no considere que el principal problema de Argentina es la pobreza. Que no piense que la educación es central para erradicarla y que no esté preocupado por la calidad de la enseñanza pública. Que no quiera un país con equilibrio fiscal y estabilidad monetaria. Que no vea la oportunidad estratégica que implica Vaca Muerta y el litio. Que no considere importante aumentar los niveles de productividad. Que no crea que es central fortalecer las instituciones. Que no vea que Argentina tiene potencialidad para transformarse en un exportador de tecnología y talento. Y podría seguir.

Este año electoral tenemos una nueva oportunidad de madurar como sociedad. Los desafíos pendientes y la realidad política argentina tras 40 años de democracia requieren que discutamos acuerdos a partir de los cuales el país pueda definir una nueva agenda de prioridades comunes. Una que permita visualizar un futuro que incluya a todos y ponga los cimientos del camino que nos llevará allí. Por más difícil que parezca, lo necesitamos hacer. Porque sólo tenemos una gran certeza: es con el otro o simplemente no es.

Diputada de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires (Confianza Pública | Vamos Juntos)

Fuente: https://www.lanacion.com.ar/opinion/el-peligro-de-naturalizar-la-intolerancia-nid17062023/

Comentarios
Volver arriba